martes, 27 de abril de 2021

Las huellas de la vida. Tracy Chevalier – Reseña

 

Obras de arte que nos recuerdan como era el mundo en otra época

Conocida especialmente por "La joven de la perla" donde dio voz al personaje del famoso cuadro de Vermeer, Tracy Chevalier recupera con "Las huellas de la vida" la historia de Mary Anning y Elizabeth Philpot, dos pioneras de la paleontología cuyo nombre, pese a la importancia de sus hallazgos, se perdió con el paso del tiempo. Mérito y fama fueron atribuidos a geólogos de renombre en la época y la labor de ambas (mujeres, al fin) cayó en el olvido.

Reproduce con detalle Chevalier en esta ficción histórica la Inglaterra de principios del S.XIX para mostrar el nulo papel que en ella desempeñaban las mujeres: su imposibilidad de acceder al mundo académico o de participar por sí mismas en la vida social, la importancia fundamental del matrimonio para ganar una posición respetable, sus ansias siempre frustradas de libertad...

Narrada a dos voces, la historia va alternando el relato en primera persona de Mary, una muchacha pobre, dedicada a la búsqueda de fósiles en la playa de Lyme que vende luego como ayuda para la subsistencia familiar; y de Elizabeth, solterona londinense, culta y bien situada que, tras el matrimonio del hermano, dueño de la casa donde hasta entonces han vivido juntos, se instala en ese mismo pueblo costero para, también igual que Mary, obsesionarse con el estudio de los fósiles.

Dos mujeres antagónicas, procedentes de mundos opuestos y con edades muy dispares, unidas por la rebeldía y un ansia de conocimiento que las conducirá al descubrimiento de nuevas especies, de unos seres (ictiosaurio y plesiosaurio) desconocidos por completo en esos años, cuya existencia y posterior extinción cuestionarían, de ser ciertas, toda explicación religiosa sobre el origen del mundo, apuntando hacia teorías evolutivas por completo enfrentadas a  la doctrina de la Iglesia. Debate este muy presente a lo largo de toda la novela.

La autora (gran narradora de emociones) perfila así dos protagonistas fuertes, ajenas por completo a los moldes sociales que deberían encorsetarlas; dos mujeres luchadoras y esforzadas que van tomando conciencia poco a poco del valor de su trabajo y que sufren una gran evolución psicológica a lo largo del relato. Con un ritmo pausado y discreta sensibilidad, nos muestra su carácter, sus miedos, sus desilusiones, sus anhelos... mientras recrea a la perfección el ambiente y la cotidianeidad de sus vidas.

Historia de contrastes, repleta de matices, capaz de evocar con habilidad y delicadeza un mundo perdido.

martes, 20 de abril de 2021

Juicio a una zorra – Reseña

 

Una eternidad de fealdad para expiar mis culpas

Acusada de provocar una guerra mítica, prototipo de mujer manipuladora y seductora, de belleza casi divina, Helena de Troya (única hija de Zeus con una mortal) decide someterse sin disfraz al juicio de los hombres para dar su versión de lo ocurrido, en un particular ajuste de cuentas con la providencia.

Con ese punto de partida, Miguel del Arco, autor y director de una obra provocadora ya desde el mismo título, arma una historia donde da voz a un personaje atrapado en su leyenda: una leyenda que odia y de la que no logra escapar. Una mujer ahora envejecida, desafiante y mordaz, que, de un modo muy crudo, rememora su historia en busca de justicia («¿quién escribe la historia?», repite continuamente, a medio camino entre la rabia y la impotencia). Una mujer adicta al vino y a una pócima que adormece su dolor y no deja, por eso, de beber; que, harta del odio suscitado, reivindica sus decisiones, sus victorias y derrotas; que expone frente al mundo sus heridas y su intimidad más honda; que reclama, al fin, su derecho al silencio y al olvido.

Una revisión del mito donde Helena toma las riendas de su destino, cuestiona a los héroes, se rebela contra el maltrato sufrido y reta con insolencia a unos dioses que la ignoran y parecen haberla abandonado, en un  texto salpicado de ironía pero con una gran carga dramática que la interpretación de Carmen Machi llena de matices.

Saltando de la cólera a la angustia, de la esperanza a la desolación, asistimos a un monólogo con una gran variedad de registros que duele y conmueve por el sufrimiento y la amargura latente en cada palabra pero que también invita a reflexionar por la crítica hacia el poder, hacia la persistente invisibilidad de la mujer y hacia ciertos estereotipos que contiene.

Una obra magnífica, representada con enorme éxito en su momento, disponible ahora en el programa "Escenario 0" de HBO.

lunes, 12 de abril de 2021

La maldición de Hill House. Shirley Jackson – Reseña

 

Lo que nos da miedo es vernos a nosotros mismos claramente y sin disfraces

Una casa encantada, un investigador empeñado en desentrañar su misterio, incertidumbre, soledad, miedo, remordimientos...

Considerada una de las mejores novelas de terror del S.XX, "La maldición de Hill House" es una historia de fantasmas tejida con enorme sutileza y engañosa sencillez. Sin recurrir en ningún momento a los habituales e impactantes trucos del género, huyendo de cualquier tipo de sensacionalismo y solo mediante las reflexiones, sentimientos o expectativas a que somete a sus personajes, Shirley Jackson (1916-1965) genera una atmósfera tremendamente inquietante y arma una trama de gran potencia psicológica.

Tratando de realizar un experimento en el ámbito de lo paranormal que pueda catalogarse de científico, el doctor Montague convoca en Hill House −una mansión abandonada cuyos muros guardan la leyenda de una maldición− a un pequeño grupo de personas potencialmente capaces de avivar las fuerzas latentes en la casa. Solo dos de ellas, sin embargo, acaban acudiendo a la cita: Theodora, una artista con poderes telepáticos, de trato fácil y apariencia encantadora y Eleanor, una treintañera tímida y solitaria, envuelta durante su adolescencia en un suceso inexplicable y dedicada luego durante años al cuidado de su madre. A ellas y a modo de anfitrión se une Luke, sobrino de la dueña de Hill House y único heredero de la propiedad.

A partir de ahí, la autora va presentándonos, poco a poco, a sus personajes: carácter, emociones, flaquezas... y pese a que todos ellos aparecen con una personalidad muy marcada y bien definida, es Eleanor quien pronto se convierte en la principal protagonista de la historia. Anulada por su familia, siempre reprimida y carente de toda autoestima, la aventura a que se lanzan tiene mucho más significado para ella, por lo rompedor y alejado de su mundo y sus rutinas, que para sus compañeros. Es desde su punto de vista desde donde se narra la historia y es también el personaje más complejo y el que más evoluciona psicológicamente a lo largo de ella.

Repletos de aristas y matices, de apuntes que insinúan intenciones ocultas o personalidades bien distintas de las que se permiten traslucir, la ambivalencia inherente a cada uno de los integrantes del grupo, genera una sensación opresiva y provoca una tensión creciente a lo largo del relato que atrapa de inmediato al lector y quizá sea la seña de identidad más relevante de la novela. Porque más que el miedo a lo sobrenatural o a lo desconocido, es el miedo a nosotros mismos y al mundo que nos rodea lo que Jackson aborda como tema de fondo: el peso del pasado, las consecuencias de egoísmos y sentimientos reprimidos, el trauma de la culpa, las obsesiones o remordimientos ocultos tras la máscara que esconde lo que duele o incomoda...

Una multitud de detalles, reflexiones y muestras del estado emocional de sus protagonistas: nerviosismo, angustia, envidia, hipocresía..., recorre una narración capaz de sugestionar al lector tan solo con el esbozo de alguna situación inesperada. Es el frío que inunda de pronto una estancia, la imagen de una sombra apenas intuida, un crujido inexplicable o la sorpresa de una puerta que se cierra sin motivo, lo que sostiene de forma constante un clima muy perturbador y hace presentir la existencia de algo dañino aguardando al acecho.

Fundamental en ese sentido la recreación de la casa −un edificio donde todo parece estar torcido− y el ambiente laberíntico que pesa sobre ella, como marco de un mal que nunca llega a manifestarse de forma explícita y podría ser por ello incluso fruto de una simple sugestión. Una amenaza invisible que juega con el miedo a la soledad y a la locura y deja en el aire la duda de si, tal vez, sea la propia mente de alguno de los visitantes (Eleanor) la fuerza causante de los extraños fenómenos que tanto los asustan.

Una historia fascinante, referente para maestros del terror como el mismísimo Stephen King,  que seduce por lo hipnótico de su ritmo y el torbellino emocional que provoca en unos personajes con los que, en un primer momento, resulta muy fácil empatizar pero cuyas decisiones, a partir de un punto determinado, se van haciendo cada vez más incomprensibles, extrañas y  dolorosas.


Reseña publicada en la revista "Escribiendo a hombros de gigantes" de El Tintero de Oro. Enero 2022.

jueves, 8 de abril de 2021

La niña duende. George Sand – Reseña

 

Quien tiene el coraje de encerrar su pena tiene mayor fuerza contra ella que quien se compadece

Recién publicada por Alba Editorial, "La niña duende" pertenece al grupo de las llamadas novelas campestres de George Sand, seudónimo de una de las escritoras (Aurore Dupin)  más comprometidas y más reconocidas del Romanticismo europeo. Una autora de quien Dostoievski llegaría a decir: «George Sand es un nombre que no tenemos derecho a olvidar, un nombre que no desaparecerá jamás».

Narrada en el tono propio de los cuentos de hadas y originalmente publicada por entregas (1848-1849), esta historia aborda la vida en un pequeño pueblo francés de dos hermanos gemelos, Landry y Sylvinet, a partir del momento en que, ya casi adolescentes, el padre envía a uno de ellos a trabajar a una granja vecina y deben entonces separarse por primera vez. El modo en que cada uno afronta la separación −con serenidad y valentía Landry; con desconsuelo y amargura Sylvinet− es el argumento central de un relato muy emocional que en todo momento contrapone bondad y altruismo a celos y rencor para mostrar las consecuencias de tales sentimientos sobre el alma humana.

Incapaz de aceptar la separación del hermano, creyéndose excluido de la nueva vida, de los nuevos amigos que hará en la granja, de los primeros amores... mortificado por no ser ya el centro de su mundo, Sylvinet irá consumiéndose poco a poco de rabia y celos, consciente de la mezquindad de sus propias emociones pero incapaz de luchar contra ellas. La intervención de una muchacha −esa niña duende a que alude el título, personaje esencial del cuento−, nieta de una curandera con fama de bruja, a quien todos en el pueblo desprecian por pobre y fea, dará un giro al curso de los acontecimientos y a la relación de los protagonistas.

Historia amable, cargada de buenos sentimientos, delicada y muy bucólica, en torno al tránsito de la infancia a la edad adulta y a la injusticia de ciertos prejuicios, salpicada brevemente por leyendas de duendes y trasgos e impregnada de melancolía.

viernes, 2 de abril de 2021

El secreto de la casa al pie de la colina

 


Sus últimos inquilinos la creían encantada. Impregnada por una presencia extraña que, en cualquier momento −contarían luego−, sentían al acecho. Algo que los observaba, que se burlaba de sus miedos y no lograban conjurar. Una noche de tormenta, el destello de un relámpago confirmó sus aprensiones y los hizo huir despavoridos. Nunca regresaron y la casa permanecía inhabitada desde entonces, rodeada por un halo de leyenda.

Aquello había sucedido mucho tiempo atrás, tanto que ya nadie en el pueblo recordaba con exactitud lo ocurrido pero el lugar mantenía intacto su misterio y la casa al pie de la colina se desmoronaba lentamente por falta de atenciones. Los propietarios no lograban traspasarla y los carteles de «se vende» desaparecían, poco a poco, tragados por la hiedra.

Iris y yo la descubrimos un verano por casualidad. Paseábamos por el campo con los perros, de vacaciones en un pequeño hotel de la sierra, Thor echó a correr en pos de una ardilla y acabó por pararse ante su verja. Mi mujer se enamoró de la casa de inmediato. Un edificio de dos plantas, tejas rojas y piedra gris, rodeado por un muro que lo separaba de la carretera. El jardín se veía descuidado pero, a la luz del crepúsculo, una belleza decadente lo empapaba de romanticismo. 

Fue fácil hacernos con ella y no lo hicimos engañados. La mala fama que arrastraba había desplomado su precio hasta un límite impensable e, insistiendo en lo inconveniente de la compra, el agente inmobiliario no nos ocultó el motivo. «No se preocupe −bromeó Iris, divertida−, estaremos encantados de convivir con un fantasma. Si le digo la verdad, siempre he querido ver alguno».

Meses después la teníamos lista. Unos cuantos arreglos y como nueva, una casita de cuento en medio del bosque, algo apartada del pueblo pero a buena distancia para alcanzarlo en bicicleta, refugio perfecto para dos urbanitas estresados como éramos entonces.

Iris estaba feliz. La decoró con esmero, pendiente de cada detalle, desempolvó viejos arcones y la llenó de flores. Y, cuando todo estuvo a su gusto, quiso celebrarlo con una fiesta de inauguración. Algo discreto. Un fin de semana campestre, un par de matrimonios amigos, una cena tranquila...

 Fue en esa cena cuando todo se torció.

 Un retazo de luna flotaba esa noche en la ventana, la mesa, iluminada por las velas, brillaba como una isla en medio de la oscuridad, el ambiente era perfecto para desatar confidencias y secretos y pronto nos vimos relatando la maléfica historia del lugar.

Alguien propuso entonces, entre risas, retar a los espíritus y todos aceptamos el juego de buen grado. Despejamos la mesa de las huellas de la cena, colocamos en el centro un vaso boca abajo y una vela, enlazamos en círculo nuestras manos, como tantas veces habíamos visto hacer en las películas, e invocamos lo desconocido.

Ojalá no lo hubiéramos hecho.

Un silencio de plomo cayó al instante sobre nosotros, pesado como una losa. La situación comenzó a angustiarme con demasiada rapidez, el corazón me aporreaba el pecho, tenía las manos heladas y sentía la garganta a punto de estallar. Miré con recelo en torno a mí y la lividez de mis amigos me sobresaltó. Iris se aferraba a mi mano, tratando de contener el llanto y todos supimos al mirarnos que algo muy extraño acababa de ocurrir.

Unos golpes en la puerta nos hicieron, al fin, dar un grito de terror, un redoble ensordecedor, como tambores de guerra, que retumbó por todos los rincones de la habitación. El viento abrió con violencia la ventana, las luces se apagaron y una ráfaga helada nos acarició las mejillas.

Escuchamos después una risa fuerte y un hedor asfixiante, húmedo y putrefacto, nos hizo desvanecer. El eco de aquella carcajada perdiéndose entre los árboles del bosque es el último recuerdo que conservo de la noche.

Despuntaba ya el amanecer cuando, aturdidos por la confusión y la perplejidad, despertamos del desmayo. Todo parecía en orden y alguna necedad en torno al vino quiso camuflar de alucinación lo sucedido.

Nos faltó valor para hablarlo y ni siquiera, al quedarnos solos, consintió Iris en comentarlo conmigo. Ahuyentó lo imposible con un gesto, recogimos deprisa los restos de la fiesta, cerramos la casa con llave y huimos como dos fugitivos. Algo inexplicable y maligno la habitaba, algo que no podíamos ver pero estaba, que no era superstición, que no era invento y no era sueño.

Tampoco nosotros regresamos nunca. Y allí permanece. Al pie de la colina. Abandonada y solitaria, engordando su leyenda.



Relato publicado en la revista "Escribiendo a hombros de gigantes" de El Tintero de Oro. Enero 2022.