«No está lejos hermosa Hipólita la hora de nuestras nupcias». Quiso la casualidad que una cálida y estrellada noche de verano, en el claro de un bosque donde las sombras lo habían tomado por sorpresa, muy próxima ya la hora de las hadas, escuchara Robin tal confidencia. Un latido extraño, algo que no supo reconocer, alteró un instante su corazón pero estaba tan cansado que se negó entonces a pensar en ello. «Mañana será otro día», se dijo, acurrucándose entre los helechos a la suave luz de una luna ya muy pálida y menguante. Se durmió de inmediato y dulces sueños de amor alegremente soñó. Soñó amores felices, desdichados, ciegos, caprichosos, veleidosos...; brebajes traicioneros prestos siempre a encender una pasión; voces de otro mundo traídas hacia el suyo por la brisa; mágicos susurros capaces de incendiar o helar un corazón; juegos de hadas, leves y etéreas fantasías que la razón a comprender no alcanza. Al despertar, desde el cielo, una estrella matutina blanca y atrevida le guiñaba un ojo y, cual dueña de un maravilloso secreto, le sonreía. Él ya nada recordaba. ¡Triste duendecillo un mal día embrujado por el sol! Atrapado en el mundo de los hombres creció y olvidó su magia y solo en sueños, que nunca recuerda al despertar, logra atravesar por un momento el umbral entre ambos mundos. Al oído del viento, vuelve apenas un instante a susurrar burlón sus travesuras para al amanecer −así fueron siempre las reglas de la magia− desvanecerse raudo como una estrella fugaz. Un destello de felicidad ilumina entonces su rostro. Polvo de hadas. Alegría en el alma. Ecos de eternidad.
Y aquí por el momento −muy tarde se hizo ya− detendremos hoy el cuento. Así pues, buenas noches a todos. Aplaudid, si amigos somos y Robin todo lo arreglará.
Me encantó ¡¡Huele a Robin!!!
ResponderEliminarSaludos1111
¡Cuánto me alegro! ¡Muchas gracias!
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