"Todas las penas pueden soportarse si se convierten en una historia". Isak Dinesen.
viernes, 24 de noviembre de 2017
Las voces del lago
domingo, 19 de noviembre de 2017
Dentelladas de nostalgia
martes, 14 de noviembre de 2017
Estrellas errantes
miércoles, 8 de noviembre de 2017
Un invitado inesperado
Como
cada año, con la festividad de Todos los Santos ─o Día de los Muertos como acá
en México la llaman─ con puntualidad exquisita regresa noviembre y la
melancolía y oscuridad del otoño, por unas horas, de color y magia, con su
algarabía enmascara. De luces y velas, de ofrendas y música, de aromáticos y
florales altares, se visten las calles y todo lo invade de pronto el esplendor,
la fantasía, el brillo, cierto alegre y fantasmagórico desconcierto: un expectante
ambiente de mascarada.
No
es esta aquí una época triste, no, al contrario. Vence siempre en estos días la
ilusión a la tristeza, a la desolación derrota sin piedad la esperanza, al
reencuentro con los vivos prestos acuden los muertos y entre tequilas, tamales,
pulques, pipianes y otras mil culinarias delicias ─pan de muerto, tamarindos, tétricas
y dulcísimas calaveras...─ solo para ocasión tan especial con amor infinito
preparadas, el largo regreso a casa, todos juntos al fin, en torno a la mesa
festejan.
Momentos
bellos y felices, sí, embrujadores y hechiceros. Y pese a ello ¡cuán próximas
en el corazón de hombres, ánimas o fantasmas, alegría y tristeza se hallan!
Mezclado,
por completo confundido, entre la multitud que esta noche ríe, sueña y danza,
me siento yo de pronto tan solo, tan pequeño, tan perdido...
Una fragilidad repentina, una avasalladora
melancolía de improviso invade mi alma, adivino bajo mis pies el abismo y solo
entonces comprendo el error que al acudir a esta cita ─a la que, cierto es, por
nadie fui convocado─ cometí. Mas no siempre a la razón obedece el corazón y tanto
me devoraba la impaciencia, tanto yo desesperaba por verla, tanto anhelaba
sentir de nuevo la caricia de su voz, que incapaz fui de resistir la tentación.
Solo mía fue la culpa.
«Siempre
estaré contigo», se lo dije tantas veces... ¿Acaso no me creyó? ¿cómo fue que
me olvidó?
Un frío de hielo atraviesa mi corazón, un vacío hondo y oscuro en torno a mí se
extiende e incontenible, una lágrima furtiva, muy amarga, por mi rostro
resbala. Si ya nadie en el mundo me
recuerda, si una noche como esta no hay quien mi nombre ─triste espectro enamorado─
invoque con dulzura y de mí no queda huella, pronto mi espíritu en la insondable
bruma de la inexistencia, sin remedio, se diluirá; en la etérea dimensión de
los sueños, desvanecida para siempre, mi ánima dormirá.
Con
la fe con que uno espera los milagros así yo espero una sonrisa, una mirada,
una intuición, un presentimiento, una nostalgia, una caricia...
Indiferentes a mi suerte, la luz de otros ojos
un mal día los suyos absorbieron y ahora, sin verlos, sin presentir el dolorido
latir de este pobre corazón atormentado, los míos traspasan. Es en este
instante ─vacilante, vencido e invisible vagabundo, perdido entre la alegre muchedumbre
que de la muerte hoy no se espanta y en su amoroso recuerdo devuelve la vida a
tantos y tantos fantasmas─ que con horror comprendo que a esta Tierra sin
belleza nunca más regresaré.
Implacable,
la noche avanza hacia el alba. Gastado y triste, abandonado en un mundo inmenso
y oscuro, mi tiempo se acaba. Trágico y aciago siempre mi destino.
Vacío. Ausencia y olvido. Solo eso queda. Y un ligero rumor, mitad sollozo, mitad suspiro.
Este relato aparece publicado en el nº 7 (septiembre 2018) de la Revista "El Callejón de las Once Esquinas".