Seis cuarenta y cinco de la
mañana. Suena el despertador. Amanece y la luz es muy escasa. Jaime se
despereza y con un manotazo detiene el estridente sonido del reloj. Se levanta ─ojos soñolientos, pelo enmarañado─ y cruza el pasillo. Entra en el cuarto de
baño. Se ducha. Se lava los dientes. Regresa al dormitorio. Hace la cama y se
viste con esmero ─traje azul marino, camisa blanca, corbata de rayitas rojas─. Toma
las llaves y la cartera y sale de casa. Desayuna como cada día en el bar que hace
unos meses abrió justo en su esquina ─zumo de naranja, café con leche y una
tostada con mantequilla y mermelada de albaricoque─. Camina despacio hacia el trabajo,
le gusta la soledad de las calles a esa hora tan temprana. Cumple con diligencia
su jornada laboral ─larga y tediosa como todas─ y regresa, de nuevo a pie, exactamente
por la misma ruta aunque ahora las calles parecen otras, más alegres y
bulliciosas. Como de costumbre, nadie repara en él. Llega a casa. Prepara una
cena ligera que ingiere frente al televisor. Comprueba la hora en su reloj. Nunca
se acuesta demasiado tarde. A las seis cuarenta y cinco en punto sonará el
despertador.
Relato para los Viernes Creativo de https://elbicnaranja.wordpress.com/
inspirado en la fotografía de Erik Johansson.
Sí es que no da tiempo a más: trabajar, comer, dormir, trabajar...
ResponderEliminarHas conseguido marcar muy bien ese ritmo del reloj. Me ha gustado mucho, Marta ;)