miércoles, 31 de mayo de 2017

Un tipo con suerte


   

No soy un cleptómano, ¡qué ocurrencia!, y me ofende terriblemente que hayan llegado a imaginar tal cosa. Solo soy un tipo con suerte. Un coleccionista, si precisan catalogarme de algún modo. Un guardián de extravíos ajenos. Sí, me gusta esa expresión y pronto verán lo bien que me define.

 Aunque no lo crean, cada día, en cada esquina, tropiezo con hallazgos de lo más insospechado. Esta ciudad está llena de tesoros. Al parecer, sin embargo, poca gente los detecta y no entiendo por qué ni cómo es posible que pasen tan inadvertidos. Que nadie se percate de la existencia de tales maravillas cuando a mí, a toda hora, me asaltan por sorpresa. Me parece algo fascinante, lo confieso. Solo es cuestión de andar alerta y con los ojos bien abiertos para no perder la oportunidad. Nunca se sabe lo que uno habrá de precisar en este mundo tan cambiante. Ya ven, hoy ha sido el libro que curioseaba a su llegada el que por algún motivo captó mi atención. Algo malherido y deshojado ─cierto es─ pero suficiente para aliviar el tedio de mis horas. En otro tiempo fui poeta, ¿saben ustedes? No del todo malo, creo yo, aunque, bueno, la literatura es un oficio bien precario y no solo de palabras vive el hombre. De cuando en cuando también precisa una hogaza de pan. Ahora soy inventor. Trabajo en un proyecto ultra secreto del que pronto tendrán noticia, créanlo. Un artilugio de lo más singular que me hará rico y famoso en el planeta entero. Pero no adelantemos acontecimientos y no me tiren de la lengua que ya les digo que el tema está bajo secreto y no puedo hablar.

domingo, 28 de mayo de 2017

Incendios - Reseña


La infancia es un cuchillo clavado en la garganta

Luces apagadas. Silencio. Comienza la función y como Nawal -magníficamente interpretada por dos espléndidas Laia  Marul y Nuria Espert- de inmediato enmudecemos ante el horror de lo que sobre las  tablas se cuenta. A través de tres historias pretende esta obra ser una reflexión sobre el amor, la maldad y la ignorancia; sobre la frágil frontera que separa el odio del amor, la víctima del verdugo; sobre el perdón ("romper el hilo de la ira"); sobre cómo comprender lo incomprensible; sobre cómo vivir con las cosas que han pasado, curar los recuerdos y saber escuchar lo que algunos silencios cuentan; sobre pérdidas y promesas incumplidas; sobre la belleza de lo imposible; sobre el dolor y la esperanza... "No te cuento una historia, te cuento un dolor caído a mis pies" dice en algún momento uno de sus personajes. Un dolor también depositado frente a nosotros, un dolor que golpea seco y contundente a través de un texto desgarrador y profundamente conmovedor. Un grito poético y estremecido contra los horrores de la guerra. Tres horas de función que incendian el alma y el corazón.

Natalia Ginzburg. Las pequeñas virtudes - Reseña.



        Recientemente reeditado por Acantilado y Círculo de Lectores (magnífica la edición de Círculo) "Las pequeñas virtudes" de Natalia Ginzburg recopila los ensayos publicados por la autora en diferentes periódicos y revistas entre los años 1.944 y 1.960. Son ensayos muchos de ellos que casi parecen relatos. Artículos autobiográficos que sorprenden, a pesar del tiempo transcurrido, por la vigencia y la plena actualidad que se descubre en muchos de sus temas.
Escribe Ginzburg sobre la memoria, las emociones, la familia, el miedo, el exilio... Habla de dolor, de relaciones humanas, de literatura (maravilloso el artículo que dedica al oficio de escribir), de sentimientos... Todo ello con una sencillez, una profundidad y una honestidad conmovedoras.
Un libro que impresiona y deja huella. Una auténtica joya.

domingo, 21 de mayo de 2017

Y de pronto volar


Aquel día, el día en que Ana aprendió a volar, la mañana había despertado desapacible y gris. Nada tenía de especial, era una mañana más. La mañana de un día como otro cualquiera, idéntica en apariencia a todas las de aquel gélido invierno. Una mañana más de frustraciones amargas y rabias calladas. Y sin embargo, fue aquella, justamente aquella, la que para siempre habría de cambiar su destino. Sucedió que, oculta entre los remolinos de una áspera tempestad, una pequeña ráfaga de felicidad viajaba. «Ven conmigo», le susurró al oído muy dulce y muy bajito. «Sígueme. Yo te enseñaré a volar...» Serena y confiada contempló Ana la inmensidad de aquel amanecer, de aquel cielo a esa hora tan temprana todavía en penumbra pero ya sin luna y sin estrellas y de pronto, sin apenas darse cuenta, casi sin miedo, sus pequeñas alas rotas contra la bruma comenzaron a luchar. Un sentimiento desconocido, algo muy cercano a la esperanza, se posó tímido sobre su corazón. Sintió como, suave, muy lentamente, el arañazo de la desolación y el desamparo, tanto tiempo latente en su alma, se desvanecía. Se sintió perdida y encontrada, rota y recompuesta. Sintió como una extraña fuerza se abría paso en su interior, una fuerza que tal vez siempre hubiera estado allí pero que hasta entonces ella no conocía. Y supo que volaba. Alto, muy alto... Al fin volaba. Equilibrios imposibles inventaba de repente entre las nubes mientras un sol pálido acariciaba su piel. Olvidó su dolor, su soledad y su tristeza. Se enamoró sin remedio de aquella libertad, de tanta belleza. Así que era esto, se dijo, esta euforia, esta luz, esta emoción, esta dicha tan intensa... Comprendió que nunca para nadie fue posible volar con miedo, con infinita valentía su peso para siempre desterró y al fin, aquel día, la ligereza de su risa al mundo regaló.

lunes, 15 de mayo de 2017

Daños colaterales


Desde ese día nadie vende barquillos en el parque, no anidan las golondrinas en sus nidos, no ríen los niños y el tiempo parece para siempre detenido en un instante eterno. Ningún rastro queda ya de la magia y la felicidad, de la alegría y los sueños que alguna vez habitaron el lugar. Ha calcinado el sol la tierra, todo es gris y una desolada melancolía todo lo inunda. Entre las ruinas grita el silencio una plegaria. Un corazón vacío y dolorido llora su espanto. En nadie hallará consuelo. Triste, incómodo, invisible fantasma de una guerra antigua y olvidada. Trágico protagonista de un cuento sin alma, sin final feliz.

domingo, 7 de mayo de 2017

Y grita el silencio


Escuchad. Escuchad el lamento del viento, su triste canción entre las ruinas. Prestad atención, ¿no lo oís...? Sí, escuchad... Escuchad sobre la brisa los chapoteos de los niños en el río, sus travesuras, sus juegos, sus carreras tras una pelota vieja y magullada. Escuchad cómo caen los pequeños entre risas y se arañan las rodillas, cómo trepan a los árboles y a los ruiseñores persiguen y espantan con malicia de sus nidos. Escuchad... Es el sonido bullicioso de la despreocupación y la alegría. ¿Verdad que lo oís? Un eco lejano, un latido de infancia olvidado, aroma a lumbre, sabor a chocolate, a pan con mantequilla, a nueces y castañas... Es la melancolía y la ternura que a las callejuelas de este pueblo, hace tanto a su suerte abandonado, devuelve el viento con lealtad inquebrantable. Voces suaves y mimosas, rescoldos de un tiempo antiguo y feliz un mal día tragado por la bruma, zarpazos repentinos de dulzura y pena insoportables, recuerdos, ausencias, nostalgias, mordiscos de soledad... Cenizas de inocencia perdida, entre callejones desiertos, sin ruido y sin alma, por el viento esparcidas. Por ellas grita el silencio. Por ellas llora el olvido.

lunes, 1 de mayo de 2017

Petrificado


No. No dejen que mi pose les engañe. No soy un filósofo. Tampoco un poeta aunque, para ser justo, debo confesar que durante mucho tiempo ese fue mi mayor anhelo en el mundo y con gusto hubiera renunciado a la inmortalidad de mi alma a cambio del don de la poesía, de la magia, la delicadeza y la dulzura, de la sensibilidad y la inspiración precisas para atrapar el murmullo de las musas,  para componer los más bellos versos de amor jamás imaginados. Los versos que, tal vez, hubieran podido cambiar mi destino. Soy un hombre herido y sé que  no debo recrearme en mis tristezas, que la autocompasión nunca fue buena compañera pero, qué quieren, soy débil y hay días en que, por mucho que lo intente, no puedo evitarlo. Entonces, cuando nadie me ve y siempre sin hacer ruido, lloro un poquito. Hoy ha sido uno de esos días y no saben cómo lamento que, precisamente ustedes, me hayan encontrado en tan lamentable estado, hecho un mar de lágrimas, pero es que cuando hace un momento la vi parada frente a mí, observándome con esa atenta curiosidad tan suya, sin reconocerme, preguntándose intrigada por el dolor que sin duda adivinó tras mis ojos cansados para alejarse después cogida de la mano de aquel Don Juan tan rubio, tan alto, tan desenfadado y sonriente, mi corazón de piedra volvió a romperse, como aquel día tan lejano ya, en mil pedazos diminutos. Y aquí estoy. De nuevo traicionado. Como entonces. Como siempre. Con lágrimas en los ojos y las manos llenas de poemas rotos.
¿Qué me ha pasado, preguntas? ¿cómo explicarlo...? La vida y tú. 

Desesperanza


Frío, oscuridad y silencio en el vientre de la ballena. Apenas recuerdo cómo ni cuándo hasta aquí llegué. Perdí hace ya mucho la noción del tiempo y de mi propia vida y ésta es ahora  -tal vez para siempre- mi única realidad. Asomada a los ojos del monstruo contemplo las sombras del mundo. Tras ellos un mar inquieto y turbulento gime de dolor. En el silencio de la noche, de soledad y desamparo tiembla mi cuerpo y, agazapado en un suspiro, casi enmudecido, un conjuro de libertad a traición escapa de mis labios. Fantaseo con la huída. Escapar disuelta en una lágrima, flotar, nadar hacia la luz, ascender suave y lentamente, sentir de nuevo la caricia ligera del viento, el amable calor del sol. Y respirar. No sería difícil mas sé que no lo haré. Ningún lugar hacia el que huir existe ya. Si tan sólo pudiera olvidar...