Una
niña sonríe de frente al objetivo. Una niña de pelo oscuro y ondulado echado
hacia un lado, guiño pícaro en la mirada
y gesto divertido. Dulce imagen de otro tiempo que acuna entre sus pliegues
un latido de felicidad.
Es una foto pequeña, en blanco y negro. Una vieja instantánea cosida ahora al envés de su chaqueta. Lo único que tiene. Lo único que importa. Un tesoro que, en las noches frías, le calienta el corazón.
Con
dedos sucios de barro, Otto roza las aristas de la fotografía y suspira. Se
siente tan cansado. Tiene tanto miedo...
Parpadea
con fuerza para ahuyentar el llanto que amenaza desbordar sus ojos, traga el
desconsuelo anudado a su garganta y se obliga a caminar.
Un paso. Luego otro. Y otro. Y otro más.
Avanzan despacio, en silencio, enfrascados
todos en idénticos pensamientos, atormentados por idénticos presagios, sin aliento,
sin alivio ni esperanza. Una columna de hombres demacrados y exhaustos abandonados
a su suerte en medio de ningún lugar.
Una
nube de cenizas cae de pronto sobre ellos, oscurece el cielo y aletea en el
aire.
Tras los árboles, al otro lado del camino, arden
las cámaras de gas.
Ufff, qué escalofriante. Terrible relato por todo lo que insinúa. Me ha recordado a los pueblos que hay en Polonia y Alemania, al ladito mismo de los campos, Dachau por ejemplo. Tenían que verse atorados por el olor y las cenizas. Y decían que no sabían nada...
ResponderEliminarUn beso.
Cerramos los ojos y no queremos saber, por eso a veces conviene recordar ciertas cosas... Muchas gracias, Rosa. Un beso.
EliminarEsa niña, réplica de la Ana Frank largo tiempo desaparecida, nos trae al presente el horror de los campos donde sus vidas acabaron de la forma más cruel. Y lo has sabido expresar extraordinariamente bien en muy pocas palabras.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchísimas gracias, Josep. Un beso.
EliminarNO hay que perder la memoria. Que bonito. Besos
ResponderEliminarAlgunas cosas hay que mantenerlas presentes, sí. Muchísimas gracias. Me alegra que te haya gustado.
EliminarQuizás hablamos de un genocidio qué sacó a relucir la maldad humana llevada a la máxima expresión. Creo que la memoria a través de relatos, películas o libros debe ser refrescada constantemente para intentar al menos que nos hechos acaecidos nunca más se vuelvan a repetir. Elegante y a la vez doloroso relato.
ResponderEliminarAbrazos, Marta.
Maldad en estado puro, es cierto. Mil gracias, Miguel. Me alegro mucho de que te haya gustado.
EliminarMuy buen texto, Marta. Desde una instantánea como esa, con el recuerdo que conlleva. Todo un símbolo esa niña que no logró sobrevivir y, no obstante, alcanzó la inmortalidad en el imaginario de todos.
ResponderEliminarUn beso, Manoli. Cuánto me alegra que te haya gustado! Muchísimas gracias.
EliminarMe has encantado Te leo desde la madrugada en Miami
ResponderEliminarun abrazo
Muchísimas gracias. Me alegro mucho de que te haya gustado.
EliminarMe llamo Marybel y es la primera vez que estoy por aquí.
ResponderEliminarhttps://anonimaveneciana.blogspot.com/
Me gusta tu narración. Entre la gran jerarquía en que puede clasificarse a la comunidad de mortales, hay una especialmente turbadora: los supervivientes de la tortura o de un campo de exterminio. Son muchos. El sufrimiento al que fueron sometidos es una fuerza endemoniada que transforma a cualquier hombre en un guiñapo. Los que han sufrido un padecimiento atroz se desligan para siempre del colectivo de los hombres.
En forma y fondo tu historia conmueve.
Un saludo
Muchas gracias, Marybel. Encantada de tenerte por aquí.
Eliminar¡Hola, Marta!
ResponderEliminarEs una historia que eriza la piel, sin duda, tristísima y oscura. Me gustó cómo escribís.
Me quedo por tu blog, te sigo, y te invito al mío.
Un beso enorme.
Pues muchas gracias y bienvenida. Muy contenta porque te haya gustado el blog.
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