... El más puro
milagro de la luz: tú contra el alba
Ángel González
Se fijó en ella por primera vez un atardecer nublado de invierno. Una
mujer absorta en la lectura junto a la ventanilla del vagón. Ligera como un
suspiro. Las luces grises de diciembre se colaban a través del cristal dando a
su expresión un aire de melancolía que por alguna razón lo conmovió de un modo
extraño. Parecía perdida en un mundo secreto, quién sabe entre qué nostalgias.
Se la veía tan frágil, tan desamparada.
A partir de ese día, cada tarde, a la vuelta del trabajo, Mario la
buscaba en el andén. Subía tras ella, siempre en el mismo vagón, último tren de
la jornada y a distancia y en silencio, cual benéfico ángel guardián, la
observaba encandilado disfrutando ese instante precioso en que, abandonada y
vulnerable, la tenía para él. Con tremendo desconcierto, alterados alma y
corazón, incapaz ya su mente de negar la evidencia, se preguntaba entonces qué
era aquello que con tanta fuerza había nacido en su interior y cómo habría sido
él capaz de vivir hasta ese momento.