viernes, 26 de noviembre de 2021

La señora Harris en Nueva York. Paul Gallico – Reseña

 

...Por el valor de esos sueños de belleza y romanticismo de los que no desisten.

Secuela de "Flores para la señora Harris", Paul Gallico (1897-1976) continúa con esta novela, "La señora Harris en Nueva York" (Alba Editorial), el relato de las aventuras de Ada Harris, una limpiadora londinense al borde de los sesenta, ingeniosa y divertida, viuda desde hace años y con una capacidad excepcional para hacer aflorar la bondad de las personas.

Si en la primera entrega, deslumbrada por la belleza del traje que encuentra en una de las casas donde limpia y tras años de ahorro y privaciones, la protagonista viajaba de Londres a París para comprar un vestido de Dior, ahora se embarcará rumbo a Nueva York con su fiel amiga la señora Butterfield  para salvar  a un niño del maltrato a que lo somete su familia de acogida, llevarlo a Estados Unidos y reunirlo con el padre, un soldado ─creen ellas─ ignorante de la situación del pequeño. Así, acompañando a una de las familias para quien trabajan (Ada como asistenta y la señora Butterfield como cocinera) que por motivos laborales ha de trasladarse a Nueva York, da comienzo una peripecia que poco a poco se irá complicando con circunstancias imprevistas y que asoma al lector a una época (años cincuenta del S.XX) ambientada con detalle y a una sociedad con un clasismo muy marcado que, por supuesto, nuestra señora de la limpieza logrará con su magia romper en este cuento.

La idea de que cualquier cosa es posible si se pone en ello el suficiente empeño, de que la amabilidad y la bondad vencen lo imposible y el esfuerzo tiene siempre recompensa, es la que subyace bajo un relato de corte muy sencillo, cargado de buenas intenciones, de altruismo y una gran dosis de ingenuidad.

Historia optimista y luminosa, repleta de comicidad, dominada por un personaje absorbente, con una filosofía de vida muy particular, cuya fe en la generosidad y bondad del ser humano resulta conmovedora y enamora de inmediato.

viernes, 19 de noviembre de 2021

Volver a dónde. Antonio Muñoz Molina ─ Reseña

 

Se quedó quieto y en silencio el mundo que no paraba nunca

Volver a dónde, se pregunta con extrañeza Muñoz Molina, recién estrenada esa nueva normalidad tan anhelada durante el confinamiento pandémico pero tan decepcionante luego y tan vacía cuando llega.

A modo de diario, el autor regresa en este libro a aquellos días de encierro, a un tiempo (personal y colectivo) de miedo e incertidumbre, de soledad y desamparo, para mantener viva la memoria de lo sucedido, compartir sensaciones, derrotar angustias, tratar de comprender...

Estructurada en tres niveles temporales, la narración alterna el relato de los primeros meses de reclusión, recién decretado el estado de alarma, con los inmediatamente posteriores cuando, con ciertas restricciones y  mucha expectación, las ciudades comenzaban a recuperar el ritmo. Entre ambos, a cada paso, se cuela el recuerdo de un tiempo antiguo que remite al narrador a su infancia, a la vida campesina de sus padres y abuelos (campesinos sin tierra, recalca con frecuencia para referirse a su pobreza), al ritmo lento de las estaciones, a expresiones, modismos y maneras de las que ─es consciente─ muy pronto no quedará huella.

Entrelazando pasado y presente, Muñoz Molina logra un texto reflexivo y muy intimista, conmovedor y melancólico, salpicado por una nostalgia amable anclada no solo al pasado sino proyectada también hacia el futuro, hacia los años que harán de su nieta una mujer adulta y hacia la idea o el recuerdo que de él pueda quedar entonces («somos fantasmas en los recuerdos de otros», anota una mañana en su cuaderno tras haber soñado con sus muertos). Una crónica repleta de matices, aligerada por la calidez de ese pasado familiar que rememora de continuo, en torno al horror de lo vivido: impotencia, desconsuelo, contagios, muerte, soledad... a la que une el desconcierto por la rapidez con que todo ello va quedando sumergido en el olvido o la vergüenza frente a determinados comportamientos sociales e inconcebibles mezquindades políticas.

Reflexiones que emocionan, que exponen vulnerabilidades y aparecen recorridas por una sensación de cierto fatalismo (otro mundo posible que no logramos alcanzar), que derrochan lucidez y rozan heridas aún no cicatrizadas con una inmensa sensibilidad.

viernes, 12 de noviembre de 2021

Mutis

 

La función estaba a punto de terminar, el eco del disparo retumbó en la sala como un trueno, Violeta cayó contra las tablas y...

A partir de ahí todo se vuelve confuso en mi cabeza.

Sangre, gritos, desconcierto...

Duele. El recuerdo duele pero me obligo a recordar.

Mi mente revive aquella noche una vez y otra y otra más, enredada a un bucle eterno sin principio ni final.

No me arrepiento. Sé que hice lo correcto.

El fogonazo me cegó por un instante, sentí el golpe seco de su cuerpo contra el suelo, los primeros chillidos de espanto...

Solté la pistola gritando su nombre ─«¡Violetaaa!»─, corrí hacia ella, acuné entre mis brazos su último suspiro...

«Violeta», «Violeta», «Violeta», gemía arrodillado a su lado, sin esperanza ni consuelo.

 El telón cayó de golpe, las luces se encendieron, un espectador (¿un médico?) trató de revivirla pero, al fin, sus ojos se apagaron clavados en los míos.

«Muerte en el teatro», «¿Asesinato o accidente?», «La gran Violeta Silva muerta a manos de su esposo», «Prisión sin fianza para el asesino de la actriz»... La noticia monopolizó durante días los informativos, alimentó el morbo de la crónica de sucesos en todas las revistas y pareció dar la razón a quienes siempre se habían pronunciado contra mí.

Mis relaciones con la prensa nunca fueron buenas, es cierto, pero en realidad tampoco nunca eso me importó. Desde el primer momento supe a lo que me exponía al casarme con Violeta. Ella era por entonces la actriz más reconocida de la profesión ─«la gran dama del teatro», la denominaban los tabloides a menudo─, admirada, querida, cautivadora, llamativamente bella pese a la madurez de sus años. Yo, un actor desconocido, un par de décadas más joven, fui tachado de inmediato de buscavidas y arribista. Trataron de enturbiar nuestra relación hablando de feos intereses pero logramos aislarnos de chismes y recelos y asumimos el peaje de buen grado. Fuimos felices. Violeta arrastraba el fracaso de dos matrimonios fallidos, la incomprensión de haber priorizado siempre su carrera a la familia y una cadena de noches solitarias que comenzaba ya a pesarle como el plomo. Yo curé su dolor y sus heridas, la convertí en el centro de mi mundo y la quise hasta la locura. La amé con toda el alma.

Fueron años felices, sí. Años de giras y éxitos, de premios y reconocimientos. Una actriz de leyenda, misteriosa, cercana y lejana a un tiempo, que saltaba de un género a otro sin esfuerzo: del suspense a la comedia, del musical al drama y que, a golpe de estudio y de trabajo, había ganado el respeto de un público en extremo riguroso.

¡Qué afortunado fui al compartir todo aquello junto a ella! Lo supe entonces y lo constato ahora.

Pero el tiempo, inclemente como suele, fue pasando y Violeta Silva quedando a su paso en el olvido. Los últimos estrenos apenas fueron folletines de enredos mal tramados, obras de trazo grueso que no estaban a la altura de su nombre, aceptadas solo por mantener en pie la compañía.

 La enfermedad y la vejez comenzaron a acecharla. La torturaba su declive y tenía tanto miedo... Miedo a perder el respeto de su público, a convertirse en una caricatura triste de sí misma, a no estar a la altura de su propio personaje.

 Fue entonces cuando me hizo prometer lo impensable. Y, sí, lo hice. Fui leal y respeté su voluntad hasta las últimas consecuencias. Mi disparo la transformó en mito y burló su decadencia.

No me defendí, ni traté de hacer pasar por accidente lo que no lo era. La pistola era real; también la bala. Y yo lo sabía. El arma falsa en mi camerino así lo atestiguaba. La policía la encontró de inmediato, me confesé culpable, salí esposado del teatro y... el resto es ya historia conocida.

El juicio de la opinión pública fue devastador. Único heredero de un patrimonio incalculable, tomaron todos por codicia lo que fue ─juro que lo fue─ un acto de amor.

El destello agradecido que adiviné en sus ojos al mirarme, consuela mis insomnios. La echo de menos a cada segundo, a cada latido de mi corazón desgarrado.

Pero fue su decisión. Algo que esperaba hacía tiempo y para lo que hacía tiempo se sentía preparada. Era yo quien no lo estaba. Por eso tardé tanto y al borde estuve de traicionar su deseo. Pese al reproche burlón que algunas veces sorprendía en su risa o la caricia cansada con que sus dedos magullaban mi alma. Pese a saber que jamás perdonaría que incumpliera mi promesa.

Y, de repente, el destino nos trajo aquel éxito inesperado; aquel resurgir de la gran Violeta Silva en la piel de Miss Marple que la elevó de nuevo a lo más alto e incendió su vida  de alegría.  

Fue su idea recuperar a Agatha Christie ese verano (yo asesino, ella detective, ¡qué ironía!) y el  modo en que hizo suyo el papel resultó extraordinario. Cada representación agotaba las entradas, la crítica la ensalzaba como en los viejos tiempos: «reina de la escena», «actriz de raza», «última representante de una generación inigualable», repetían cada mañana las secciones de cultura con ñoña cursilería. El mundo se rendía a sus pies y se la  veía tan feliz...

Comprendí entonces que el momento se acercaba. Ella había recuperado su antigua gloria y yo había hecho una promesa. Debía perpetuar el instante y convertirla en inmortal.

Eso hice. Dejar que la muerte se colara en un aplauso. Regalarle el final que merecía y alguna vez quizá soñó.

Escribo ahora estas notas en la soledad de mi celda. Escribo para no olvidar. Para retenerla a mi lado y acurrucarme con dulzura en su recuerdo.

Cada noche destruyo lo escrito y vuelvo luego a comenzar. Carceleros y presos toman mi rutina por locura. No hablo con nadie, nadie me visita y a nadie puedo confiar mis motivos. No debo. No lo haré jamás. De mi silencio depende su leyenda y solo yo soy su guardián.


Este relato resultó seleccionado entre los finalistas del III Concurso de Relato Libre ENES y aparece publicado en la antología del concurso: "El pedrusco y otros relatos ". Donbuk Editorial. Octubre 2021.



martes, 9 de noviembre de 2021

Pide un deseo

 

Se desvanecían enseguida, apagados como fuegos de artificio, pero antes de eso, ¡ay!, antes de eso cualquier cosa era posible. Un reguero de deseos recorría veloz el firmamento, lo alumbraba de esperanza a lomos de una estrella y un destello fugaz vestía el cielo con su magia. Luego, aquel botín de sueños moría sin llegar a su destino y la estrella lloraba en secreto su fracaso. No era su culpa: jamás tuvo el poder que le achacaron. Pero tan extendida estaba su leyenda que hasta ella misma la creyó. Y un empeño inquebrantable latía cada noche entre su estela: un afán, un anhelo, un ojalá.  


Relato publicado en el nº 3 de la revista de El Tintero  de Oro "El club de la microficción" (mayo 2022)


viernes, 5 de noviembre de 2021

Pesadillas

 

Los terrores nocturnos se habían convertido en rutina habitual. «No pasa nada cariño, son solo pesadillas», la tranquilizaba cada mañana mamá. «Los monstruos no existen, mi niña, no pueden colarse en tu cama», le guiñaba un ojo papá. Ella sorbía despacito el colacao, ensayaba en su rostro una sonrisa y fingía ser valiente. Camino del colegio, trataba de sacar al monstruo de su cabeza. Lo intentaba con todas sus fuerzas pero era tan difícil... ¡Si al menos su cara no fuera tan parecida a la de papá!, musitaba en silencio. Y un pinchazo de culpa anudaba al instante su garganta.

Esta Noche Te Cuento

lunes, 1 de noviembre de 2021

Diario de una vagabunda. Hayashi Fumiko – Reseña

 


Mi destino es ser vagabunda. No tengo tierra natal

Novelista, poeta, reportera de guerra, Hayasy Fumiko (1903-1951) fue, en su momento, una de las autoras más reconocidas y más populares de Japón. Dedicada a la escritura desde muy joven, comprometida siempre con la denuncia de la discriminación a la mujer y las situaciones de pobreza, comenzó su carrera literaria en los años veinte del pasado siglo con diversas publicaciones en revistas de la época, pero no sería hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial cuando ganaría fama y prestigio.

El "Diario de una vagabunda" es sin duda su historia más personal. Fue inicialmente publicada por entregas (1928-1930), alcanzó enseguida un éxito tremendo y tiene, en realidad, más carácter de biografía que de novela.

La autora recorre en su relato los años correspondientes a su primera juventud, rememora una infancia mísera e inestable, llena de pobreza; las dificultades que, con apenas dieciocho años, hubo de afrontar tras su llegada a Tokio, sola y siguiendo los pasos de un amante que luego la abandonaría. Revela sin imposturas sueños, desilusiones, alegrías, miedos, traiciones... permitiendo al lector asistir de tal modo a la lucha por la supervivencia en la opresiva sociedad japonesa de principios de siglo de una joven que aspira contra viento y marea a un futuro mejor; alguien que ante la impotencia del hambre y la falta de trabajo llega a envidiar incluso la fortuna de las prostitutas que tienen la cena asegurada cada noche. Una mujer valiente que no se resigna, que pelea por su libertad y ansía ser feliz.

Con una prosa sencilla, delicada y muy poética, muy libre también, Fumiko habla de su situación como hija natural de una pareja de vendedores ambulantes que apenas pudo ocuparse de ella, del desarraigo, del amor incondicional que, pese a todo, sintió siempre por su madre, de su pasión por la escritura, de la poesía como tabla salvadora a que aferrarse ante el desamparo de un presente que no da tregua.

Sin orden, ni estructura lógica, sin seguir tampoco un hilo temporal riguroso y siempre a modo de diario, es esta la memoria de un tiempo que entremezcla fantasía y realidad, un desahogo emocional frente a la desesperación y la miseria, una declaración de amor a la literatura que ya por entonces comenzaba a vislumbrarse como posible horizonte y a marcar su destino (quiero estar tranquila, quiero leer, anota simplemente como declaración de intenciones uno de los días).

Historia dura y melancólica a la vez, contada con una narrativa dulce y cargada de sensibilidad que no disfraza el dolor y la soledad atrapada en el recuerdo ─Soy una mujer hueca, no tengo ni habilidad, ni riqueza, ni belleza para vivir, se lamenta en determinado momento─ pero que tampoco cae en la desesperanza ni pierde nunca la ilusión por el sueño de otra vida:

...Llevando un borrador de poemas amarillento que es mi mujer y mi marido, lo único en lo que creo, iré a la costa del mar de Japón.

 Igual que una niña, igual que una niña, con candidez cruzaré el mundo.