Aún
es muy temprano, apenas amanece, cuando harto de dar vueltas y más vueltas en
la cama Alfredo decide levantarse. Hoy es su aniversario. Quizá eso lo haya
puesto algo nervioso. «¡Qué
tontería!», piensa,
mientras a oscuras se calza las zapatillas de andar por casa y se acerca a la
ventana. Nunca estuvo atento a efemérides ni fechas y ahora de pronto lo
emocionan sin motivo: lo toman por sorpresa y al menor descuido lo rompen en
llanto. Traiciones de la edad.
Al
otro lado del cristal, la ciudad se despereza: ruge el metro bajo el asfalto,
apagan las aceras sus últimas farolas, consuela una madre, tras el tabique de
su cuarto, la hambrienta impaciencia de un bebé.
Perdida
la mirada en la luz turbia de la mañana, el anciano da cuerda al viejo Cyma que desde hace más de cincuenta
años (regalo de bodas) marca sus horas y lo abrocha a su muñeca. Sale al cabo
de un momento de la habitación todavía en pijama y zapatillas. Se dirige a la
cocina y enciende la radio. Desayuna escuchando bajito las noticias, ojea
distraído el periódico del día anterior y, sin apenas darse cuenta, su
pensamiento vuela hacia ella: Ana. Su risa, su pelo largo y rojizo, sus pecas
de niña traviesa, su olor a talco y a jazmín...
«¿Adónde se les fue la
vida?», se pregunta el
hombre con un pellizco de tristeza. Siente que el tiempo pasó en un suspiro,
tan rápido que le parece mentira.
⸺ ¡Pero, Abu! ¿Qué haces levantado tan pronto?, la voz de Laura lo saca de golpe del
ensueño y lo trae de nuevo a la realidad.
⸺ Hola,
cariño −sostiene un instante su cara entre las manos y la besa− ¿Ya te marchas?
Tres
años atrás, cuando Ana enfermó, Laura se les instaló en casa. Esa chiquilla ha
sido desde entonces su ángel guardián. La cercanía del barrio a la facultad fue
en aquellos primeros días la excusa. No tuvo el abuelo la entereza de negarse.
Aceptó sin rechistar su compañía. Agradecido. Aliviado. Le dolía tanto el
desamparo. Tenía tanto miedo.
⸺ ¡Sí!
¡Me voy que pierdo el bus! ¡Ciao, Abu!
Sonríe
divertido al verla desaparecer a la carrera con una tostada entre los dientes.
Tiene clase y llega tarde. Otra vez. Ay.
«¡Venga,
en marcha, viejo bobo!», refunfuña para sí con ironía. Apura el café y regresa
al dormitorio. Hoy no debe retrasarse, es su aniversario, su esposa lo espera.
Frente
al armario, abierto de par en par, duda si camisa blanca o azul. Un relámpago
de coquetería lo inclina hacia la blanca: más elegante, reconoce al fin ante el
espejo. Elige americana, se anuda con esmero la corbata, esa de lunares rojos del
último cumpleaños, su favorita y, llaves y cartera en mano, sale de casa.
En
la calle el sol apenas calienta, hace frío y amenaza lluvia.
Enfrascado en sus pensamientos, ajeno por
completo a cuanto pueda distraerlo de su cita, Alfredo cruza el parque, toma un
taxi y en pocos minutos alcanza su destino.
⸺ Buen
día, señor, lo despide el conductor dejándolo junto a una verja de hierro que él
atraviesa despacio.
Se
detiene un momento en el puesto de flores de doña Amelia, intercambian
novedades de hijos y nietos, compra un ramo de margaritas blancas y amarillas
(Ana las adora) y le pide una tarjeta. Prosigue luego su camino y al fin...
⸺ Aquí
estoy, amor, susurra con ternura.
Arrodillado
sobre el césped, al borde mismo de la sepultura, desata las flores con cuidado
y saca de su sobre la tarjeta: «Alumbra mi vida tu recuerdo», escribe a grandes
trazos sobre ella.
Relato
publicado en la Antología del Tintero de Oro "Tinta, papel y...¡acción!". Diciembre 2019.