lunes, 27 de abril de 2020

Fuerzas ocultas



«¡Culpable!», la voz del juez la golpeó como un disparo y un escalofrío de pavor recorrió su cuerpo. A su espalda, el griterío estalló ensordecedor: los vecinos del pueblo repetían su nombre con odio, clamaban venganza y parecían a punto de lanzarse sobre ella. En medio de aquella confusión impenetrable, de aquel escándalo de recriminaciones e insultos, la anciana notó de pronto las manos del alguacil sobre las suyas arrastrándola con fuerza. Giró apenas el rostro hacia la multitud que la hostigaba y un vértigo de perplejidad y espanto nubló al instante su mente con la misericordia de un desmayo amable y sin conciencia.

Despertó en una celda oscura, desorientada y empapada en sudor. Un rayo de luna se filtraba por los barrotes de un ventanuco enrejado en lo alto, al borde mismo del techo. Alzó hacia él la vista frotando sus muñecas entumecidas, libres al fin de la soga que durante horas las había tenido atadas y el recuerdo de lo sucedido regresó de golpe: «¡culpable!», tronó de nuevo en su cabeza el veredicto. «¡Culpable!, ¡culpable!, ¡culpable!...», repetía su imaginación enloquecida como un eco sin fin. 

Respiró hondo, cerró los ojos, trató de serenarse. Quiso conjurar la lucidez de sus años más jóvenes, mitigar el desbocado batir de su corazón, aplacar el desconsuelo. No pudo. Una dolorosa compasión hacia sí misma la tomó por sorpresa e inundó sus ojos de llanto.

El mundo era lóbrego y amenazador. Y la había olvidado.

La acusaban de un pecado imperdonable, de una maldición que no lograba comprender, de un rumor de brujería que excedía su razón y se alzaba contra ella como un grito de venganza y de terror.

Desde el púlpito, cual furioso látigo de Dios, el reverendo había clamado contra ella días atrás: la tachaba de ser instrumento del maligno, un errante espíritu dañino portador de diabólicos presagios, un ánima atormentada del infierno capaz de elevarse en el aire, de enmudecer lenguas con la perversión de su mirada, de hacer aullar de horror a los perros e invocar en sus ritos las sacrílegas fuerzas del Averno.

Víctima de la superstición y del temor al poder de las tinieblas, aquel fue el momento que selló su condena.

«Tiempos de pánico, −disculpó a sus verdugos en la soledad de la mazmorra− pánico que engendra cobardía y cobardía que deviene en crueldad».

Una madeja de angustia anudaba sus tripas y una desolación sin alivio quebraba su espíritu. Se arrodilló junto al camastro donde poco antes habían echado al descuido su cuerpo inconsciente y trató de rezar. La horca era su destino, dudaba de sus fuerzas y tenía tanto miedo. «Ayúdame, Señor, −suplicó− guía mis pasos, dame valor...».

Perdonarían su vida si reconocía el pecado, lo habían prometido, pero no, no lo haría: mejor morir con la conciencia tranquila que vivir por la mentira. Renunciaba con ello a las migajas de una vida cargada de desprecio, de soledad, de vergüenza y amargura. Una vida que no era la suya y que no quería.

No era una bruja y no confesaría lo imposible.

El amanecer la sorprendió recitando en silencio alentadores versículos de los salmos. El eco apresurado de unos pasos y un arrítmico chirriar de cerrojos al descorrerse la alertó de que ya volvían los guardias a buscarla. Era la hora. Se puso en pie, alisó sus ropas sucias y arrugadas y aguardó con calma. Su alma estaba en paz y ella preparada.

Una mañana de verano del Año del Señor de 1692, una mujer lívida y exhausta caminaba con valor hacia el cadalso. Agolpado por plazuelas y callejas, seguro de sostener entre sus manos la luz que alumbraría un nuevo mundo, el pueblo de Salem se aferraba a su insólito delirio. 






Mención honorífica certamen mayo 2020 "El Tintero de Oro".

Relato publicado en el nº 9 (mayo 2020) de la revista "El Tintero de Oro Magazine" y en la Antología "Relatos asombrosamente asombrosos" del Tintero de Oro (diciembre 2020).



jueves, 16 de abril de 2020

Muñequita linda



Érase una vez una manzana envenenada.
Érase una vez una princesa solitaria.
Érase una vez un conjuro aterrador.
La misma pesadilla que noche tras noche torturaba sus sueños la despertó de golpe. Se incorporó abruptamente sobre la cama, presa del pánico, desorientada y empapada en sudor. Un torbellino de emociones sacudía su mente. Temblaba, apenas podía respirar y una expresión extraña  hería su rostro. Algo en su interior trataba de aflorar a la superficie y no lo lograba. Una niña perdida entre la multitud, una niña abandonada y sola que gritaba su nombre, una niña de nadie mendigando amor.
El estrépito urgente de una sirena rasgó con su mal presagio la madrugada, desvaneció poco a poco el ensueño y trajo a Norma de regreso a la realidad. Aún no amanecía. Se levantó nerviosa, dio unos pasos por la habitación y al descubrir su reflejo en el espejo se detuvo frente a él. Contempló con horror (quizá compasión) cómo una mujer de piel pálida, melena rubia y ahuecada e innegable aspecto de muñeca le devolvía la mirada. «¿Quién eres?», murmuró −hartazgo y cansancio en la voz, detenida una lágrima en sus ojos cobalto− «¿existes?», «¿dónde estás?».
 Mentiras y personaje se deshacían aquella noche entre sus manos. No era la mujer del espejo más que una muñeca rusa atrapada en el interior de otra, dentro a su vez de otra y otra más. Pequeñas, insignificantes, diminutas. Y al fin, al fondo, muy al fondo... nada. Nada quedaba ya de ella a esa altura de una vida que hacía mucho no era suya, ni un mínimo latido de verdad.
Perdidos para siempre valor y juventud, temía ahora enfrentarse a un mundo que la observaba de lejos, testigo atónito de su degradación. ¡Qué difícil era ser hermosa y ser mujer!, se decía con autocompasión de criatura en aquellas largas noches suyas de insomnio, una fantasía, un sueño ajeno, una apetitosa golosina inalcanzable. No era entonces más que una mujer bella asustada de su propia belleza, alguien incapaz de respetarse, una chiquilla temblorosa angustiada siempre por su aspecto, experta como nadie en camuflar la desesperación. Un alma triste de juguete.
El corazón le latía con tanta fuerza que su cuerpo entero parecía temblar. Se acercó a la ventana y contempló un instante, allá abajo, las luces de la ciudad: hipnóticas, lejanas, acogedoras. Si pudiera huir, si fuera capaz... Si alguien en el mundo se sintiera orgulloso de ella, si alguien de veras la quisiera...
En qué momento el rumbo de su vida se torció. Por qué no pudo conformarse con ser una chica bonita y sencilla más. De dónde procedía la amarga desazón que la embargaba. Atrapada en su eterna confusión e incertidumbre, para ninguna pregunta hallaba aquella noche respuesta.
La tachaba el mundo de inestable y caprichosa. A toda hora la juzgaban. La humillaban sin motivo. La detestaban. La envidiaban. La adoraban.
Quiso ser perfecta. Retó en su empeño al destino y lo venció. Pagó el precio en desdén y soledad.
Sacudió al fin Norma su mente de recuerdos y fantasmas y regresó a la cama. Un aura de fragilidad extrema la envolvía. Cerró los ojos. Los abrió de nuevo. Tomó aire despacio, hondo. Lo expulsó luego en un suspiro. Si pudiera su mente dejar de pensar.
 Las píldoras, ¿dónde estaban las malditas píldoras? No debía, pero... solo una, quizá dos.
Acurrucarse, dormir, sumirse al fin en un descanso amable, sin sueños ni conciencia.
Inmortal como una diosa, Marilyn tejía aquella madrugada, hilo a hilo, su  leyenda.
«Queredme», suplicaba su alma herida.
En la bruma del olvido, mientras tanto, lentamente, muy despacio, Norma Jane se desvanecía.



 Relato publicado en el blog "Tertulia de Escritores" (enero 2020) y en el nº 50 (abril 2020) de la revista "El Narratorio".

         

miércoles, 8 de abril de 2020

Piedras



Mi cerebro tararea con retazos de poesía y locura
Virginia Woolf

Caminaba por el bosque con las manos repletas de piedras: densas, opacas, rocosas... Las elegía con pericia: firmes, macizas, rugosas... Las libraba en un suspiro del polvo de los siglos y el olvido y, a los pies del viejo sauce donde cada tarde, al borde mismo del río, recostaba indolente su cuerpo fatigado tras la caminata, las apilaba con mimo: plomizas, compactas, terrosas... Extraña colección que desde hacía días aumentaba en secreto en una irracional pulsión que no lograba detener.
⸺¡Ven...!, una voz entre las aguas la llamó de pronto.
⸺¡No!, −musitó la mujer con desaliento− ¡no, no, no!, repitió sacudiendo la cabeza.
Los fantasmas la acosaban, la ahogaba la rutina, su propia mente conspiraba contra ella.
⸺Ve..., nada temas..., descansa..., la animaba el rumor del viento a cada ráfaga.
Una lágrima solitaria rodó al fin −triste señal de rendición− por su mejilla. Guardó en los bolsillos del abrigo las piedras que aún tenía entre las manos y dejó de resistirse.
 «Pasaré como una nube entre las olas», murmuró Virginia al adentrarse poco a poco, un paso tras otro, en las hipnóticas aguas del río. Su alma desnuda atisbaba el infinito. Su cuerpo de mujer se desvanecía.





miércoles, 1 de abril de 2020

Crónicas marcianas. Ray Bradbury - Reseña



Cuando no se puede tener la realidad, bastan los sueños

Clásico por excelencia de la ciencia ficción, "Crónicas marcianas" es un conjunto de relatos, publicados primero de manera independiente y unificados luego en 1950 a modo de novela, con el que Ray Bradbury narra las primeras invasiones terrestres a Marte y la posterior colonización del planeta.
 Sin seguir una línea argumental definida, con historias autoconclusivas y muy puntuales referencias comunes entre los relatos, la narración aborda los veintisiete años comprendidos entre 1999 y 2026, periodo durante el cual se produce la colonización.
Construye así Bradbury un mundo de ficción teñido de pesimismo e ironía con el que nos incita a reflexionar sobre temas como la soledad, el miedo a lo desconocido, la muerte, la guerra, la ambición, el egoísmo... y bajo el que late una aguda crítica hacia los avances tecnológicos y la deriva que parece haber tomado la humanidad.
Hay que tener en cuenta en ese sentido el contexto en que fueron escritos estos relatos, pocos años después del final de la Segunda Guerra Mundial y bajo la amenaza cierta de una posible catástrofe nuclear. De ahí la idea de una civilización que se extingue y busca refugio en otro planeta.
Predomina en todos los cuentos un tono melancólico, muy poético por momentos y cierta sensación de decadencia. Todos revelan también la preocupación del autor por el futuro, su desengaño presente y el anhelo, quizás, de una vida más sencilla alejada de la modernidad.
Bradbury coloca al ser humano ante un espejo y lo enfrenta a sus miserias, a su pequeñez e impulso autodestructivo, ofreciendo con ello una visión muy oscura de su naturaleza, cargada de amargura y desconfianza, que trata sin embargo de aligerar con escogidas y brillantes pinceladas de humor negro y algunos cómicos malentendidos.
Pese a su sencillez estructural, el mensaje de fondo de todos los relatos es muy profundo, sutil en muchos de ellos y claramente desencantado.
Obra turbadora en su conjunto, repleta de poesía y de misterio, con descripciones de gran belleza que dan un tono muy especial al paisaje y a la atmósfera de Marte y una crítica apenas encubierta hacia el materialismo y el aislamiento tecnológico a que parece abocado el ser humano (gran visionario Bradbury en este aspecto) que quizá requiera una lectura entre líneas pero que fácilmente se advierte tras ellas.

Reseña publicada en el nº 8 (abril 2020) de la revista "El Tintero de Oro Magazine"