Se
llamaba Silvia y tenía una banda de rock. Los niños morían por sus huesos, las
niñas imitaban con descaro su aspecto de gótica displicente −ojos ahumados,
melena azabache, piercings y botas de soldado, calaveras y tachuelas...−, las
madres maldecían impotentes tan temible y fatal influencia.
Su voz desgarrada, sus provocaciones de artista transgresora, la rebeldía que apenas disfrazaba la adolescente fragilidad que aún hería su mirada, la convirtieron en estrella de la noche a la mañana. Las radios repetían sus canciones sin cesar, reporteros sin escrúpulos la acosaban inclementes, sus conciertos agotaban en minutos el aforo...
Hasta
que, de pronto, un día, la supernova implosionó. Desapareció. Sin rastro. Sin
explicación. Abandonó los focos y nadie volvió jamás a saber de la cantante.
«Una
carrera truncada, otro juguete roto...», se especuló durante meses. Pero nuevas
chicas ocuparon su lugar y, poco a poco, el mundo la olvidó.
A salvo ahora, tantos años después, de aquel extravío, Silvia sueña a veces ese tiempo. Los recuerdos resquebrajan entonces su coraza, rasgan su antifaz de ejecutiva y dejan en su rostro un surco amargo de melancolía. Rehuyó la fama por ganar la vida. No se arrepiente. Pero a veces... algunas veces...
muchas veces me he preguntado a qué se dedicarán los cantantes y los componentes de grupos que ya no están en activo.
ResponderEliminarestaría bien que hubiera algún grupo de rock gótico con voz femenina, como el de tu relato. en el panorama musical actual estamos un poco huérfanos de mujeres rockeras...
abrazos!
Pues sí, es cierto que hay pocas... Muchas gracias por pasar Chema.
Eliminar¡Hola, Marta! Qué buena historia, sobre todo ese final abierto tan humano. A veces pensamos que la vida es o blanco o negro, pero es una infinita pintura de grises. Lo que en un momento nos abruma, en otro nos provoca nostalgia y ese "a veces". Nuestra existencia es un acopio de decisiones y de ¿Y sí...? Fantástico, Marta. Un abrazo!
ResponderEliminarClaro. Y siempre se echa de menos lo que se pierde. Mil gracias, David. Me alegro muchísimo de que te haya gustado.
EliminarAlgunas veces recuerda quien fue...
ResponderEliminarPrecioso, Marta.
Un beso, Manoli. Muchísimas gracias.
EliminarDesde luego que una vida vale mucho más que un destello que suele ser perecedero. Has descrito de manera muy humana esa huida de la fama para poder conquistar un futuro anónimo pero quizás más enriquecedor.
ResponderEliminarUn abrazo, Marta.
Y siempre la duda de lo que pudo ser... Un beso, Miguel y muchísimas gracias.
EliminarQué bien expresado lo que se puede sentir en el caso de Silvia. Tuvo la clarividencia de dejar pronto una vida que muchas veces termina en desastre, pero no es posible dejar de soñar con la gloria y la fama. Como no llegaron a destruirla las sigue añorando. Los mejores sueños son los que nuca se cumplen.
ResponderEliminarPrecioso relato.
Un beso.
Un beso, Rosa. Muchísimas gracias!
EliminarUna historia como la del personaje de Silvia es un dato interesante de observar. En mi país hay bastantes artistas cuya vejez está viviendo en malas condiciones.
ResponderEliminarSaludos desde Indonesia.
Me alegra que te haya interesado la historia. Muchas gracias por leer y comentar.
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