sábado, 31 de octubre de 2020

El Golem. Gustav Meyrink - Reseña

 

¿Quién puede decir que sabe algo sobre el Golem?

«Todo en este libro es extraño», así definió Borges esta enigmática historia, considerada obra maestra de su autor, el austriaco Gustav Meyrink (1868-1932), que toma como punto de partida el mito judío del Golem: un ser artificial hecho de barro, capaz de cobrar vida gracias al poder de las palabras y cometer los actos más atroces.

El protagonismo de esta criatura en la novela no va más allá, sin embargo, de representar la conciencia colectiva del barrio judío de Praga donde transcurre la acción y servir de metáfora para mostrar los peores demonios que esconde en su interior el ser humano.

El argumento adentra al lector en la vida de Athanasius Pernath, un hombre que tratando de trascender desde el mundo material al espiritual, se encuentra de pronto habitando un tiempo y una realidad treinta y tres años anterior a la suya. Pernath es un hombre perplejo ante su propia existencia que, tras haber sido sometido a hipnosis por algún tipo de trastorno mental (indeterminado), no recuerda su pasado y se lanza por ello a una búsqueda que le ayudará poco a poco a reconstruirlo e ir comprendiendo determinadas circunstancias. Una serie de sucesos, asesinatos, apariciones del Golem en las que él siempre parece estar implicado y encuentros con personajes de extraños poderes místicos, marcarán ese recorrido vital e irán conduciendo la trama hacia un desenlace sorprendente e inesperado, aunque  no del todo exento de interpretación.

La narración aparece envuelta, casi desde el principio, en una atmósfera onírica, opresiva y algo tenebrista que la carga de un terror psicológico sutil pero muy perturbador.

Repleta de reflexiones que muestran el mundo interior, los miedos e inquietudes del protagonista pero también de magia y esoterismo, es esta una historia oscura e inquietante, con un universo muy particular que no resulta fácil de entender. Realidad y ficción se entremezclan continuamente y resulta difícil en ocasiones distinguir si lo que ocurre es sueño, delirio o realidad.

La narración en primera persona y el desconcierto en que, desde el inicio, se halla sumido el narrador, genera una sensación de claustrofobia y desasosiego que da al relato un tono muy especial. Las situaciones, los olores, el ambiente del gueto judío y, sobre todo, las dudas y los atormentados sentimientos del protagonista aparecen muy bien reflejados pero la historia, por momentos, resulta algo confusa quizá por el exceso de simbolismo que hay en ella y por la exigencia, para una adecuada y total comprensión, de ciertos conocimientos previos sobre el mundo y los ritos judíos. Al carecer de explicación ni referencias, muchas escenas resultan incomprensibles.

Clásico al que merece la pena acercarse por lo que tuvo de innovador y arriesgado para la época (fue publicado por primera vez en 1915 y se dice que ejerció luego una gran influencia sobre Kafka)  pero complejo y muy exigente en su lectura.


sábado, 24 de octubre de 2020

La noche se detiene. Ovidio Parades - Reseña

 

Solo siento miedo y dolor

Julia Aguado, la protagonista de esta novela, es una mujer próxima a los cincuenta que, tras haber visto truncadas una y otra vez sus expectativas profesionales y pese a su licenciatura en Historia, trabaja como cuidadora nocturna de una octogenaria algo demenciada y cascarrabias en una pequeña ciudad del norte.

 Una noche de primavera y a raíz del ruego que, en un momento de lucidez, la anciana le formula, Julia se verá sumida en un dilema moral que la enredará en el torbellino de la duda y la llevará a evocar un tiempo sino más feliz, al menos sí más ingenuo y esperanzado.

Así, saltando continuamente del presente al pasado, a través de los recuerdos y pensamientos que la acechan durante esa interminable madrugada, iremos conociendo, poco a poco, las circunstancias de la vida de Julia: sus ilusiones, desengaños, alegrías, decepciones...; sus miedos, su fragilidad, su valentía, su ternura... y comprendiendo con ello determinados comportamientos y actitudes.

Tercera novela de Ovidio Parades, "La noche se detiene" es una historia profundamente reflexiva, impregnada de un halo de melancolía que la recorre de principio a fin. Una historia en torno a la amistad, al amor, la vida y la muerte que no oculta el dolor frente al paso del tiempo, el desamparo frente a lo inesperado o el vértigo de vivir que en algún momento todos sentimos y entre cuyas líneas se hace evidente la crítica hacia una sociedad que da de lado y fuerza a marchar a una juventud sin oportunidades a la altura de su preparación; el reproche hacia ciertos prejuicios que, aunque pueda parecerlo, nunca logran ser extirpados por completo o la perplejidad por el abandono y la soledad en que se deja morir de decadencia a las pequeñas ciudades.

La contraposición entre el pasado y el presente de Julia es clara en ese sentido: la inocencia y despreocupación de la juventud representada por esa canción de Tom Waits que durante toda la noche resuena en su cabeza como eco de lo perdido, frente a la resignación y apatía con que ahora ella enfrenta la realidad, asume lo que no pudo ser y acepta su casi invisible papel de cuidadora.

Importante y muy acertado también el personaje de Milagros, la anciana de quien se ocupa Julia y de quien se sirve el autor para apuntar la negrura de un tiempo paralelo y muy distinto a lo vivido por la protagonista. Una mujer que en el quebranto de la vejez aún conserva su elegancia y cierto aire a lo Lauren Bacall pero a quien se intuye en sus años más jóvenes intolerante, dura y exaltada. 

Novela lúcida e intensa, bellísima, elegante y muy conmovedora.

jueves, 15 de octubre de 2020

Peces muertos

 


El sol brillaba con fuerza, las hojas de los árboles tiritaban al ritmo del viento y un alegre coro de grillos y mirlos saludaba la mañana. Con un cigarrillo entre los labios y precisión de matemático, el abuelo calibraba la ribera. Las aguas del río se mecían al compás de nuestros remos, nubes de polen amarillo culebreaban sobre ellas y el aire arrastraba aromas de espliego y hierbabuena. Al fin, al hallar un tramo de su gusto, él frenaba poco a poco nuestro avance, asentía satisfecho y, sin una palabra, hermético y taciturno como era, comenzaba a preparar el aparejo: sacaba los gusanos de la lata, los enganchaba a la caña como cebo y me la entregaba luego con un guiño, en un tozudo empeño de contagiar al nieto una pizca de ilusión por el oficio. Todos  los veranos cumplíamos con esmero aquella tradición: ensimismado el hombre en el proceso; rezando el niño en secreto por no sentir un tirón en el sedal.

El abuelo había gastado su vida a orillas del río, conocía su bravura, la rapidez de las corrientes, la engañosa calma de sus  aguas. «Al río no se le fuerza, zagal, hay que ser paciente −me consolaba sin motivo, al confundir con decepción mi desasosiego−. No te apures, la tenacidad siempre obtiene recompensa». No sospechaba mi espanto y a mí me faltaba voluntad para mostrarlo. Nuestras pequeñas escapadas lo alegraban de tal modo que nunca fui capaz de confesar el desgarro que aquel espectáculo provocaba en mi alma: el miedo con que observaba apagarse los ojos moribundos de las truchas, la impresión que me causaba el sonido de sus desesperados coletazos al fondo de la barca, la angustia anudada a mi garganta tras asistir con pavor a sus últimas bocanadas en un mundo sin agua.

Yo era entonces un chiquillo de ciudad de vuelta al pueblo en vacaciones y estar con el abuelo me gustaba más que nada. Con él aprendí a distinguir el gorjeo de las aves, a estudiar el cielo y adivinar sus intenciones, a construir tirachinas y navegar barcos pirata, a contar perseidas, prender hogueras o danzar a lo indio a la luz de las luciérnagas. Él arraigó en mi espíritu la devoción por la naturaleza y yo jamás le confesé mis aprensiones.

Pasó luego el tiempo, los años, la vida... Nuevas gentes y caminos aflojaron vocaciones y, en algún recodo, me pudo la ambición. Todo se torció. El recuerdo se diluyó en olvido y el pueblo durmió durante décadas en la ingratitud de mi memoria.

Y si hoy de nuevo regreso a sus calles, si en el silbido del viento descubro un eco de infancia y una lágrima desborda mis ojos al evocar los remansos del río, es por culpa y no es nostalgia. Es una fábrica en la ladera, es veneno entre las aguas, es un caudal de truchas muertas y una firma con mi nombre traicionando sin reparo la evidencia. Es el reproche de una voz en mi cabeza que musita: «¡Ay, zagal!».


Primer premio "Relatos Compulsivos". Abril 2021.

martes, 13 de octubre de 2020

1.280 almas. Jim Thompson - Reseña


Todos los hombres matan lo que aman

Publicada por primera vez en 1964, "1.280 almas" es la que suele ser considerada mejor novela de su autor, Jim Thompson, escritor y guionista  estadounidense que, junto a Raymond Chandler y Dashiell Hammett, fue uno de los grandes maestros del género negro, pese a encontrarse su obra en la actualidad mucho más olvidada que la de aquellos.

El narrador de esta  historia, Nick Corey, es el sheriff  de un pequeño pueblo del sur de los Estados Unidos, una localidad anclada en la ignorancia y el racismo donde  malviven esas 1.280 almas a que alude el título y donde aparentemente nunca pasa nada.

Corey se presenta a sí mismo como un tipo tranquilo, alguien que no quiere problemas, que incumple con frecuencia su trabajo y a quien sus vecinos apenas toman en cuenta.

La proximidad de las elecciones y el deseo de ser reelegido a toda costa para el puesto, pronto revelarán sin embargo su verdadera personalidad. El riesgo cierto de perder la elección hará aflorar en él una naturaleza despiadada e inmoral, mostrándolo como un hombre astuto y calculador, muy alejado de la simplicidad que todos le suponen.

Sin límite ni escrúpulos de conciencia, siguiendo un plan perfectamente trazado y al margen siempre de cualquier sospecha, el sheriff irá deshaciéndose poco a poco de todo aquel que se interponga en su camino, siendo su comportamiento el de un auténtico psicópata, justiciero y manipulador.

Es la voz del propio protagonista quien relata en todo momento sus actos, quien los justifica y se adentra en su psicología sin remordimiento, casi orgulloso de  su perversidad, para explicar su cansancio, sus miedos, su misantropía.... Todo ello en un tono tragicómico que dota al personaje de un  patetismo y una sinceridad que nos hace saltar de la sonrisa al escalofrío a cada  pensamiento o cada reacción.

Construye así el autor una novela oscura e intensa, sin héroes ni esperanza, con un trasfondo de crítica hacia las corruptelas políticas y las hipocresías sociales (hacia ese sueño americano transformado ahora en pesadilla) que deja un inevitable sentimiento de impotencia y desolación.

Una mirada, la de Thompson, muy amarga hacia el ser humano que invita a reflexionar sobre los motivos de la maldad, los abusos del poder o las consecuencias de ciertos privilegios.


Reseña publicada en el nº 12 (marzo 2021) de la revista "El Tintero de Oro Magazine".

jueves, 1 de octubre de 2020

En mi defensa

 

...Por encima de todo, no debo jugar a ser Dios

Juramento hipocrático

Orden, belleza, equilibrio, pureza...

Hubo un tiempo en que rozamos el cielo con los dedos. Un tiempo que huyó de la mediocridad y luchó por la excelencia, que fue mejor porque nosotros tomamos las riendas. Yo lo viví. Yo −último caballero de un reino sin corona− fui su artífice. Mi cuerpo decrépito mantiene intacta su memoria y no, de nada me arrepiento. No me atormenta lo que hice sino lo que dejé de hacer. Un orden superior, más allá del bien o del mal, justificó mis actos. A él me atuve. A mantenerlo destiné mi inteligencia y ofrecí mi lealtad.

¿De qué sirven culpa o remordimientos? No son más que absurdos desatinos. Insensateces que anidan en la mente de los débiles, que frenan el progreso de la humanidad y lo encharcan todo con su llanto.

Orden, belleza, equilibrio, pureza...

El viento me trae a veces aromas de ese mundo naufragado. Estuvimos tan cerca...

Presiento, sin embargo, que no todo se perdió. No alcanzamos a ver el resultado y es el resultado cuánto importa, bien lo sé, mas no por eso reniego de mis investigaciones. Al contrario, las reivindico con orgullo. Hubieran sido exitosas de haber podido concluir. Les faltó maduración y quizá... quizá en el futuro... quizá en una sociedad más valiente...

Tachan ahora de locura lo que hice, sin comprender que todo fue en nombre de la Ciencia, en cumplimiento de un deber. Claman venganza los verdugos, me persiguen, me fuerzan a huir, a disfrazar mi identidad, a borrar la huella de mis pasos (¿qué será de mi hijo?, ¿quién cuidará de mi mujer?, ¡maldita sea!). Pero yo nunca fui un fanático y algún día, en algún momento, la Historia reparará la injusticia, validará mis hallazgos, rescatará mi nombre de la infamia y el olvido.  

¿Acaso no ha de preservar siempre un científico la plena libertad de sus ensayos? ¿Y entonces? Porque... ¿cómo, díganme, cómo experimentar sin cobayas?, ¿cómo descubrir nuevos tratamientos sin comprobar su efecto sobre los órganos, la reacción que producen en los cuerpos, el daño o la sanación?

Orden, belleza, equilibrio, pureza...

Breves chispazos de luz alumbran esta vejez cansada y solitaria a la que estoy condenado, mi mente lúcida nunca descansa y si hace años que me escondo no han de ver en ello miedo sino honor. Jamás darán conmigo. Ese será mi triunfo.  

La pérdida de mis notas es sin duda lo que más lamento de la  enojosa situación en que me hallo. Mis cuadernos. Mis conclusiones. Mi trabajo. Un trabajo al que dediqué mi vida entera, que murió inconcluso y cuyas incógnitas, aun en sueños, todavía me torturan. ¡Lo echo tanto de menos!: la rutina del laboratorio −música de  Wagner siempre como fondo−, la impecable bata blanca sobre el uniforme gris, las botas relucientes, perfectamente lustradas y aquellos rostros... ¡Ah! aquel raro gesto, algo parecido al miedo, tal vez desconcierto, en la mirada de los elegidos −¡oh, Dios!, ¡qué momento!, ¡qué delicia!− Los gemelos eran mis favoritos, el conocimiento preso en su código genético todo un desafío y, al ir desentrañando poco a poco su misterio, al borde estuve de crear un ser perfecto, de demostrar la supremacía de esta raza ingrata a la que ahora mis logros avergüenzan, que me niega y me desprecia.

No hay rencor en lo que digo, aunque sí duele la ignorancia que me acusa de romper el juramento hecho como médico y considera al Ángel de la Muerte, al brillante doctor Mengele, un asesino. Pero siempre fue la incomprensión −sin falsa humildad así lo reconozco− el destino de los genios.

Orden, belleza, equilibrio, pureza...    

¡Tanto saber perdido por la cobardía de unos mojigatos que todo lo confunden! ¡Aquellos no eran seres humanos, por amor del Cielo! Eran números dentro de un registro. Carne de crematorio cuya muerte nadie lamentó. Miserables y anónimos despojos.  Simples judíos.  





Mención honorífica certamen octubre 2020 "El Tintero de Oro"

Relato publicado en el nº 12 (marzo 2021) de la revista "El Tintero de Oro Magazine" y en la Antología "Anoche soñé que..." de El Tintero de Oro (diciembre 2021).