miércoles, 15 de diciembre de 2021

Cuento de Navidad. Charles Dickens – Reseña

 

¡Paparruchas!

El señor Scrooge, un viejo avaro obsesionado por el dinero, un hombre rico sin pizca de generosidad en el corazón, solitario, huraño, frío como el hielo, pretende dejar pasar la Nochebuena sin ningún tipo de celebración. Tras rechazar con malos modos la invitación de su sobrino, refunfuñando sobre lo absurdo de festejar un día que él considera como otro cualquiera, cena en la taberna, lee los periódicos, repasa su libro de cuentas...  Regresa luego a casa, enciende en su habitación una débil lumbre que apenas calienta y se prepara para dormir. Es entonces cuando algo muy extraño comienza a suceder: un repique de campanillas resuena por la casa, un chasquido de cadenas trepa por la escalera y... una aparición aterradora se presenta al fin ante su puerta.

 El fantasma de Jacob Marley, su antiguo socio, muerto siete años atrás, regresa para enfrentarlo a las consecuencias de su egoísmo y falta de caridad. Tres espíritus ─le anuncia el espectro─ le visitarán durante las tres siguientes noches y esa será la última oportunidad de que disponga para eludir el sino de alma en pena al que, como a él, su mal comportamiento parece condenarlo.

Así, de la mano de esos tres espíritus, Scrooge rememorará la inocencia de sus días de infancia, la ternura del primer amor, la camaradería de sus compañeros de trabajo..., vislumbrará el momento en que la obsesión por la riqueza desbancó al empeño por labrarse un porvenir honrado, comprenderá lo irremediable de sus actos y el desolador futuro que por su causa lo aguarda.

Clásico navideño por excelencia, el cuento de Dickens es una conmovedora alegoría en torno a la expiación de la culpa, al perdón y la posibilidad de redención; a la permanente libertad del ser humano para elegir el propio destino y el valor de las segundas oportunidades. Una historia dulce y emotiva marcada por la honda transformación de un protagonista que solo al final de su vida logra abrirse al amor y la belleza.

El autor nos asoma con maestría al alma de su personaje mostrando con enorme sensibilidad el camino que lo lleva desde el desdén a la compasión por el sufrimiento ajeno. Fundamental en ese sentido la ambientación y la descripción de una ciudad, Londres, que al inicio del relato presenta dominada por una atmósfera tétrica y muy sombría para inundarla luego de luz y redoble de campanas la mañana en que concluye.

Publicada en 1843, se dice que esta es la obra con la que Dickens reinventó la Navidad, popularizándola en un tiempo donde su celebración había perdido intensidad y revistiéndola de ese halo de bondad y armonía familiar con el que ha llegado a nuestros días. Pese a ello, late también en esta historia un trasfondo de crítica social hacia la deshumanización, la desmedida ambición de poder o el abandono del débil a su suerte que fue siempre seña distintiva de un autor empeñado a toda costa en denunciar mezquindades, abusos e injusticias.

domingo, 5 de diciembre de 2021

Una bufanda de colores




Había comenzado a nevar, los copos pintaban las calles de blanco, el aire olía a Navidad. Asomada a la ventana, Clara luchaba por no sucumbir a la nostalgia. La Navidad había sido siempre su época favorita del año, un pequeño milagro que incendiaba de magia el invierno. Pero ahora... Ahora le parecía una celebración hueca y gastada. Las guirnaldas de colores, el falso entusiasmo de las fiestas, la engañosa amabilidad de los centros comerciales, habían usurpado su esencia. La habían convertido en un tiempo sin alma donde nada era ya como debía.

Quizá no estuviera siendo justa ─se dijo, con un nudo de culpa atravesado en la garganta─, quizá solo ocurría que la edad marchitaba el ensueño, que la ilusión se desvanecía a golpes de vida y el dolor asomaba las garras. Pero ese atardecer, mientras las luces de las casas comenzaban a encenderse, ella sentía que el mundo era un lugar triste y oscuro, huérfano de compasión, enfermo de soberbia.

Al otro lado del cristal, una anciana mugrienta pedía limosna arrodillada en la acera. Debía llevar allí un buen rato pero Clara no había reparado en ella. No había detenido la mirada en su cuerpo encorvado, en sus mejillas hundidas, en sus manos enrojecidas por el frío... Y si al fin había notado su presencia no fue la mujer envuelta en harapos lo que llamó su atención sino la chiquilla de largas trenzas que se detuvo un instante junto a ella, desenroscó sin pensarlo la bufanda de colores que protegía su cuello y la dejó a sus pies con picardía.

Al darse cuenta de lo que acababa de ocurrir enredada en su burbuja de melancolía y suficiencia había caído en lo que un segundo antes sus propios pensamientos condenaban─, el rostro de Clara ardió de vergüenza. ¿Cómo era posible?, ¿cómo no la había visto? Si estaba justo frente a ella.  

 «¡Menuda hipócrita!», maldijo en voz alta su ceguera, mientras corría a buscar unas mantas, un termo, algo caliente que ofrecer a la anciana y acallar así su conciencia.

De niña, recordó entonces, solía imaginar que los desconocidos eran ángeles disfrazados. Su padre le había contado alguna vez que, asomados al borde de su nube, los ángeles estaban siempre pendientes de los hombres, que jamás desatendían sus plegarias y corrían a ayudarles cuando su consuelo se hacía necesario. Pero su misión era un secreto. Venían de incógnito y, aunque resultaba por eso difícil reconocerlos, no era algo imposible. Solo requería práctica, fijarse mucho y estar atento a las señales: el joven que daba de comer a un gatito abandonado, la señora que regalaba a un inmigrante solitario una sonrisa, el caballero que ofrecía el brazo a una anciana confundida...

Amabilidad, ternura, cercanía, eran los dones que los ángeles derramaban sobre las almas compasivas. Pequeños milagros cotidianos que parecían no significar nada pero en el momento justo lo significaban todo; que salpicaban el mundo de bondad y de alegría.

«El amor es un desafío, mi niña ─susurraba el padre al final del cuento─, nunca temas aceptar el reto. Recuerda siempre que todos, si se da la circunstancia, podemos ser el ángel de un desconocido».

Pero el tiempo había pasado y ella había olvidado.

«¡Ay, Clarita!», se reprochó con ironía su descuido, echando a correr escaleras abajo, cargada de ropa y provisiones para la mendiga.

 Cruzó de prisa la plaza, miró a uno y otro lado y no la encontró. ¡Qué decepción! ¿Cómo podía haber desaparecido tan rápido? Si apenas había tardado un par de minutos en bajar.

Giró sobre sus pasos para volver a casa con la desilusión pintada en los ojos y entonces, doblada con cuidado en la misma esquina por la que acababa de pasar a la carrera, descubrió la bufanda de colores.

La nieve seguía cayendo. La calle estaba desierta. Un remolino de nubes flotaba sobre las azoteas.

Tras un segundo de duda, Clara tomó al fin la bufanda, la colgó despacito de su cuello, alzó con asombro la mirada al cielo... y comprendió.

Un repique de campanas volaba en el viento.

 «¡Qué tonta ─sonrió, aceptando con deportividad el chasco que se acababa de llevar─, pensar que el ángel era yo!».

El Espíritu de la Navidad había posado de nuevo sus alas sobre ella.

Y un latido de esperanza desheló su corazón.




Relato publicado en la revista "Escribiendo a hombros de gigantes" de El Tintero de Oro (diciembre 2022) y en la Antología "Relatos al punto de tinta" de El Tintero de Oro (diciembre 2022).




miércoles, 1 de diciembre de 2021

Cartas a mi madre por Navidad. Rainer Mª Rilke – Reseña

 

Una hora tranquila, llena de una firme esperanza, que resuene como una campana de Navidad

Pensar el uno en el otro a las seis de la tarde de cada Nochebuena y mantener así presente el espíritu de la Navidad entre ambos, es el pacto que Rainer Mª Rilke (1875-1926) hiciera con su madre al abandonar definitivamente su ciudad natal.

Entre 1900 y 1925, desde los más diversos rincones de Europa (Berlín, Viena, Múnich, Roma, Ronda...), el poeta le escribió puntualmente una carta navideña que habría de ser leída a la hora convenida.

 Ese epistolario es el que reúne el volumen publicado en 2018 por Ediciones Encuentro, una pequeña joya literaria ilustrada por Andrea Reyes y traducida con muchísima delicadeza por Leonor Saro, autora también de la nota introductoria que para dotarlas de contexto histórico precede a unas cartas donde, casi a modo de monólogo (no se conservan las respuesta de la madre), el poeta reflexiona sobre ciertos aspectos de su vida, rememora su infancia, desvela rutinas familiares y ofrece un pedacito de su intimidad más honda.

Medita aquí el poeta sobre la idea de Dios, el significado de la Navidad, el paso del tiempo, las heridas de la guerra (la I Guerra Mundial) y la difícil sanación que tras su paso habría de tener el mundo, en una introspección profunda y muy poética, haciendo depositaria a la madre de su nostalgia y cierta desesperanza que se va haciendo cada vez más evidente según transcurren los años.

Escritas en un tono muy cariñoso (todas comienzan con un «queridísima madre» o «mi querida y bondadosa madre»), sorprende el relato que Antonio Pau hace en el epílogo de esta edición respecto a la verdadera relación existente entre ambos: una relación extremadamente complicada, carente de todo afecto y siempre distante.

Hay que tomar por ello este epistolario no como la expresión de un sentimiento real sino como mera literatura, un ejercicio con el que Rilke pretende expresar su idea de espiritualidad (en la intensidad de nuestra existencia puede condensarse un instante de eternidad que coincide con la eternidad ininterrumpida de Dios), sus dudas, la ambigüedad que marca su pensamiento en este tema (entonces la confusión que nos rodea, lo cotidiano y lo turbio ya no podrán aturdirnos) y con el que, con mucha belleza y enorme ternura, permite asomarse al lector a cierta parte de su alma:

Me he vuelto un admirador ferviente de la alegría, la prefiero sin duda alguna a la felicidad, incluso a lo que la gente considera una gran felicidad...

viernes, 26 de noviembre de 2021

La señora Harris en Nueva York. Paul Gallico – Reseña

 

...Por el valor de esos sueños de belleza y romanticismo de los que no desisten.

Secuela de "Flores para la señora Harris", Paul Gallico (1897-1976) continúa con esta novela, "La señora Harris en Nueva York" (Alba Editorial), el relato de las aventuras de Ada Harris, una limpiadora londinense al borde de los sesenta, ingeniosa y divertida, viuda desde hace años y con una capacidad excepcional para hacer aflorar la bondad de las personas.

Si en la primera entrega, deslumbrada por la belleza del traje que encuentra en una de las casas donde limpia y tras años de ahorro y privaciones, la protagonista viajaba de Londres a París para comprar un vestido de Dior, ahora se embarcará rumbo a Nueva York con su fiel amiga la señora Butterfield  para salvar  a un niño del maltrato a que lo somete su familia de acogida, llevarlo a Estados Unidos y reunirlo con el padre, un soldado ─creen ellas─ ignorante de la situación del pequeño. Así, acompañando a una de las familias para quien trabajan (Ada como asistenta y la señora Butterfield como cocinera) que por motivos laborales ha de trasladarse a Nueva York, da comienzo una peripecia que poco a poco se irá complicando con circunstancias imprevistas y que asoma al lector a una época (años cincuenta del S.XX) ambientada con detalle y a una sociedad con un clasismo muy marcado que, por supuesto, nuestra señora de la limpieza logrará con su magia romper en este cuento.

La idea de que cualquier cosa es posible si se pone en ello el suficiente empeño, de que la amabilidad y la bondad vencen lo imposible y el esfuerzo tiene siempre recompensa, es la que subyace bajo un relato de corte muy sencillo, cargado de buenas intenciones, de altruismo y una gran dosis de ingenuidad.

Historia optimista y luminosa, repleta de comicidad, dominada por un personaje absorbente, con una filosofía de vida muy particular, cuya fe en la generosidad y bondad del ser humano resulta conmovedora y enamora de inmediato.

viernes, 19 de noviembre de 2021

Volver a dónde. Antonio Muñoz Molina ─ Reseña

 

Se quedó quieto y en silencio el mundo que no paraba nunca

Volver a dónde, se pregunta con extrañeza Muñoz Molina, recién estrenada esa nueva normalidad tan anhelada durante el confinamiento pandémico pero tan decepcionante luego y tan vacía cuando llega.

A modo de diario, el autor regresa en este libro a aquellos días de encierro, a un tiempo (personal y colectivo) de miedo e incertidumbre, de soledad y desamparo, para mantener viva la memoria de lo sucedido, compartir sensaciones, derrotar angustias, tratar de comprender...

Estructurada en tres niveles temporales, la narración alterna el relato de los primeros meses de reclusión, recién decretado el estado de alarma, con los inmediatamente posteriores cuando, con ciertas restricciones y  mucha expectación, las ciudades comenzaban a recuperar el ritmo. Entre ambos, a cada paso, se cuela el recuerdo de un tiempo antiguo que remite al narrador a su infancia, a la vida campesina de sus padres y abuelos (campesinos sin tierra, recalca con frecuencia para referirse a su pobreza), al ritmo lento de las estaciones, a expresiones, modismos y maneras de las que ─es consciente─ muy pronto no quedará huella.

Entrelazando pasado y presente, Muñoz Molina logra un texto reflexivo y muy intimista, conmovedor y melancólico, salpicado por una nostalgia amable anclada no solo al pasado sino proyectada también hacia el futuro, hacia los años que harán de su nieta una mujer adulta y hacia la idea o el recuerdo que de él pueda quedar entonces («somos fantasmas en los recuerdos de otros», anota una mañana en su cuaderno tras haber soñado con sus muertos). Una crónica repleta de matices, aligerada por la calidez de ese pasado familiar que rememora de continuo, en torno al horror de lo vivido: impotencia, desconsuelo, contagios, muerte, soledad... a la que une el desconcierto por la rapidez con que todo ello va quedando sumergido en el olvido o la vergüenza frente a determinados comportamientos sociales e inconcebibles mezquindades políticas.

Reflexiones que emocionan, que exponen vulnerabilidades y aparecen recorridas por una sensación de cierto fatalismo (otro mundo posible que no logramos alcanzar), que derrochan lucidez y rozan heridas aún no cicatrizadas con una inmensa sensibilidad.

viernes, 12 de noviembre de 2021

Mutis

 

La función estaba a punto de terminar, el eco del disparo retumbó en la sala como un trueno, Violeta cayó contra las tablas y...

A partir de ahí todo se vuelve confuso en mi cabeza.

Sangre, gritos, desconcierto...

Duele. El recuerdo duele pero me obligo a recordar.

Mi mente revive aquella noche una vez y otra y otra más, enredada a un bucle eterno sin principio ni final.

No me arrepiento. Sé que hice lo correcto.

El fogonazo me cegó por un instante, sentí el golpe seco de su cuerpo contra el suelo, los primeros chillidos de espanto...

Solté la pistola gritando su nombre ─«¡Violetaaa!»─, corrí hacia ella, acuné entre mis brazos su último suspiro...

«Violeta», «Violeta», «Violeta», gemía arrodillado a su lado, sin esperanza ni consuelo.

 El telón cayó de golpe, las luces se encendieron, un espectador (¿un médico?) trató de revivirla pero, al fin, sus ojos se apagaron clavados en los míos.

«Muerte en el teatro», «¿Asesinato o accidente?», «La gran Violeta Silva muerta a manos de su esposo», «Prisión sin fianza para el asesino de la actriz»... La noticia monopolizó durante días los informativos, alimentó el morbo de la crónica de sucesos en todas las revistas y pareció dar la razón a quienes siempre se habían pronunciado contra mí.

Mis relaciones con la prensa nunca fueron buenas, es cierto, pero en realidad tampoco nunca eso me importó. Desde el primer momento supe a lo que me exponía al casarme con Violeta. Ella era por entonces la actriz más reconocida de la profesión ─«la gran dama del teatro», la denominaban los tabloides a menudo─, admirada, querida, cautivadora, llamativamente bella pese a la madurez de sus años. Yo, un actor desconocido, un par de décadas más joven, fui tachado de inmediato de buscavidas y arribista. Trataron de enturbiar nuestra relación hablando de feos intereses pero logramos aislarnos de chismes y recelos y asumimos el peaje de buen grado. Fuimos felices. Violeta arrastraba el fracaso de dos matrimonios fallidos, la incomprensión de haber priorizado siempre su carrera a la familia y una cadena de noches solitarias que comenzaba ya a pesarle como el plomo. Yo curé su dolor y sus heridas, la convertí en el centro de mi mundo y la quise hasta la locura. La amé con toda el alma.

Fueron años felices, sí. Años de giras y éxitos, de premios y reconocimientos. Una actriz de leyenda, misteriosa, cercana y lejana a un tiempo, que saltaba de un género a otro sin esfuerzo: del suspense a la comedia, del musical al drama y que, a golpe de estudio y de trabajo, había ganado el respeto de un público en extremo riguroso.

¡Qué afortunado fui al compartir todo aquello junto a ella! Lo supe entonces y lo constato ahora.

Pero el tiempo, inclemente como suele, fue pasando y Violeta Silva quedando a su paso en el olvido. Los últimos estrenos apenas fueron folletines de enredos mal tramados, obras de trazo grueso que no estaban a la altura de su nombre, aceptadas solo por mantener en pie la compañía.

 La enfermedad y la vejez comenzaron a acecharla. La torturaba su declive y tenía tanto miedo... Miedo a perder el respeto de su público, a convertirse en una caricatura triste de sí misma, a no estar a la altura de su propio personaje.

 Fue entonces cuando me hizo prometer lo impensable. Y, sí, lo hice. Fui leal y respeté su voluntad hasta las últimas consecuencias. Mi disparo la transformó en mito y burló su decadencia.

No me defendí, ni traté de hacer pasar por accidente lo que no lo era. La pistola era real; también la bala. Y yo lo sabía. El arma falsa en mi camerino así lo atestiguaba. La policía la encontró de inmediato, me confesé culpable, salí esposado del teatro y... el resto es ya historia conocida.

El juicio de la opinión pública fue devastador. Único heredero de un patrimonio incalculable, tomaron todos por codicia lo que fue ─juro que lo fue─ un acto de amor.

El destello agradecido que adiviné en sus ojos al mirarme, consuela mis insomnios. La echo de menos a cada segundo, a cada latido de mi corazón desgarrado.

Pero fue su decisión. Algo que esperaba hacía tiempo y para lo que hacía tiempo se sentía preparada. Era yo quien no lo estaba. Por eso tardé tanto y al borde estuve de traicionar su deseo. Pese al reproche burlón que algunas veces sorprendía en su risa o la caricia cansada con que sus dedos magullaban mi alma. Pese a saber que jamás perdonaría que incumpliera mi promesa.

Y, de repente, el destino nos trajo aquel éxito inesperado; aquel resurgir de la gran Violeta Silva en la piel de Miss Marple que la elevó de nuevo a lo más alto e incendió su vida  de alegría.  

Fue su idea recuperar a Agatha Christie ese verano (yo asesino, ella detective, ¡qué ironía!) y el  modo en que hizo suyo el papel resultó extraordinario. Cada representación agotaba las entradas, la crítica la ensalzaba como en los viejos tiempos: «reina de la escena», «actriz de raza», «última representante de una generación inigualable», repetían cada mañana las secciones de cultura con ñoña cursilería. El mundo se rendía a sus pies y se la  veía tan feliz...

Comprendí entonces que el momento se acercaba. Ella había recuperado su antigua gloria y yo había hecho una promesa. Debía perpetuar el instante y convertirla en inmortal.

Eso hice. Dejar que la muerte se colara en un aplauso. Regalarle el final que merecía y alguna vez quizá soñó.

Escribo ahora estas notas en la soledad de mi celda. Escribo para no olvidar. Para retenerla a mi lado y acurrucarme con dulzura en su recuerdo.

Cada noche destruyo lo escrito y vuelvo luego a comenzar. Carceleros y presos toman mi rutina por locura. No hablo con nadie, nadie me visita y a nadie puedo confiar mis motivos. No debo. No lo haré jamás. De mi silencio depende su leyenda y solo yo soy su guardián.


Este relato resultó seleccionado entre los finalistas del III Concurso de Relato Libre ENES y aparece publicado en la antología del concurso: "El pedrusco y otros relatos ". Donbuk Editorial. Octubre 2021.



martes, 9 de noviembre de 2021

Pide un deseo

 

Se desvanecían enseguida, apagados como fuegos de artificio, pero antes de eso, ¡ay!, antes de eso cualquier cosa era posible. Un reguero de deseos recorría veloz el firmamento, lo alumbraba de esperanza a lomos de una estrella y un destello fugaz vestía el cielo con su magia. Luego, aquel botín de sueños moría sin llegar a su destino y la estrella lloraba en secreto su fracaso. No era su culpa: jamás tuvo el poder que le achacaron. Pero tan extendida estaba su leyenda que hasta ella misma la creyó. Y un empeño inquebrantable latía cada noche entre su estela: un afán, un anhelo, un ojalá.  


Relato publicado en el nº 3 de la revista de El Tintero  de Oro "El club de la microficción" (mayo 2022)


viernes, 5 de noviembre de 2021

Pesadillas

 

Los terrores nocturnos se habían convertido en rutina habitual. «No pasa nada cariño, son solo pesadillas», la tranquilizaba cada mañana mamá. «Los monstruos no existen, mi niña, no pueden colarse en tu cama», le guiñaba un ojo papá. Ella sorbía despacito el colacao, ensayaba en su rostro una sonrisa y fingía ser valiente. Camino del colegio, trataba de sacar al monstruo de su cabeza. Lo intentaba con todas sus fuerzas pero era tan difícil... ¡Si al menos su cara no fuera tan parecida a la de papá!, musitaba en silencio. Y un pinchazo de culpa anudaba al instante su garganta.

Esta Noche Te Cuento

lunes, 1 de noviembre de 2021

Diario de una vagabunda. Hayashi Fumiko – Reseña

 


Mi destino es ser vagabunda. No tengo tierra natal

Novelista, poeta, reportera de guerra, Hayasy Fumiko (1903-1951) fue, en su momento, una de las autoras más reconocidas y más populares de Japón. Dedicada a la escritura desde muy joven, comprometida siempre con la denuncia de la discriminación a la mujer y las situaciones de pobreza, comenzó su carrera literaria en los años veinte del pasado siglo con diversas publicaciones en revistas de la época, pero no sería hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial cuando ganaría fama y prestigio.

El "Diario de una vagabunda" es sin duda su historia más personal. Fue inicialmente publicada por entregas (1928-1930), alcanzó enseguida un éxito tremendo y tiene, en realidad, más carácter de biografía que de novela.

La autora recorre en su relato los años correspondientes a su primera juventud, rememora una infancia mísera e inestable, llena de pobreza; las dificultades que, con apenas dieciocho años, hubo de afrontar tras su llegada a Tokio, sola y siguiendo los pasos de un amante que luego la abandonaría. Revela sin imposturas sueños, desilusiones, alegrías, miedos, traiciones... permitiendo al lector asistir de tal modo a la lucha por la supervivencia en la opresiva sociedad japonesa de principios de siglo de una joven que aspira contra viento y marea a un futuro mejor; alguien que ante la impotencia del hambre y la falta de trabajo llega a envidiar incluso la fortuna de las prostitutas que tienen la cena asegurada cada noche. Una mujer valiente que no se resigna, que pelea por su libertad y ansía ser feliz.

Con una prosa sencilla, delicada y muy poética, muy libre también, Fumiko habla de su situación como hija natural de una pareja de vendedores ambulantes que apenas pudo ocuparse de ella, del desarraigo, del amor incondicional que, pese a todo, sintió siempre por su madre, de su pasión por la escritura, de la poesía como tabla salvadora a que aferrarse ante el desamparo de un presente que no da tregua.

Sin orden, ni estructura lógica, sin seguir tampoco un hilo temporal riguroso y siempre a modo de diario, es esta la memoria de un tiempo que entremezcla fantasía y realidad, un desahogo emocional frente a la desesperación y la miseria, una declaración de amor a la literatura que ya por entonces comenzaba a vislumbrarse como posible horizonte y a marcar su destino (quiero estar tranquila, quiero leer, anota simplemente como declaración de intenciones uno de los días).

Historia dura y melancólica a la vez, contada con una narrativa dulce y cargada de sensibilidad que no disfraza el dolor y la soledad atrapada en el recuerdo ─Soy una mujer hueca, no tengo ni habilidad, ni riqueza, ni belleza para vivir, se lamenta en determinado momento─ pero que tampoco cae en la desesperanza ni pierde nunca la ilusión por el sueño de otra vida:

...Llevando un borrador de poemas amarillento que es mi mujer y mi marido, lo único en lo que creo, iré a la costa del mar de Japón.

 Igual que una niña, igual que una niña, con candidez cruzaré el mundo.

martes, 26 de octubre de 2021

Algo que quería contarte. Alice Munro ─ Reseña

 

Somos un reflejo de nuestras vergüenzas

Segundo libro de relatos de Alice Munro, publicado por primera vez en 1974 y recientemente traducido al castellano (Editorial Lumen), "Algo que quería contarte" es una colección de cuentos tejida con enorme sutileza en torno al amor y sus mentiras, a las trampas de un destino solo amable en apariencia, bajo cuya máscara asoma un mundo de frustración y soledad.

Las relaciones familiares, los conflictos y el desamparo a que conducen, el sentimiento de pérdida, el peso de la tradición o los prejuicios, son los temas que, a partir de pequeñas situaciones cotidianas, enlazan las historias recopiladas en este volumen. Trece relatos cortos donde nada es lo que parece, estructurados a base de elipsis e insinuaciones, repletos de matices y dobles intenciones, que exigen una lectura atenta y reflexiva para comprender la hondura de lo narrado.

Con una prosa sencilla y muy precisa, la autora crea atmósferas muy particulares y solo mediante pequeños apuntes, sin explicaciones ni juicios de valor, a través de sus comportamientos o reacciones frente a determinadas situaciones, hace vislumbrar al lector las heridas, rencores o fracasos de sus personajes.

De todo ello surge un conjunto de historias evocadoras, repletas de silencios y saltos temporales, ambiguas y muy emocionales.

 Un universo propio, el de Alice Munro, que ella articula con maestría en torno a recuerdos, vivencias, confesiones o añoranzas de un tiempo pasado (no mejor, necesariamente) siempre al acecho sobre el alma de sus protagonistas.

lunes, 18 de octubre de 2021

La nueva madre y otros cuentos. Lucy Clifford – Reseña

 

No existen madres con ojos de cristal y colas de madera. Serían demasiado caras de fabricar.

«La fortuna del escritor es veleidosa. Algunos autores venden miles y miles de libros a lo largo de su vida y sus trabajos son elogiados por la crítica y adorados por el público. Y sin embargo, aunque parecen destinados a perdurar, su obra pierde relevancia a toda velocidad y diez años después de su última publicación nadie se acuerda de ellos. Otros viven en la más absoluta miseria; la fama, el dinero y el prestigio los eluden hasta que mueren. Entonces, de pronto, su genio es reconocido.»

Así comienza Víctor Sellés el prólogo a la edición de unos cuentos que él mismo se ocupa de traducir y con la que, dice, pretende sacar del olvido a una autora, Lucy Clifford (1846-1929), muy reconocida en su momento pero injustamente olvidada luego, a raíz del cambio de siglo y las nuevas narrativas surgidas de la Primera Guerra Mundial.

Escritora y dramaturga victoriana, Clifford publicó diez novelas y siete colecciones de relatos, además de una gran variedad de artículos periodísticos y alguna que otra obra teatral. Amiga de Kipling y Henry James, ejerció una gran influencia sobre ambos, especialmente sobre James que encontró en "La nueva madre", cuento que abre esta antología, la inspiración que habría de conducirle hacia "Otra vuelta de tuerca". 

Bajo la apariencia de cuento infantil, "La nueva madre" es, en realidad, un relato muy oscuro, una fábula narrada en tono de leyenda, al modo clásico de los cuentos de hadas, que, inexorablemente, va girando hacia un terror gótico y muy inquietante.

La historia relata la peripecia de dos hermanas, tentadas por una extraña joven que un día encuentran en el pueblo. A cambio de la maldad de las pequeñas, ella promete desvelarles el secreto de una caja que siempre la acompaña. Cuando las chiquillas, obsesionadas y muertas de curiosidad, empiezan a cumplir el pacto, la madre las amenaza: si no cambian de actitud, habrá de marcharse y una sustituta —otra madre con ojos de cristal y una cola de madera— llegará para reemplazarla.

La falsedad, la seducción, el miedo, la ambivalencia, la incredulidad y sus consecuencias, son los temas que aborda un relato nada dulcificado, de innegable corte psicológico y gran carga de misterio que, poco a poco, evoluciona hacia una conclusión tremendamente desconcertante y abierta a la interpretación.

Otras dos historias, también hasta ahora inéditas en castellano, completan la antología:  "El pez falso" y "Wooden Tony", dos cuentos a medio camino entre lo real y lo fantástico, melancólicos y con un final ambos muy perturbador pero, en cualquier caso, inferiores al primero.

lunes, 11 de octubre de 2021

La guerra de los mundos. H.G. Wells – Reseña

 

Los que nunca han visto un  marciano vivo no pueden imaginar lo horroroso de su aspecto.

Publicada en 1898 por primera vez, adaptada al cine, la radio o la televisión en multitud de ocasiones, obra clave de la ciencia ficción y quizá la más reconocida de su autor, H.G. Wells (1866-1946), "La guerra de los mundos" relata la llegada a la Tierra de unos extraños seres procedentes de Marte y los sucesos que ello desencadena.

Narrada en primera persona, pocos años después de la invasión, por un personaje completamente anónimo, tan anónimo que ni siquiera llegará a desvelar su nombre, la historia comienza con el impacto sobre un pequeño pueblo cercano a Londres de unas misteriosas cápsulas: unos cilindros que empiezan a llover del cielo en unos arenales suscitando al instante una gran curiosidad entre la población. Unas horribles criaturas, exploradores en busca de un nuevo planeta tras el colapso de Marte, comienzan poco a poco a surgir de tales artefactos, amenazando en su intento de expansión y gracias al potentísimo armamento que enseguida construyen con destruir la humanidad.

El narrador relata su aventura y la de personajes muy próximos a él, rememorando aquellos días casi a modo de crónica, recreando un Londres absolutamente devastado e incidiendo en el miedo y la extrema soledad a que se enfrentan los supervivientes del ataque. Separado en la huída de su mujer, su único objetivo será a partir de ese momento reencontrarla y en su periplo irá dando testimonio de los daños ocasionados por la  invasión, de la muerte y destrucción que los marcianos dejan tras su paso.

Más allá de la trama argumental (ingeniosa y muy desconcertante para el momento en que fue escrita), del triunfo o fracaso de la incursión y la peripecia del protagonista, es esta una historia con una gran carga de crítica social, sutil pero muy evidente. Resulta claro en ese sentido el paralelismo que en algún momento plantea el autor entre el trato que los marcianos dan a los humanos y el que los humanos dan a animales o razas consideradas por entonces inferiores (el extermino de los tasmanios, menciona expresamente la novela). La crítica al imperialismo británico, a la inoperancia del gobierno, a la soberbia que lleva a ignorar riesgos y minimizar amenazas, al individualismo... son cuestiones que subyacen en todo momento bajo una aventura contada de un modo muy desapasionado y carente de épica, donde no hay héroes ni ningún tipo de sensacionalismo. Un tono con el que Wells pretende enfrentar al lector a las consecuencias de determinados comportamientos con frialdad y sin recrearse en el drama de lo sucedido.

A la luz de las circunstancias actuales, resulta también muy impactante la descripción inicial de Marte como un planeta a punto de extinguirse y la esperanza que por ello sus habitantes ponen en la Tierra: un lugar lleno de vida, con una atmósfera amable, árboles, agua, futuro...

Entre las  adaptaciones cinematográficas destacar la dirigida en 1953 por Byron Haskin, ganadora de un óscar a los mejores efectos especiales y la más reciente, la de 2005, dirigida por Steven Spilberg y protagonizada por Tom Cruise, aunque ambas se apartan notablemente de la historia original.

Memorable por último la recreación radiofónica que Orson Wells realizó en la noche de Halloween de 1938 con la que, a modo de noticiario urgente, informaba de la invasión alienígena. El programa generó tal alarma social que en Nueva York muchos ciudadanos tomaron el ataque por real, se desató un tremendo pánico y el director hubo de pedir disculpas públicamente días después.  


Reseña publicada en la revista "Escribiendo a hombros de gigantes" de El Tintero de Oro. Marzo 2022.

viernes, 1 de octubre de 2021

Marte

 


Viajar a las estrellas había sido su sueño desde niña. Asomada a su telescopio dibujaba constelaciones, adivinaba galaxias e inventaba un futuro de exploradora espacial repleto de cohetes, de hallazgos fabulosos y amigables extraterrestres, contentos de contribuir al éxito de su investigación. 

 Durante un tiempo Max, un cándido marcianito sospechosamente parecido a E.T. ¡cuánto la había hecho llorar esa película!, fue su mejor amigo. Su confidente. También su secreto mejor guardado. En ocasiones, él le reprochaba tanto secretismo pero al final se resignaba. Eran gajes del oficio, se decía: no es posible presentar así como así a un amigo invisible sin que a uno lo tomen por loco. Y un buen amigo comprende esas cosas.

Luego, el tiempo fue pasando y la fantasía se atragantó de realidad. Sofía extravió al pequeño extraterrestre en algún rincón de su memoria pero... no lo olvidó. No del todo, al menos. Aún se colaba en su pensamiento algunas veces y la ingenuidad de ese recuerdo la llevaba a un lugar donde renacía su espíritu de conquista: el empeño irrefrenable, obsesivo casi, por descubrir nuevos mundos.

Podría decirse que lo había conseguido. Tras años de estudio y un minucioso entrenamiento a los mandos de un simulador, lista al fin para solventar sin error cualquier tipo de incidente, Sofía Méndel pilotaba ahora la primera aeronave de pasajeros con destino a Marte.

 Y sin embargo... 

Aquello no era lo que tantas veces había imaginado. Cercada por la implacable oscuridad del firmamento, sentía que al aceptar esa misión abandonaba algo que jamás lograría recuperar. Una sensación de irrealidad abrasaba su mente y un latido gélido golpeaba su pecho. No había belleza en esa travesía. Tampoco romanticismo y la ingeniera, como todos los que alguna vez soñaron encender el brillo de una estrella, era una romántica incurable.  

Las primeras colonias habían sido fundadas muy poco tiempo antes, tras el fracaso inesperado de las bases lunares. Un centenar apenas de personas repartidas en zonas estratégicas a fin de conocer las opciones de supervivencia que el planeta rojo podía o no ofrecer a los humanos. Físicos, geólogos, médicos, biólogos..., pioneros dispuestos a sacrificar la propia vida en aras del saber y de la ciencia; investigadores que periódicamente remitían a la Tierra las conclusiones de un trabajo cuyos resultados habían sido hasta el momento muy poco halagüeños. Pero el reciente hallazgo de una red de acuíferos subterránea y la expectativa de generar oxígeno de forma artificial habían precipitado los acontecimientos.

En cualquier caso, no había opción.  

La humanidad estaba condenada y el éxodo era su única esperanza.

La Tierra había colapsado. Los bosques ardían sin tregua, ríos y mares agonizaban bajo pegajosas capas de plástico, los polos se deshacían en gigantescas cataratas, el sol calcinaba los pastos, extrañas plagas mataban a los hombres y solo el silencio habitaba ya la cáscara vacía que eran pueblos y ciudades.

La emergencia climática tantos años latente había evolucionado hacia una catástrofe imposible de frenar. Cinismo y avaricia habían vencido a la cordura y la vida en el planeta se extinguía. Los humanos la habían aplastado. Siglos de civilización, de arte, de música, de poesía... se perdían para siempre. Animales y plantas desaparecían entre el polvo del desierto e, incapaz de romper la pesadilla, el ser humano caminaba a la deriva.

Los vuelos a Marte eran una solución desesperada, fruto de la angustia y la impotencia. Los futuros colonos ignoraban por completo las circunstancias con que allí se habrían de encontrar, si a largo plazo podrían adaptarse a una atmósfera sin aire o si, atados a sus trajes de astronauta, habrían de permanecer para siempre bajo tierra. Pero por muy hostiles que aquellas circunstancias pudieran resultar, estaban dispuestos a intentarlo. Era su única oportunidad. Y el tiempo se agotaba.

Una sensación de frío y soledad hizo estremecer los nervios de Sofía. Ninguna estrella consolaba la negrura del cosmos y un desamparo helado hería su alma. Tomados de uno en uno, pensó ─una punzada de culpa; un «lo siento, Max» atravesado en la garganta─, quizá sus pasajeros merecieran aquel regalo del destino pero no tomados en conjunto. De eso, no tenía duda. La raza humana era egoísta y destructiva. Había perdido toda su nobleza y no tardaría en arruinar otro planeta.

Muchas otras naves seguirían pronto el mismo rumbo ─la suya no sería la única, tan solo era la vanguardia─. Acudirían en masa, como un aluvión: un enjambre de acero sacudiendo en su zumbido el universo. Matando la magia. Dañando el misterio.

A millones de quilómetros de la Tierra, ajeno todavía a su condena, Marte orbitaba imperturbable, casi desvalido, sereno.

Sin épica, sin romanticismo ni belleza, la invasión había ya dado comienzo.




Relato publicado en la revista "Escribiendo a hombros de gigantes" de El Tintero de Oro (marzo 2022) y en la Antología "Relatos al punto de tinta" de El Tintero de Oro (diciembre 2022).



sábado, 25 de septiembre de 2021

Vuelo nocturno. Antoine de Saint-Exupéry – Reseña

 

La oscuridad muestra al hombre

Publicada en 1930 y prologada en su momento por André Guide, "Vuelo Nocturno" es la novela donde Saint-Exupéry (1900-1944)  relata, no de forma autobiográfica pero sí claramente a partir de su propia experiencia, los primeros años de la aviación comercial en el mundo. El vuelo nocturno, sin visibilidad y con instrumentos de navegación muy rudimentarios suponía un enorme riesgo en ese tiempo (años veinte del S.XX) pero comenzaba a hacerse imprescindible para resultar competitivo respecto al transporte por barco o ferrocarril.

Piloto él mismo de una aerolínea dedicada al correo postal en Latinoamérica, consciente de la épica y el peligro, del papel de pioneros que desempeñaron aquellos primeros aviadores, es ese el tema que aborda el autor en su novela. Una aventura breve, reflexiva y muy conmovedora marcada por la tensión, la voluntad de superación y el sentido del deber de unos hombres cuyo trabajo sitúa en ocasiones al borde mismo de la proeza.

La historia recrea la acción de tres pilotos que, desde Santiago de Chile, La Patagonia y Uruguay, vuelan con destino a Buenos Aires cargados de correo para Europa. Un percance inesperado en uno de ellos provocará una situación extremadamente complicada y hará dudar al fundador de la compañía hombre en apariencia duro e inflexible─ si su actuación fue la correcta, llevándole a reflexionar sobre el sentido de su vida, sobre la importancia de su tarea o la dificultad de liderar un equipo de las características del suyo.

Repleta de lirismo, de humanidad y de belleza, recorrida también por cierto sentido trágico de la vida y articulada en torno a un héroe muy particular, abrumado por la soledad y sin conciencia de serlo, Saint-Exupéry rinde homenaje a un tiempo que rápidamente quedaría en el olvido con un relato evocador, melancólico y muy sencillo pese a la hondura de lo narrado.

martes, 21 de septiembre de 2021

Sueño de una noche de teatro. Mónica Gutiérrez – Reseña

 

Pero todo aquel que tiene pesadillas es porque sabe soñar

Una pequeña compañía de teatro ultima los preparativos para el estreno de su función, una versión de Macbeth a cargo de Max Borges, director barcelonés con fama de huraño y cascarrabias. Un hombre obsesionado con la obra de Shakespeare a quien solo Elsa, su joven ayudante, parece comprender. Es ella quien disculpa siempre su carácter, aplaca sus nervios y hace de puente entre elenco y director. Tras el éxito de la representación, una invitación al festival de verano de Edimburgo hará soñar a Max con la fama y el reconocimiento internacional que cree merecer pero los acontecimientos darán allí un giro inesperado.

Entre Barcelona y Escocia, siguiéndole los pasos al rey Duncan, Mónica Gutiérrez arma una historia que es toda una declaración de amor a la literatura y al teatro. Un relato cálido y amable, en la estela de "La librería del señor Livingstone" (su novela más exitosa hasta el momento, a la que en uno de los capítulos hace un guiño cariñoso) en un tono y con un universo muy similar.

La importancia de las pequeñas cosas, el valor de la amistad, la magia latente en lo cotidiano... es lo que subyace como fondo de una trama argumental ágil y muy fácil de leer, salpicada por continuas referencias literarias y cinematográficas, repleta de tazas de chocolate, galletas, sandwiches o té (conjuro infalible contra desamor y desamparo), tardes de lluvia, afecto, ternura, sensibilidad... Un mundo donde nada malo puede suceder, no exento pese a ello de cierta picardía y retratado con mucho sentido del humor.

Ambientada con detalle, recreando paisajes, olores, sabores, adentrándose con delicadeza en el corazón de sus personajes, en sus temores y esperanzas, la autora (licenciada en Historia y Periodismo, autora del blog Serendipia) compone una novela entrañable y divertida, elegante y escrita con muchísima cercanía.

jueves, 16 de septiembre de 2021

La inquilina de Wildfell Hall. Anne Brontë – Reseña

 

...Como si detrás de la esperanza siempre tuviera que agazaparse el miedo.

Tercera de las hermanas Brontë y quizá la más desconocida, Anne (1820-1849) publicó tanto "Agnes Grey" como "La inquilina de Wildfell Hall", sus dos únicas novelas, bajo el pseudónimo masculino de Acton Bell. 

Cuenta ella misma en el prólogo que incorporó a la segunda edición de "La inquilina de Wildfell Hall" tras las tremendas críticas recibidas por escribir, decían, «con una predilección morbosa por lo grosero, cuando no lo brutal», que nunca fue su objetivo el de simplemente entretener al lector sino el de decir la verdad y mostrar las consecuencias de ciertos comportamientos sin ocultar bajo una engañosa delicadeza lo hiriente de las mismas.

Afirma, asimismo, respecto a las dudas planteadas ya entonces sobre la  identidad del autor de la novela y la posibilidad de que su nombre fuera ficticio que nada debería importar si tras él se esconde un hombre o una mujer pues «si un libro es bueno, lo es independientemente del sexo de quien lo ha escrito. Todas las novelas se escriben, o deben ser escritas, para que las lean hombres y mujeres, y no puedo concebir que un hombre se permita escribir algo que sea realmente vergonzoso para una mujer, o que una mujer sea censurada por escribir algo que sea conveniente y adecuado para un hombre». Toda una declaración de intenciones para ese año de 1848 que alumbró la segunda  edición de su historia.

Narrada a través de dos líneas temporales, presente y pasado, la trama nos adentra en la vida de Helen Graham, una misteriosa viuda que junto a su niño y una vieja criada se instala de pronto en la ruinosa mansión de Wildfell Hall. La casa ha permanecido deshabitada durante años y la nueva inquilina pronto suscita la curiosidad de los vecinos del pueblo (la maledicencia, en ocasiones) y la admiración de un joven rendido por completo a su belleza.

Años después, ese joven admirador relatará la historia de la viuda e irá desvelando poco a poco el misterio de su situación en una serie de cartas escritas a su cuñado, donde intercala extractos de un antiguo diario de la mujer que por circunstancias ha llegado a sus manos y revela sus propios sentimientos (actuales y pasados)  hacia ella.

El diario de Helen es el recurso de que se sirve la autora para exponer el sufrimiento de su protagonista, darle voz y dejar que sea ella misma quien relate las miserias de un matrimonio fracasado, marcado por la violencia y el alcoholismo de un marido poco virtuoso que humilla a su esposa a la menor oportunidad, la maltrata psicológicamente de todos los modos posibles y acaba siendo una nefasta influencia para el hijo; de la vergüenza, la soledad e indefensión a que ello la conduce.

El libertinaje y la degradación en que inevitablemente derivan ciertos excesos, la confrontación entre el bien y el mal, el duelo entre la virtud y el oprobio, es lo que la historia aborda sin tapujos, de un modo tan descarnado que llegó a herir la sensibilidad de alguno de sus primeros lectores y fue lo que motivó la dureza de las críticas con que fue recibida.

Pese a la intención moralizante y el reproche que pretende, la trama resulta muy atractiva y engancha de inmediato. La narración es ágil, los personajes todos muy bien construidos (no solo los protagonistas sino toda la red de amigos, familia o sirvientes que se articula en torno a ellos) y la ambientación repleta de detalle y delicadeza.

Novela arriesgada y muy valiente para la época (novedoso también para el momento el recurso de las cartas y el modo de insertar una historia dentro de otra, haciéndolas confluir en la resolución argumental), muy crítica respecto al papel de la mujer en la sociedad victoriana, el sometimiento extremo a que se encontraba sujeta y la enormidad de los prejuicios que caían sobre ella.