Encendió
un cigarrillo, aspiró suavemente su perfume y con infinito desconcierto ─cruel
traición de unos ojos verdes─ comprendió que moría. Porque sí, en aquel
instante, Jaime murió. Nadie lo sabe todavía y es posible que nadie lo descubra
jamás. Siempre fue bueno disimulando. No se hallará el arma homicida. No habrá
delito ni culpable. Quizá, ni siquiera cadáver. Y, sin embargo, está muerto. Un
disparo al corazón. Certero. Inesperado. Brutal. Inmenso agujero en el pecho
por el que, veloz, se le fue la vida. «Nunca te quise», dijo con
despiadada indiferencia su asesina. Agónico y obstinado su corazón sigue latiendo.
Imagen:
Ole Marius Jorgensen
https://elbicnaranja.wordpress.com/2018/03/30/viernes-creativo-escribe-una-historia-230/
Relato publicado en la revista "El Narratorio: Noviembre Negro" (enero 2019)
Relato publicado en la revista "El Narratorio: Noviembre Negro" (enero 2019)
¡Acabáramos! He aquí la explicación de los muertos vivientes. Muy bien.
ResponderEliminarJajaja, pues sí. No lo había pensado...
EliminarUn micro inteligente e impactante, Marta. No hace falta estar muerto físiamente para haber perdido la vida... es una idea interesante muy originalmente expresada. Me ha encantado :)
ResponderEliminar¡Un beso!
Hay tantas maneras de morir ¿verdad?. Mil gracias, Julia. Un beso.
EliminarMuerto en vida, la muerte más cruel. Muy bueno Marta ;)
ResponderEliminarMuchas gracias, Lola. Contenta porque te haya gustado;)
ResponderEliminar