No tuve tiempo
de ser la musa de nadie. Estaba demasiado ocupada rebelándome contra mi familia
y aprendiendo a ser una artista.
Leonora Carrington
«Nanny,
nanny, ¿dónde estás? Nanny, ¡no me dejes sola! ¡Nannyyy...!»
La angustia escapó de su garganta en un grito herido que la impulsó con fuerza hacia la realidad. Despertó desorientada, empapada en llanto y con el corazón encogido. Temblaba, apenas podía respirar y una expresión extraña retorcía sus facciones. Las pesadillas torturaban, inclementes, sus sueños, aumentaban la confusión de su cabeza y −crueles emisarias del pasado− la devolvían cada noche a sus peores miedos de infancia.
Se
incorporó sobre la cama, secó de un manotazo las lágrimas que corrían por su
rostro y trató de serenarse. «No ha sido más que un sueño, Leonora,
tranquilízate», musitó con valentía. Sus visiones siempre habían sido
aterradoras. Solo su nana cuando niña y luego la pintura exorcizaban sus
demonios pero ahora... Hacía ya tantos años que no podía pintar... El pincel
tiritaba entre sus manos, sus ojos desdibujaban colores y formas, la mente se
le enredaba en la nostalgia y su cuerpo entero traicionaba una pasión.
Era
vieja. Una pobre vieja cercada por la muerte y el olvido y tenía tanto miedo...
El tiempo le había ido arrebatando poco a poco todo cuánto amaba pero lo que
ella más había adorado siempre no era otra cosa que la vida. Por eso, amanecer
cada mañana, notar de nuevo en el pecho el arrítmico latir de su corazón
cansado, escuchar el repiqueteo de la lluvia en los cristales o sentir la
caricia del sol tras la ventana, era cada día un milagro y un regalo. No
comprendía qué podría ser la muerte y no, no quería morir. No todavía.
«Tú
existencia será larga, muchacha, escaparás de la jaula de oro que te apresa y
hechizarás al mundo con tu encanto», le vaticinó un día de lluvia una anciana pitonisa,
al adivinar en el centelleo de sus iris de azabache la rabia de niña insumisa y
rebelde en que se ahogaba. Si el augurio se había cumplido por completo, no era
ella quién para juzgarlo pero sus más de noventa años de vida y el vuelo
inasible de sus alas, al menos, lo ratificaba en parte.
No
había sido fácil pero lo había logrado. Había nacido en un tiempo que, por
algún insondable misterio, negaba a las mujeres la posibilidad de hacer lo
mismo que los hombres, que las educaba para el matrimonio, para complacer a
padres y maridos y mantenerse luego al margen. No lo aceptó. Ella quería ser
igual que sus hermanos: nadar desnuda en el estanque, trepar a los árboles,
montar a caballo... La acusaban por ello de no medir las consecuencias de sus
actos, de comportarse como una criatura temperamental y en exceso retadora,
cuando nunca había sido esa su intención. Con su comportamiento, la chiquilla
solo pretendía no sentirse despreciada por aquella azarosa condición de niña
que, al parecer, definía por entero su existencia.
«¿De
dónde habrá salido esta hija?», se quejaba el padre una y otra vez, sin
alcanzar nunca a entender a la pequeña Leonora.
«¡Pobre
papá!», lo compadecía ella ahora en sus noches de insomnio. Su incomprensión y
su orgullo los separaron para siempre pero no lo culpaba; ya no. No supo ver la
inquietud que consumía su alma, que algo más fuerte que ella misma la obligaba
a emprender un camino que era solo suyo y no podía adulterar.
«¡Ningún
hijo mío se dedicará a la pintura! −chilló el hombre con furia aquella última
noche− ¡El arte es cosa de pobres!».
Leonora
preparó desafiante su equipaje y, sin una palabra, abandonó la casa familiar de
los Carrington para marchar de Lancashire a París. Ceder ante su padre le
hubiera impedido crecer y no lo consintió.
El
pájaro había volado.
Una
nueva vida comenzó entonces para ella. El torbellino del surrealismo la
envolvió en su maraña, fue la novia del viento, habitó buhardillas, pintó
fantasmas, enloqueció por amor...
Vivió
la pasión y el embrujo, la dependencia y la obsesión; declinó ser musa de nada
ni nadie; lloró las ruinas de una Europa en guerra; exilió en México su inconsolable
desazón. Pintando, siempre pintando, se hizo vieja, escapó de la rutina,
combatió arbitrariedades y, sin imposturas, las venció.
«Sorteé
con astucia las trampas del destino −desde su atalaya de años, se complace a
menudo la anciana Leonora−. A golpe de sueños, capturé en mis lienzos lo
imposible. Desafié al mundo y gané mis días».
El esfuerzo rindió su recompensa. Y la lucha mereció
la pena.
Relato publicado en la Antología "Mujeres en el Arte". Visibiliz-ARTE. Noviembre 2020.
Imagen: La reina del tarot. Leonora Carrington.
Enhorabuena Marta por tan buena aportación a esta antología. Sin duda, será un buen reclamo para todas las mujeres que ahora más que nunca comienzan a tener verdaderas oportunidades para visibilizar su arte.
ResponderEliminarBesos y buen final de semana.
Hola, Miguel! Muchas gracias! Cuánto me alegra que te haya gustado!
EliminarLeí hace años, para la tertulia del instituto, “Leonora” de Elena Poniatowska. Imagino que la has leído. Tiene además la relación con Santander de haber estado recluida en un psiquiátrico de la ciudad que la dejó marcada de por vida. Una vida apasionante y un relato precioso el que le has dedicado.
ResponderEliminarUn beso.
Una vida apasionante, desde luego. Sí que he leído también el libro de Poliatowska y hay episodios tremendos, el tema del psiquiátrico que comentas y épocas difícilísimas luego en México. Me alegro un montón de que te haya gustado el relato, Rosa. Muchas gracias!
EliminarUna vida apasionante y una mujer capaz de crear un universo propio y de romper con las reglas impuestas a las mujeres en una sociedad con una visión moralista de la vida.
ResponderEliminarBonito homenaje Marta!
Así es, con lo difícil que en la época resultaba romper ciertas reglas... Una mujer vitalista y muy valiente, sobre todo. Muchísimas gracias, Norte. Me alegra que te haya gustado.
EliminarUn placer leerte.
ResponderEliminarMuchas gracias, Margarita.
EliminarHola!!!! que buen relato,me tuvo muy intrigada. Me encanto el libro ;) mis felicitaciones <3
ResponderEliminarPD: Me gusto muchísimo tu blog, así que me quedo como tu nueva seguidora para seguir leyéndote. Si gustas visitarme mi blog es http://plegariasenlanoche.blogspot.com/ nos leemos <3
Un beso enorme desde Plegarias en la Noche.
Hola,Tiffany, pues encantada de tenerte por aquí y de que te haya gustado el relato. Muchísimas gracias!
EliminarUn relato precioso ❤
ResponderEliminar¡Hola, Marta! Precisamente, esta semana me he sumergido en la vida de Daphne du Maurier preparando la edición dedicada a Rebecca y conforme leía tu relato sobre esta pintora no he podido más que encontrar un montón de coincidencias. Quizá, Daphne tuvo un poco más de suerte por la familia en la que nació. Pero parece que comparten muchos de los demonios y vicisitudes. Estupendo y sentido relato en una, sin duda, fantástica antología de relatos. Un fuerte abrazo y la enhorabuena por participar en ella!!
ResponderEliminarMuchas gracias, David, sí que estoy contenta con la publicación y me ha gustado conocer un poquito más a la pintora. También yo ando con Rebeca estos días 😉
EliminarHola Marta. Precioso relato de una mujer adelantada a su tiempo. Me gustó mucho. Saludos.
ResponderEliminarMil gracias, Pedro. Cuánto me alegro!
EliminarMarta no! ¿Tú participaste en la antología? ¡Qué extraordinario relato! Ay... Y siendo Leonora de mis consentidas, estoy que... Bueno. Te mando un gran abrazo. Ayy y también mencionaron a Elenita Poniatowska. Tenemos mucho qué compartir! Mil abrazos!💕⭐💕
ResponderEliminarHola, Maty. Sí, también a mí me gusta mucho Leonora Carrington y leí en su momento el libro de Poniatowska sobre ella. Me alegro un montón de que te haya gustado el relato. Un beso grande.
EliminarBuenísimo Marta. Logras acercarnos a la figura de la gran pintora. Ella a mí me encanta, como bien mencionas vivió en mi país. También es muy interesante su trabajo como escultora. Te dejo un saludo.
ResponderEliminarPintora, escultora, escritora... una artista única realmente. Mil gracias, Ana. Cuánto me alegra que te haya gustado!
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