Lento, muy pausado, casi perezoso, el tren abandona la estación. Listos
para emprender un camino que apenas intuyen pero muy largo e incierto adivinan,
en sus vagones se acomodan los últimos viajeros. Espectros silenciosos
sobrecogidos por el frío y la desolación de esta noche sin luna a la que de
improviso se han visto arrojados, forzados por una repentina y cruel destrucción
de anhelos y esperanzas que a comprender no alcanzan, con una mirada de
infinita tristeza se despiden del mundo que, sin ellos, tan desamparado y
helado ahora queda.
Inmóvil, detenida en el andén, una mujer algo marcada por la edad y las
inclemencias del tiempo y de la vida, observa como poco a poco, en la distancia,
el extraño convoy se aleja. Una vez más − imposible ya resulta saber cuántas− lo
dejó pasar y quizá ahora se arrepienta.
Deseos, sueños, fantasías, ilusiones... que desfallecidos, quejumbrosos, muy
veloces, en la negrura de la noche se extinguen y en el aire una huella de misterio
y pesadumbre dejan.
Un leve brillo al fondo de sus ojos celestes traiciona las lágrimas que ella
se resiste a derramar. De nada sirve llorar lo que no fue, lo que nunca será.
Diluido entre la bruma de sus miedos y silencios se desvanece, mientras
tanto, para siempre y sin remedio el tren de las oportunidades perdidas.
Relato para los Viernes Creativos de https://elbicnaranja.wordpress.com/ inspirado en la imagen de Juan
Felipe López Arbide.
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