Un
pequeño texto autobiográfico era el único requisito del concurso. «Nada
complicado», pensé y, con un evidente y quizá algo temerario exceso de
optimismo, acepté el reto. Desordenadas y vertiginosas, breves fotogramas de
una película sin trama ni guión, una secuencia de imágenes perdida hacía mucho entre
los pliegues de mi memoria, extraviada por descuido en ese leve espacio que
separa alma y corazón, asaltaba de pronto, casi casi a traición, mi mente por
sorpresa y de puntillas, a un cruel abismo de añoranza sin remedio la asomaba: días
lejanos de escuela; largos, lentos y perezosos veranos; lecturas cómplices o
embusteras; noches sin dormir; amigos, viajes, estudios, amores... Alegrías, derrotas,
sueños y penas.
Pero
pasaba el tiempo, el plazo de entrega −tictac, tictac− corría y ni una sola letra
tintaba de negro el blanco de aquella odiosa página a toda hora abierta en la
pantalla de mi ordenador: intimidatoria, parpadeante, a la espera.
¿Cómo
era posible? Una y otra vez, con titánico esfuerzo, lo intentaba. Una y otra
vez en mi pobre empeño sin remedio fracasaba. Apenas nacidas, morían las
palabras en mis manos, naufragaban sin emoción alguna en su periplo de mis
dedos a las teclas, agonizaban de inmediato sobre ellas, frágiles y deshechas
cual atónitos fantasmas de un tiempo antiguo y olvidado.
«Calma»,
me dije por fin, reconociendo al instante el mordisco del miedo, advirtiendo su
familiar latido entre mis sienes. «Pronto se esfumará el bloqueo,
aguarda». Muchas veces antes había yo sentido ya ese vértigo, ese pánico
atroz frente al inmaculado blanco de una página vacía. «Si nunca logró
vencerme, tampoco habrá de hacerlo ahora», pensé con desenfado y esforzada
ligereza, «¿por qué habría de hacerlo ahora? ¡qué bobada! »
Y
sin embargo...
¿Qué
puedo decir? Sucede que duele la nostalgia y me aburre hablar de mí. Sólo tras
mis personajes, en sus voces y en sus gestos, entre líneas y silencios... si con
cuidado allí buscáis, tal vez entonces, sorprendido de improviso en su escondite,
el misterio más secreto de mi alma sin pretenderlo desveléis.
Muy original Marta. Conseguir crear un relato con la temida página en blanco no debe ser nada fácil. De hecho, ya solo el hecho de crear cualquier relato es algo que admiro mucho. Si además son buenos como los que tú escribes, pues tenemos el pack completo ;-). Un gran saludo.
ResponderEliminarMil gracias, Miguel. A veces las musas no quieren colaborar...
Eliminar¡Ay, el blanco del papel! En este caso, barrunto que el escritor no le tiene tanto miedo a esa página, sino al contenido de lo que debería escribir. Hacerlo sobre uno mismo es algo terrible, es mirarte al espejo y arrancarte lo que, seguramente, más te duele.
ResponderEliminarYa hablando en general, lo mejor es sentarse con algo que contar. Con esa imagen que se te haya ocurrido en el metro. Coger el papel sin nada en mente es como mirar a las musarañas. Muy buen texto en el que se percibe mucho más de lo que se muestra. ¡Un abrazo!
Jeje, pues barruntas bien...Sí que hay que leer un poquito entre líneas, me alegra que lo hayas visto. Muchas gracias, David.
EliminarEs que hablar sobre uno mismo puede ser muy complicado. Te asaltan hechos dolorosos que querrías evitar; vergüenzas nada ajenas que preferirías olvidar y situaciones para el ámbito privado que prefieres dejar ignotas del público. Si a eso le añadimos un cierto pudor que nos impide hablar de nosotros mismos, mejor dedicarse a la ficción aunque luego descubramos que en ella hay mucho más de nosotros de lo que podíamos sospechar.
ResponderEliminarUn beso
Dificilísimo hablar de uno mismo. Muchas gracias, Rosa.
EliminarEs difícil contar algo biográfico "a pedido" y conscientemente. Como decís muy bien, lo personal sale entremezclado cuando inventamos una historia, se arrebuja en situaciones que viven los personajes, en sus gestos y pensamientos.
ResponderEliminarMe gustó mucho cómo lo contaste, tan poeticamente.
Besos, Marta.
Me alegro mucho, Mirella. Muchísimas gracias! Un beso.
EliminarUn muy buen relato que encierra una interesante reflexión sobre la dificultad (o impotencia) que alguien puede sentir para hablar de sí mismo y desvelar sus más íntimos secretos. Lo que puede parecer fácil a priori, se vuelve imposible a la hora de la verdad. Seguramente, rebuscando y hurgando, cual psicólogo o criminólogo (jeje), en el perfil de los personajes creados sobre el papel, se descubra la verdadera personalidad y los secretos mejor guardados de un escritor.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tan difícil que a veces es casi misión imposible... Muchísimas gracias, Josep. Un beso.
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