Una fotografía desvaída, casi olvidada. Unos ojos de niña oscuros, sabios
y profundos miran a la cámara. Serenos. «Sé que vas a hacerme daño. Sé que voy
a sufrir y no tengo miedo», parecen gritarle a un mundo que al otro lado del objetivo,
inclemente y paciente, su turno aguarda, conscientes ya en aquel momento −tan
temprano amenazados por las sombras− de que habrán de soportar el dolor que, el
destino solo para los más fuertes reserva. Seguros de que podrán con él.
Confiados.
Ingenua y pequeña flor dañada por la escarcha.
Mucho tiempo después, unos ojos de mujer desamparados y sin llanto
tratarán de ocultar con infinito esfuerzo su miedo, su soledad y su tristeza.
Lucharán por olvidar la herida de una vida entera, el angustioso desconsuelo de
lo irremediable, mientras se preguntan con feroz melancolía a dónde irán a
parar los pensamientos nunca escritos, los sentimientos no expresados, los
momentos de felicidad nublados.
Un alma desencantada y vacía a
esos ojos asomada, muy suave y muy bajito murmurará entonces −poderoso conjuro
contra el más terrible hechizo− unos versos dulces, exaltados, tristísimos. Y,
a fuerza de palabras, de recuerdos y fantasmas, quebrará un rayo de luz la
gélida y tempestuosa oscuridad. Apenas un instante. Justo a la caída de la
tarde.
Relato para los Viernes Creativos de https://elbicnaranja.wordpress.com/ inspirado en la imagen de Munemasa Takahashi.
Qué blog más bonito te ha quedado, pasaré a leer siempre que pueda, será un verdadero placer!!! Ánimo!!
ResponderEliminarMuchísimas gracias Juancho! Cuánto me alegro de que te haya gustado!
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