No. No dejen que mi pose les engañe. No soy un filósofo. Tampoco un poeta
aunque, para ser justo, debo confesar que durante mucho tiempo ese fue mi mayor
anhelo en el mundo y con gusto hubiera renunciado a la inmortalidad de mi alma
a cambio del don de la poesía, de la magia, la delicadeza y la dulzura, de la
sensibilidad y la inspiración precisas para atrapar el murmullo de las musas, para componer los más bellos versos de amor
jamás imaginados. Los versos que, tal vez, hubieran podido cambiar mi destino.
Soy un hombre herido y sé que no debo
recrearme en mis tristezas, que la autocompasión nunca fue buena compañera
pero, qué quieren, soy débil y hay días en que, por mucho que lo intente, no
puedo evitarlo. Entonces, cuando nadie me ve y siempre sin hacer ruido, lloro
un poquito. Hoy ha sido uno de esos días y no saben cómo lamento que,
precisamente ustedes, me hayan encontrado en tan lamentable estado, hecho un
mar de lágrimas, pero es que cuando hace un momento la vi parada frente a mí,
observándome con esa atenta curiosidad tan suya, sin reconocerme, preguntándose
intrigada por el dolor que sin duda adivinó tras mis ojos cansados para
alejarse después cogida de la mano de aquel Don Juan tan rubio, tan alto, tan
desenfadado y sonriente, mi corazón de piedra volvió a romperse, como aquel día
tan lejano ya, en mil pedazos diminutos. Y aquí estoy. De nuevo traicionado.
Como entonces. Como siempre. Con lágrimas en los ojos y las manos llenas de
poemas rotos.
Este relato apareció publicado en el nº 33 (mayo 2017) de la revista "Valencia Escribe" y en el blog "Tertulia de Escritores" el día 17 de marzo de 2018.
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