Hubo un tiempo en que ésta fue una región
de extraordinaria hermosura. Árboles majestuosos se alzaban en ella, arroyos de
aguas claras y resplandecientes regaban sus tierras y todo el terreno se
hallaba cubierto por flores multicolores y el más verde césped que jamás nadie
hubiera podido imaginar. En lo alto de la colina, imponente, se alzaba un
castillo donde alguna vez con justicia y benevolencia gobernó un rey, donde una
bella princesa tal vez soñó la magia y la felicidad.
Nada queda ya de todo aquello. Ni un
árbol ni una casa rompe el perfil de la inmensa llanura que en todas
direcciones se extiende hasta parecer juntarse con el cielo. Ha calcinado el
sol la tierra y todo es gris. Tiene el castillo ahora la misma tonalidad
plomiza y opaca de cuanto le rodea y jamás sus habitantes sonríen, siempre en
su rostro una expresión solemne y dura, olvidados ya de lo que fuera la
alegría. Un maléfico espíritu parece habitar su alma y a nadie son capaces de
amar. Nunca pudo hacerlo quien un día perdió su corazón.
Estas son las gentes y el paraje a los
que, incrédulos y desolados, se enfrentan los peregrinos que tras infinitas
penurias, cautivos de una quimera imposible, desde el otro lado del mundo hasta
aquí han llegado, sólo para contemplar entre lágrimas de rabia e impotencia
como la Ciudad Esmeralda se desvanece hecha humo ante sus ojos.
Relato para los Viernes Creativos
de https://elbicnaranja.wordpress.com/ inspirado en la fotografía de Jim Kanzanjian.
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