Había una vez una barca que soñaba con el mar. Soñaba despertar en
mañanas plácidas, suaves y benignas, navegar tardes de sol hasta que el ocaso
tiñera de naranja el horizonte, hasta ese instante en que poco a poco el mar
cambiaba de color: del verde al azul, del azul al añil y por último casi al
negro, peces diminutos nadando entre algas y corales, olas brillantes,
blanquísimas y juguetonas salpicando su casco, cientos de gaviotas bajo un
cielo inmenso y solitario. Soñaba con playas de arenas blancas, pescadores
remendando sus redes con la última luz del día, olor a sal, la romántica voz de
un vapor en alta mar... la aventura misteriosa de algún velero espectral, el
cofre del tesoro de cualquier pirata con suerte. Soñaba la libertad
Sueños felices que, en noches tachonadas de estrellas, a la luna llena le
contaba con pasión. Sueños que el destino quiso para ella imposibles.
Y a veces, desde la orilla de un recuerdo ya muy lejano, casi olvidado,
en el abandono del sueño, lágrimas de espuma lloraba triste la barquita. Dolor
oculto que nadie adivinó, agonía de añoranza y soledad en que se ahogaba,
cansancio y frío devorando su alma.
Había una vez una barca entre la arena y el cielo varada que a fuerza de
intuición y fantasía suplía lo que, cruel, la vida le negó. Lejos, muy lejos,
ahuyentaba la nostalgia de todo lo perdido, de lo nunca vivido, la inmensa
tristeza ante el futuro que su corazón de agua siempre presintió.
Relato para los Viernes
Creativos de https://elbicnaranja.wordpress.com/ inspirado en la imagen de Quint Buchholz.
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