miércoles, 16 de febrero de 2022

Malditas canciones de amor

 



«No llores; por favor, no llores ─suplicaba Whitney Houston entre el ruido del atasco y el rumor de la lluvia en el cristal─, yo siempre te amaré...»

Los acordes de la vieja canción la tomaron por sorpresa.

«Por favor, no llores...»

Un pedazo de mundo olvidado se abrió de nuevo bajo sus pies y una banderilla de tristeza astilló su corazón.

«Yo no soy lo que tú necesitas...»

 Los recuerdos volvían en tropel. El pasado vertía al instante su veneno y... tras el volante de su coche, una mujer se hacía trizas en secreto.

Su belleza había sido siempre su castigo, la trampa que la convertía en centro de atención, en foco permanente de cualquier habladuría. Siempre demasiado guapa, demasiado alta, demasiado desenvuelta... Los labios demasiado rojos, el vestido demasiado corto, las uñas demasiado largas, los ojos demasiado oscuros, la voz demasiado extraña...

 La exuberancia de su cuerpo intimidaba, resultaba peligrosa. 

Apagó la radio y expulsó con un suspiro el aire retenido en sus pulmones. «¡Vaya mierda las canciones de amor! ─gruñó por ahuyentar una lágrima atrapada en sus pestañas─ ¡qué manera de hacerte polvo en dos minutos!».

Él nunca la había merecido, lo comprobó enseguida. Pero no se arrepentía. ¡Lo había querido tanto!  

«Yo siempre te amaré...», retumbaba como un eco el maldito verso en su cabeza.

Aquella historia le vino grande desde el principio. Se había metido en la boca del lobo con pleno conocimiento de causa y eso fue lo peor de todo. Sabía que él jamás abandonaría su vida por ella, que solo tendrían momentos robados, un cándido «para siempre» trenzando su mentira a dos anillos, apenas un puñado de ilusiones rotas.

Y sin embargo...

 Fingía que no le importaba. Se tragaba el orgullo y aceptaba sin más aquel simulacro de amor, convertida en feo estereotipo sin quererlo.

Luego, en algún momento, todo se torció. El final llegó de improviso y ni siquiera eso fue capaz de verlo ─¡qué tonta!, ¡qué grandísima tonta!─. Un día él no acudió a la cita y su teléfono enmudeció de golpe. Cesaron los «te quiero» a medianoche, las risas, las caricias... Descubrió bajo la almohada el anillo traicionado (ni esa última ruindad quiso ahorrarle el muy canalla) y un pequeño manojo de esperanzas murió en guerra contra celos y rencores.

Tras el desengaño llegó la rabia. Un aire burlón en la mirada disfrazó entonces de insolencia su amargura pero la pena mordía con saña y una fisura le agrietaba el alma.

La condenaron sin clemencia. El tribunal de las murmuraciones sentenció su culpa. Sin apelaciones. Sin juicio ni defensa.

Y su corazón se arrugó en silencio como un vasito de papel.

El mundo siguió girando pero se quedó vacío. Se le apagaron los colores. Desapareció la ligereza. Nada importaba. Cada nuevo día era como un peso imposible de levantar y esa carga la aplastaba, la anclaba a un lugar demasiado hondo y demasiado oscuro.

Parada en la acera, miraba a veces a la gente por la calle, reticente ante sus prisas, preguntándose qué los mantendría tan ocupados, por qué hacían como si nada hubiera sucedido. Les reprochaba atónita su egoísmo y se sentía tan perdida...

La bocina de un conductor a su espalda la sacó del ensueño. Aceleró con sobresalto y una sonrisa triste asomó a sus labios a modo de disculpa. El tiempo de un semáforo y una estúpida canción bastaban todavía para agitar sus fantasmas. La injusticia aún dolía y la herida no curaba.

¡Qué imperdonable había sido todo!, ¡qué mezquino y qué equivocado!

¿Por qué se revolvieron de ese modo contra ella?, ¿quién les dio derecho a erigirse en jueces de sus actos?, ¿por qué la tomaron por culpable ─«la otra», comenzaron a llamarla de inmediato con descaro─ mientras que a él...? No, a él, el único infiel y desleal, al fin y al cabo, nadie le reprochó la infamia ni enfrentó nunca a la ruindad de su traición. Volvió al redil al saberse descubierto, llenó de lágrimas y mocos a las niñas con sus besos, interpretó para su esposa una mala escena de arrepentimiento y...

¡Cuántas mentiras!  

¡Cuánta cobardía!

¡Y cuánta nada!



Relato publicado en la revista "Escribiendo a hombros de gigantes" de El Tintero de Oro. Junio 2022.

miércoles, 9 de febrero de 2022

La noche interrumpida. Rebecca West ─ Reseña

 

Deseábamos crecer y convertirnos en algo que no fuera una mujer

Segunda entrega de la trilogía de los Aubrey, Rebecca West (1892-1983) continúa en este volumen el relato iniciado con "La familia Aubrey", historia inspirada en la infancia y juventud de la propia autora que recorre los primeros años del S.XX a través de los ojos de su protagonista, Rose, una niña que, ya adulta, relata en primera persona las vicisitudes de un tiempo incierto, nos asoma a la intimidad del hogar donde creció y recrea el Londres de la época en una cuidadísima descripción de ambiente y escenarios.

Tras el abandono del padre, Piers, momento en que finaliza la primera novela, Claire, la madre, asume al fin las riendas de la familia para ir solventando poco a poco el descalabro económico que el marido deja tras su marcha; Rose y Mary, las gemelas, alcanzan sus primeros logros profesionales como pianistas; Cordelia, la hermana mayor, comienza a plantearse (asumida su falta de talento artístico) el matrimonio como opción mientras que Richard Quin, el pequeño, sueña ser admitido en Oxford.

La tribu de niños que protagonizaba la primera parte, aparece ahora convertida en un grupo de jóvenes que afronta el futuro con madurez y responsabilidad, asumiendo unos cambios que ninguno desea pero todos comprenden inevitables, sin reproches ni rastro de amargura hacia unos padres nada convencionales por los que, al margen de cualquier circunstancia, sienten devoción absoluta. Destacar en ese sentido la profundidad del perfil emocional con que la autora dota a cada uno de sus personajes.  

Entre la ironía y la nostalgia, entre el humor y la ternura, con muchísima delicadeza y sin exceso sentimental, West compone un retrato de familia que recrea un mundo y un tiempo perdidos, una sociedad, una educación y unas reglas condenadas a extinguirse. Ilusiones, alegrías, proyectos, esperanzas... que muy pronto chocarían contra la amenaza bélica que se iba extendiendo por Europa y que acabaría por materializarse en el estallido de la I Guerra Mundial. Es en ese punto y con las primeras consecuencias del conflicto para la familia donde Rose detiene su narración y concluye esta segunda parte de una historia repleta de sensibilidad, de amor por el arte y por la música, impregnada de una añoranza suave que no duele y es casi una caricia.

Rebecca West, nombre de uno de los personajes de Ibsen, fue también el pseudónimo elegido por la británica Cecily Fairfield para convertirse en una de las mejores escritoras del S.XX. Tras él se escondería una autora tremendamente polifacética (novelista, corresponsal, crítica literaria, ensayista...) que alcanzaría prestigio y gran reconocimiento en una época donde las mujeres apenas comenzaban a reivindicar su posición y hacerse valer.

miércoles, 2 de febrero de 2022

Desayuno en Tiffany's. Truman Capote ─ Reseña

 

No entregues nunca tu corazón a un ser salvaje...

Publicada en 1958 y llevada luego al cine (dos años después) por Blake Edwards, resulta imposible desligar a la protagonista de esta historia, Holly Golihgtly, de la imagen de Audrey Hepburn con que arranca la película: gafas oscuras, collar de perlas, guantes largos, vestido de Givenchy... parada un instante frente al escaparate de Tiffany's, dando la espalda al espectador, mientras come un croissant y suenan los primeros acordes de Moon River. Una primera secuencia inolvidable que eclipsaría para siempre a la Holly creada por Capote.

"Desayuno en Tiffany´s" es una novela breve, narrada a modo de recuerdo por un antiguo vecino de la protagonista que, años después, rememora su historia y el hechizo que la chica ejerció sobre él. Tan grande que no ha podido olvidarla.

Atractiva sin llegar a ser guapa, excéntrica, carismática, independiente, caprichosa, Holly es una joven neoyorkina que vive el presente de fiesta en fiesta, un espíritu libre a quien los hombres (siempre adinerados y mayores) pagan por sus atenciones, mientras ella sueña un paraíso inexistente al que poder pertenecer un día: un lugar donde sentirse querida y ser feliz que en su imaginación siempre relaciona con Tiffany´s porque allí ─piensa─ nada malo puede suceder.

El narrador, un joven escritor que acaba de mudarse al edificio y se instala justo sobre ella, se irá convirtiendo poco a poco en su confidente para descubrir un pasado algo turbio y repleto de secretos e ir enamorándose platónicamente, sin remedio.

Sobre ese punto de partida, Capote arma un relato sencillo y envolvente, con pinceladas de humor y toques de melancolía, que se va oscureciendo conforme avanza la historia de Holly y se desvelan las circunstancias de su vida, las consecuencias de ciertas decisiones, la carga de pena y soledad que arrastra y le impide amar, hasta el punto de ser incapaz de dar nombre al gato callejero que recogió una noche junto al río porque ─dice─ ambos son libres, no se pertenecen y no deben, por ello, encariñarse en exceso.

Tampoco, quizá por la misma razón, el narrador de la historia tiene un nombre. Ella no lo pregunta y, al momento de conocerlo, decide llamarle Fred en recuerdo de un hermano a quien no ve hace años y parece ser la única persona importante para ella.

Entre la picardía y la inocencia, entre la malicia y la honestidad, el autor da voz a un personaje inolvidable, desamparado bajo la máscara de frivolidad que lo protege, desengañado y cautivador. Saltando del drama a la comedia, de la indiferencia al remordimiento, de la esperanza al desamparo, asoma al lector al alma de una mujer emocionalmente muy compleja, acostumbrada desde niña a disfrazar sus sentimientos para no resultar herida.

Historia agridulce, repleta de contrastes, muy suavizada por una versión cinematográfica que Capote rechazó siempre por ese motivo, pese a haber inmortalizado al personaje y haberlo convertido en un icono. La película, no obstante, se mantiene fiel en todo momento al espíritu de la novela y respeta el tono de la historia, entrelazando como ella ironía y desamparo. Es cierto que le da un final diferente (mucho más amable), que omite o rebaja determinadas situaciones y que la interpretación de Audrey Hepburn reviste a Holly de un halo de elegancia y sofisticación del que carece en la novela, más vulgar y descarada en ella (Capote, al parecer, prefería por eso a Marilyn Monroe en quien, se dice, ya pensaba al escribirla). La película, sin embargo, es pura magia: emotiva, sutil, luminosa. Ganó el óscar a la mejor banda sonora (Henry Mancini) y a la mejor canción original (mítica escena la del ukelele y el Moon River en la escalera de incendios) e hizo ya impensable una Holly con rosto diferente del de Audrey. 


Reseña publicada en la revista "Escribiendo a hombros de gigantes" de El Tintero de Oro. Junio 2022.