viernes, 30 de julio de 2021

La señorita Mackenzie. Anthony Trollope – Reseña

 

Había resuelto no conformarse con una vida sin vida

«No especialmente guapa, brillante ni graciosa», describe el autor a su heroína al comienzo de esta historia. Una mujer −Margaret Mackenzie− mediada la treintena, soltera (o ya solterona), dedicada durante años al cuidado de un hermano enfermo cuya muerte la convierte de pronto en rica heredera. Sin obligaciones ni ataduras que condicionen su voluntad, libre por primera vez, ella se irá rebelando poco a poco contra el papel que, en el Londres de mediados del S.XIX donde transcurren monótonos sus días, parece querer imponerle la sociedad.

 Decidida a luchar por su felicidad, Margaret se traslada entonces al pequeño pueblo de Littlebath a fin de establecerse y ser allí miembro activo de los círculos sociales. Muy pronto comenzará a ser cortejada por tres pretendientes que, lejos de cualquier romanticismo, en ningún momento ocultan su interés por el dinero como motivo de fondo para su aproximación.

Sobre tal argumento, con muchísima ironía y sentido del humor, Anthony Trollope (1815-1882) retrata las miserias de una sociedad victoriana a la que enfrenta sin compasión a sus hipocresías y trata de hacer reflexionar sobre la mezquindad que ocultan ciertas actitudes, lo inapropiado de algunas convenciones religiosas o la dependencia extrema del dinero como condicionante de la posición social.

La situación de la mujer y lo imprescindible de un buen matrimonio para poder ser tenida en cuenta, la pasividad y falta de opinión que siempre se espera de ella, es otro de los grandes temas de una novela donde el narrador toma claramente partido a favor de su protagonista −una mujer valiente, empeñada siempre en hacer lo correcto− y se dirige directamente al lector para comentar con él el proceder de sus personajes, las reflexiones que los mueven, sus aciertos o errores.

Pese a la aparente sencillez de la trama, Trollope logra una historia de gran profundidad psicológica, repleta de giros argumentales y, en un tono muy divertido, burlón incluso, arma un personaje (muy similar a alguno de los de Jane Austen) plenamente consciente de sus limitaciones pero también de sus capacidades. Una mujer que no persigue el amor a cualquier precio, que muestra sus inseguridades, esperanzas, miedos, contradicciones... Una mujer de su tiempo que lucha por la propia felicidad, que no se conforma y se rebela contra la tradición y la injusticia.

Magnífica finalmente la edición con la que hace unos años D'Época Editorial inició su "Biblioteca Trollope" recuperando así una obra inédita hasta el momento en castellano.

jueves, 22 de julio de 2021

Los reflejos de la luna. Edith Wharton – Reseña

 

Y por un tiempo la emoción superficial de su vida le procuró la ilusión del placer

Publicada en 1922, dos años después de haber recibido el Pulitzer y ya como autora consolidada, Edith Wharton recorre en "Los reflejos de la luna" los primeros meses de convivencia de una joven pareja americana, Nick y Susy, ambos atractivos y brillantes, acostumbrados a triunfar en sociedad y sacar partido de la indolencia y el carácter caprichoso de la adinerada burguesía de la época: un grupo de gente rica que los acoge por divertimento y a quien ellos en secreto desprecian.

Enamorados pero incapaces de renunciar al lujo y al ambiente en que, poco a poco, han logrado introducirse, casi como un juego más, deciden un día casarse bajo condición de una separación amistosa si alguno de los dos encontrara en el futuro un partido mejor. Comienzan así una luna de miel que los llevará a recorrer Europa y a disfrutar, gracias a las villas que diferentes amigos ponen a su disposición, del modo de vida con el que siempre han soñado: apariencias, fiestas, ociosidad...

Las cosas, sin embargo, empezarán a torcerse a partir de un desencuentro del que se servirá la autora para plantear los temas de fondo de la novela: los límites morales de determinados comportamientos, la fragilidad del amor, las consecuencias de la mezquindad y la mentira o el miedo a la soledad.

Con una trama muy entretenida, repleta de intrigas y malentendidos y un recorrido por los escenarios más reconocibles de la Europa de principios del S.XX en que transcurre la historia, saltando de Venecia a París o de París a Londres, Wharton enfrenta a sus personajes al sinsentido de una vida vacía e hipócrita, al desconsuelo de sus propios egoísmos y las contradicciones de ciertos comportamientos, armando con ello una crítica social demoledora y mostrando también con elegancia pero muchísima ironía el papel de la mujer en la época y sus nulas opciones vitales si no era a través del matrimonio. Fundamental en ese sentido unos personajes secundarios desengañados, cínicos, patéticos en ocasiones y con una serie de vivencias a sus espaldas que parecen marcar el camino que empiezan a recorrer los protagonistas.

Historia de corte clásico que pone de manifiesto la técnica y habilidad de la  autora para crear ambientes y personajes, la sutileza con que formula ciertas denuncias y la maestría con que va conduciendo el argumento hacia un clímax final cargado de tensión e incertidumbre.

jueves, 15 de julio de 2021

Silas Marner. George Eliot – Reseña

 

Hay la opinión que un hombre tiene de sí mismo y la opinión que los demás tienen de él

Acusado de un robo que no ha cometido, Silas Marner, protagonista de una historia que la propia autora destacó como su favorita, abandona la ciudad y la comunidad religiosa que hasta ese momento lo ha acogido para instalarse en Raveloe, un pequeño pueblo de la campiña inglesa, donde refugiará su desengaño y donde, poco a poco, se irá convirtiendo en un viejo huraño y solitario, dedicado por completo al trabajo en su telar y a guardar con avaricia el abundante tesoro de monedas de oro y plata que tiene en su poder.

Dos sucesos inesperados pronto cambiarán, sin embargo, el curso de los acontecimientos y darán un vuelco absoluto a las circunstancias de su vida.

George Eliot ─pseudónimo de la inglesa Mary Ann Evans (1819-1880)─ teje sobre tal argumento un relato cargado de buenas intenciones, donde enfrenta codicia y egoísmo a desinterés y bondad y expone claramente las consecuencias de ambas actitudes.

Con una gran galería de personajes y tramas secundarias o paralelas en realidad a la principal, Eliot adentra al lector con mucha habilidad en los modos y costumbres de la sociedad rural victoriana de esa segunda mitad del S.XIX donde sitúa su  historia. Nos asoma al mundo de apariencias en que se mueve la aristocracia, a los primeros signos de una industrialización que ya comienza a ganar presencia durante esos años, a la influencia que sobre cada individuo ejerce la comunidad, a la importancia en la vida personal del sentimiento religioso...

Todo ello a través de una peripecia amable, crítica e irónica pese a todo, e impregnada de un gran talento narrativo: ingeniosísimos algunos diálogos y sencilla y natural una prosa capaz de dibujar ambientes y personajes con apenas un par de pinceladas.

Novela breve, inferior a Middlemarch o El Molino del Floss (obras maestras de la autora) pero absolutamente recomendable. Delicada y muy decimonónica, sin ningún exceso no obstante de sentimentalismo o carga moralizante y muy agradable de leer pese a la hondura de los temas que plantea.

domingo, 4 de julio de 2021

La maestra del valle


─Buenos días, señorita Sullivan.

─Buenos días, niños ─sonrió la maestra al cantarín saludo de los alumnos. Se acomodó en su pupitre y esperó un instante a que los chiquillos prepararan plumieres y cuadernos─ Muy bien, decidió al fin. Abrid todos el libro de lectura por la página veintisiete. ¿A quién le toca hoy empezar a leer?

Un crío pelirrojo con la cara llena de pecas y aire desenvuelto levantó la mano, se puso luego en pie y, al gesto de su profesora, comenzó en el párrafo indicado:

A las márgenes del río, allí se extienden campos anchos de cebada y de centeno...

Cómo Carla Sullivan había llegado a convertirse en la maestra del valle, era para ella misma un misterio. Dos años atrás hubiera tomado por loco a quien le hubiera predicho aquel futuro pero... allí estaba ahora: perdida en una tierra remota, solitaria y poblada por gentes sencillas que nada sabían de su vida y su pecado.

─Anna, tu turno ─sorprendió con picardía a una niña absorta en el lazo de sus trenzas.

Palidece el sauce, el álamo vacila y las brisas..., cogió carrerilla, tras un momento de vacilación, la pequeña.

Afuera comenzaba a llover. El ganado pastaba en la llanura y las nubes borraban con rapidez la línea del horizonte. Pronto llegaría el otoño y la escuela cerraría sus puertas hasta la siguiente primavera. Solo durante unos pocos meses al año se impartían las clases con regularidad pero ella había insistido mucho a los padres y al comité escolar que decidió su contrato sobre su disponibilidad permanente y la importancia de la educación para el desarrollo de la aldea.

 Había descubierto con sorpresa cuánto le gustaba aquel trabajo. El bien que hacía a los niños y la influencia que por medio de ellos ejercía en la cultura de los padres, le parecía un regalo. Aquello había sido un efecto indirecto, desde luego, en ningún caso la razón de su escapada pero ya había aprendido a esas alturas  a aceptar sin miramientos las cosas buenas de la vida.

«¡Ay, madame Carla!, ¿quién te ha visto y quién te ve?», se burló de su situación con ironía. ¡Cómo se reirían sus chicas si la sorprendieran ahora entre sumas, restas y lecturas infantiles!  Las echaba de menos. Sí, mucho. Durante años habían sido su única familia, siempre juntas en lo bueno y en lo malo y sin embargo...

─Ya hemos terminado el capítulo, señorita Sullivan ─la voz de Anna la trajo de vuelta a la realidad con un respingo─ ¿pasamos al siguiente?

─No, gracias Anna, puedes sentarte. Terminad en silencio los ejercicios de  matemáticas y avisadme si necesitáis ayuda.

Se acercó a la ventana. Pese a la lluvia, los hombres continuaban a lo lejos su trabajo. Infatigables y esforzados. ¡Qué diferentes, pensó con extrañeza, de aquellos otros que fueran su mundo en otro tiempo!

El recuerdo hirió su cuerpo con un escalofrío. Apretó el chal contra su pecho y ahuyentó con un suspiro la pena atrapada en su garganta. Los remordimientos todavía la acosaban. No había sido esa su intención pero... lo había hecho. Había matado a un hombre y perdido para siempre la paz de su alma.

La fiebre del oro recorría por entonces el país de punta a punta. Pueblos enteros brotaban al pie de los yacimientos y una legión de aventureros buscaba fortuna.

El salón de madame Carla aumentaba su prestigio día a día gracias al descaro de sus chicas (francesas, rumoreaban algunos), a los bailes de can-can y a la velocidad con que entre naipes y dados el oro cambiaba de dueño.

 Pero aquellas noches eran peligrosas y, al fin, sucedió lo inevitable.

Un pistolero con un arma en cada mano, cartucheras a la altura de la cadera, entró una madrugada en el salón exigiendo la caja. Los clientes ya se retiraban y las camareras terminaban su turno. Acorralada tras la barra, Carla Sullivan comprendió al instante lo que ocurría. Y supo con certeza que aquel momento comprometía su vida: jamás olvidaría aquellos ojos siniestros, aquella voz de hielo vibrante como el acero, la lasciva sonrisa en el rostro del matón al resbalar la mirada por su cuerpo.

 Esa sonrisa fue su perdición.

 Si se hubiera conformado con la bolsa del dinero...

Cuatro disparos lo tomaron por sorpresa. Sus miembros perdieron de golpe la tensión, su cabeza se inclinó hacia delante en un gesto estupefacto y cayó de bruces contra el suelo. Tenía el corazón atravesado.

Aún humeante, la pistola regresó al liguero de donde había salido con rapidez de prestidigitador. Madame Carla recuperó de inmediato el control de sus sentidos y, atónita ante el efecto de su cólera, huyó despavorida.

Una caravana de colonos en pos de nuevas tierras fue su salvación. Acogieron su culpa y su silencio sin reproches y enterraron las huellas de su nombre en el polvo del camino.

La rueda del destino había girado su rumbo de improviso.

Comenzó a enseñar las cuatro reglas a los niños, a escribir, a leer... Inventaba para ellos juegos y canciones. Tenía paciencia y le encantaba esa tarea. Ganó fama de buena maestra y... lo demás era historia. Allí estaba: la recatada señorita Sullivan ocultando en las agujas de su moño sus rizos de corista.

No añoraba los viejos tiempos. Su carácter despreocupado y mundano se había transformado por completo. Aquel valle solitario al borde del río era ahora su lugar; el refugio que la amparaba y la ayudaba a olvidar muchas cosas.

Solo lamentaba no haber podido despedirse de las chicas pero le pudo el miedo a verse encarcelada. ¿Qué habría sido de ellas? ─se preguntaba a menudo en sus noches de insomnio─ ¿Habría Marie tomado las riendas del negocio? Quizá, ¿quién sabe...?

Las campanas de la torre del reloj marcaron la hora del almuerzo y los niños salieron de estampida. Un presagio de futuro le ensoñó el rostro a la maestra y una lágrima agradecida rodó por su mejilla.

Atrás quedaba el pasado.

Un nuevo comienzo llenaba con su aroma el aire de promesas.







Primer premio "Relatos Compulsivos ". Julio 2021.
 (Tema: el Oeste)