Mi tiempo se acaba. Respiro recuerdos y mi alma está rota. Apenas reconozco mi cara en el espejo. Mi piel es un mapa de surcos y sombras, la fatiga entorna mis ojos y la huella de la ausencia gravita en torno a mí. Todo lo tuve y todo lo perdí. Visité palacios, alterné con duques y princesas, derroché en caprichos mi fortuna. Conocí el amor y fui feliz, pero... La vida, implacable como suele, reclamó su precio y bien pronto vino la muerte a llevarse mi alegría. Saskia, Titus, Cornelia... conjuro a cada trazo sus nombres frente al lienzo. Su memoria araña mi garganta, trampea soledades y calma el desconsuelo. Siguen en mí. Están aquí aunque nadie lo sepa. ¡Qué desolación enterrar esposa e hijos!, ¡qué dolor tan innombrable!, ¡qué pena tan honda y tan inmensa! Todo lo que amé me fue arrancado. Solo permanece la pintura y solo ella acompaña mi tristeza. Cada pincelada es una herida abierta, una confesión, el eco de un éxito olvidado. Y aunque nada queda de la gloria ─Ronda de noche, Lección de anatomía... ¡qué lejano todo ya!─, sigo buscando la luz en la tiniebla. Tiembla mi mano, estoy viejo y cansado, pero... Siempre al sufrimiento lo vence la belleza.