¿Qué saben los
sueños de límites?
A.E.
«Las
damas no saltan rejas, niña», la voz de la abuela Mary tronó con severidad en
su cabeza y lo inoportuno del recuerdo la hizo sonreír. «¡Pobre abuela! −pensó mientras
se inclinaba levemente hacia la izquierda para mirar por la ventanilla−, ¡si pudiera
verme ahora...!». El cielo estaba sereno y cuajado de estrellas. Pronto
amanecería. Contempló el inmenso espacio que tenía frente a sí y un sentimiento
de grandeza y libertad se adueñó de su espíritu. Todo en torno a ella era vacío
y silencio, aislada por completo como estaba del ruido y la vanidad; ajena a un
mundo que la adoraba, que tenía del todo rendido a su valor, a su inteligencia,
a su encanto; frágil excepción de un tiempo −tiempo de hombres− que con feroz
intransigencia rechazaba esa independencia por la que algunas mujeres tanto
habían luchado para sin compasión reducirla a triste objeto de burla.
Pero
por algún motivo ella lo había logrado. Demostrar a ese mundo ingrato su valía
había sido siempre su obsesión y lo había logrado. Un incontrolable anhelo de
aventura latía en su corazón, tóxico como un veneno: ir donde nadie había ido,
hacer lo que nadie había hecho. Sin
importar el riesgo. Sin importar el precio.
El
parpadeo intermitente de una alarma en el panel de control deshiló el curso de
sus pensamientos y la trajo de vuelta a la realidad. El combustible se agotaba
con rapidez y el islote donde debía repostar antes de alcanzar Australia aún no
aparecía. Conectó con inquietud el micrófono del radiotransmisor e intentó
contactar con el Itasca, el viejo guardacostas
que había de guiarla en la operación de aterrizaje:
⸺Altitud
trescientos metros. Volando norte-sur. Determinen posición.
⸺
...
⸺Electra volando norte-sur. Repito:
determinen posición.
El
silencio al otro lado de la radio resultaba atronador. Se había desviado de su
rumbo, ninguna frecuencia emitía señal y no hallaba referencia que pudiera
orientarla.
Perdida
entre el azul (tan oscuro a esa hora todavía muy temprana) del cielo y el
océano, una mezcla de miedo y de placer se apoderó de ella. El futuro no
existía. Solo el vuelo. Y la gloria. Y la alegría del aviador.
Circunnavegar
el mundo a través del Ecuador era algo que nadie, ni mujer ni hombre, había
intentado jamás. California, Florida, Puerto Rico, Venezuela, África, el Mar
Rojo, Pakistán, Birmania, Indonesia... Había recorrido ya más de treinta y
cinco mil kilómetros. Apenas restaban otros doce mil, un par de etapas, poco
más. Casi rozaba el triunfo. Estaba a su alcance. Lo tenía tan cerca...
El
amanecer la sorprendió con su caleidoscopio de colores y cambios de luz
mientras a lo lejos se formaba una tormenta. Un denso banco de nubes grises e
ingrávidas flotaba en el horizonte y corría veloz hacia ella.
Insistió
de nuevo:
⸺Electra volando hacia Howland Island. Combustible
agotado. ¿Pueden oírme?
⸺...
⸺¡¿Puede
alguien oírme?!
Una
sonrisa triste, un raro gesto mitad insolencia mitad desamparo, asomó a sus
labios. Había intentado lo imposible y había perdido. No se arrepentía. La
aviación había sido siempre su pasión, una experiencia única, romántica,
trascendente; un afán que la atravesó como un flechazo y marcó sin remedio el
rumbo de su vida. Preparada en todo momento para lo imprevisto, acostumbrada a
lo inesperado, coqueteaba sin escrúpulos, día tras día, con el riesgo y la
aventura. Era feliz. Y si atreverse significaba morir, entonces moriría.
«No,
las damas no saltan rejas, abuela −musitó
mientras el Electra se desvanecía despacio
entre la niebla−, atraviesan océanos, ganan mundos y conquistan cielos».
En
algún lugar del Pacífico, una mañana de julio de 1937, la reina de las nubes,
Amelia Earhart, se adentraba entre las brumas del enigma y la leyenda. Aún arrastra
el viento la huella de su estela. Y su nombre
silba con el alba a las estrellas.
No recuerdo quién lo dijo, pero dijo y estoy de acuerdo en que las mujeres no deberían querer ser como los hombres. La mujer magnifica cada cosa con que hace contacto. Ponle una reja y volará mil veces sobre ella.
ResponderEliminarEmotivo relato. Abrazo fuerte, Marta.
Muchas gracias, Axl. Bonito tu comentario.
EliminarQué buena recreación en forma de relato de una de las heroínas del siglo XX. Una figura a reivindicar y que no fue excesivamente conocida hasta que el cine llevó sus aventuras al biopic estrenado en 2009. Estupendo, por cierto, el papel de Hilary Swank metida en la piel de Amelia.
ResponderEliminarUn beso, Marta.
Una auténtica pionera con un halo de aventura muy romántico. Recuerdo la peli de Hilary Swank pero es cierto que pese a ello esta historia sigue sin ser muy conocida. Un beso, Miguel y muchísimas gracias.
EliminarFantástico el relato que nos acabas de regalar de los últimos momentos de Amelia Earhart. Fue sin duda una mujer excepcional.
ResponderEliminarHola, Norte. Cuánto me alegra que te haya gustado! Muchísimas gracias.
Eliminar¡Hola, Marta! Si de por sí los aventureros siempre tienen un aura mágica, en el caso de las aventureras roza el mito. Como es el caso de Amelia, un icono que consiguió su sueño, aunque le llevara a ese destino. Aunque creo que no se encontraron los restos, desde luego su vida sí dejó huella. ¡Fantástico homenaje literario! Y además muy documentado. Un abrazo, Marta!!
ResponderEliminarHola, David. Sí que he estado leyendo un poquito sobre ella y fue todo un personaje con ese halo de aventura y de romanticismo que impregnó esos primeros tiempos de la aviación. Me da la impresión de que su historia no es muy conocida y es una pena. Me alegro muchísimo de que te haya gustado el cuento. Un beso y mil gracias.
ResponderEliminarLas aventuras a veces se pagan caras. En este caso, la intrepidez de la aviadora Amelia Earhart acabó con su vida, aunque dejó una leyenda en forma de mujer pionera. Has descrito esos últimos momentos de tal forma (como debieron ser en realidad) que he sentido una congoja increíble. Y muy bueno el toque emotivo de su recuerdo de la infancia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Josep. Pues me alegro muchísimo de que la historia haya logrado emocionarte. Muchísimas gracias!
EliminarQué precioso relato. No sé cómo sería en realidad el fin de Amelia Earhart, si realmente sentiría esa paz y esa mezcla de alegría por lo conseguido y lástima por lo que se perdía, pero tu relato merece ser la verdad de ese final. 𝘚𝘪 𝘯𝘰𝘯 𝘦 𝘷𝘦𝘳𝘰 𝘦 𝘣𝘦𝘯 𝘵𝘳𝘰𝘷𝘢𝘵𝘰, ya sabes.
ResponderEliminarUn beso.
Mil gracias, Rosa. Me encanta que te haya gustado. Un beso grande.
EliminarDelicioso relato el que nos regalas. Los últimos momentos de la gran Amelia escritos por tu pluma tienen una cualidad que mueve literalmente la entraña. Muy hermoso. Saludos.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Ana. Cuánto me alegra lo que dices.
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