Desamparados,
incrédulos, atónitos ante la situación en que se encuentran, no entienden qué
motivo eclipsó su magia, porqué dejaron de ser centro de atención, de recibir
alabanzas, apresar miradas, para hallarse ahora, roto el hechizo, inmersos en
semejante oscuridad. ¿Qué ocurrió?, se preguntan con espanto, ¿cómo es que los
abandonaron en ese inhóspito lugar?
Y
están tan asustados... Amontonados unos sobre otros, tristes, sin consuelo.
«Nuestro
tiempo ha pasado ─tintinea al fin una vieja campanilla con dulzura─ pero no
temáis, regresarán. Siempre regresan a buscarnos».
Y
con esa promesa guardada en el alma, estrellas, guirnaldas, angelotes... se
acurrucan todos bien juntos en la caja, al fondo del armario, y cierran los
ojos. Hoy los abandonan a su suerte pero otras manos los devolverán luego a la
vida. Alguien ─alegría en los labios, ilusión en las pestañas─ los rescatará
finalmente del olvido para tintar de colores y hacer brillar con ternura los
días más bonitos del invierno.
Oh pobrecitos, aún no les han explicado que el año que viene volverán a brillar.
ResponderEliminarUn lindo cuento.
Besos
Besos Conxita. Muchas gracias.
EliminarAmarga tradición también, la de quitar adornos una vez pasadas las fiestas, Marta, pero lo bueno es que el año que viene hay más ;)
ResponderEliminarPobres, también tienen su corazoncito...
EliminarHas personalizado unos objetos para permitirles reflexionar sobre lo efímero de las celebraciones donde las risas, la ilusión y la maravilla cautiva a los inocentes.
ResponderEliminarMuy bonito relato con su toque metafórico.
Un abrazo.
Muchas gracias, Francisco. Me alegro mucho de que te haya gustado.
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