Mi cerebro
tararea con retazos de poesía y locura
Virginia Woolf
Caminaba
por el bosque con las manos repletas de piedras: densas, opacas, rocosas... Las
elegía con pericia: firmes, macizas, rugosas... Las libraba en un suspiro del
polvo de los siglos y el olvido y, a los pies del viejo sauce donde cada tarde,
al borde mismo del río, recostaba indolente su cuerpo fatigado tras la caminata,
las apilaba con mimo: plomizas, compactas, terrosas... Extraña colección que desde
hacía días aumentaba en secreto en una irracional pulsión que no lograba detener.
⸺¡Ven...!,
una voz entre las aguas la llamó de pronto.
⸺¡No!,
−musitó la mujer con desaliento− ¡no, no, no!, repitió sacudiendo la cabeza.
Los
fantasmas la acosaban, la ahogaba la rutina, su propia mente conspiraba contra
ella.
⸺Ve...,
nada temas..., descansa..., la animaba el rumor del viento a cada ráfaga.
Una
lágrima solitaria rodó al fin −triste señal de rendición− por su mejilla.
Guardó en los bolsillos del abrigo las piedras que aún tenía entre las manos y
dejó de resistirse.
«Pasaré como una nube entre las olas», murmuró
Virginia al adentrarse poco a poco, un paso tras otro, en las hipnóticas aguas
del río. Su alma desnuda atisbaba el infinito. Su cuerpo de mujer se
desvanecía.
Un texto que me recuerda la pureza e intensidad de los sentimientos de la época del romanticismo. Como siempre un placer leerte, Marta, usas siempre la palabra precisa a cada instante. Y tus descripciones son siempre hermosas, profundas algo poéticas y sobre todos evocadoras y acertadas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ay, Rebeca! Qué bonito lo que me dices! Un beso grande y muchísimas gracias.
EliminarPrecioso y conmovedor relato. Te pone en la piel de la escritora y te hace imaginar los demonios de su mente, los que la empujaban a jugar con las aguas del río y los que la retenían en un mundo que cada vez se le hacía más hostil. Y escrito con la delicadeza que te caracteriza.
ResponderEliminarUn beso.
Muchas gracias, Rosa. Sí que pretendía mostrar esos demonios, me alegro de que lo hayas visto 😉 Un beso grande.
Eliminar¡Hola, Marta! Creo que en psicología existe algo así como el impulso de dejarse arrastrar, de dejar de luchar... Y creo que hasta hablaban de él como una pulsión de placer. En tu poético relato creo que ese dejarse arrastrar es mucho más profundo, la desesperanza, la resignación absoluta, algo tan incomprensible para todo el mundo, salvo para quien decide dejarse llevar por las olas. Un fuerte abrazo!!
ResponderEliminarAsí es, un impulso contra el que en un momento determinado ya no se puede luchar... Muchas gracias, David. Me alegro mucho de que te haya gustado. Un beso.
EliminarQué precioso texto, Marta, me ha conmovido. Has descrito una realidad desgarradora de forma tan delicada que casi la despojas de la crueldad para vestila de mera languidez. Me ha encantado tu forma de narrar, elegante como siempre :))
ResponderEliminar¡Un beso!
Ay, Julia, mil gracias!. Generosísimo lo que me dices. Un beso grande.
EliminarLas aguas, la Naturaleza y "Las horas" siempre estuvieron presentes en la personalidad de Virginia Woolf. También los cielos y ciertas alegorías sobre la propia muerte. Has conseguido realizar otro texto delicado y lleno de sensibilidad.
ResponderEliminarFelicidades, Marta.
Muchas gracias, Miguel! Me alegro mucho de que te haya gustado. Virginia Woolf es un personaje muy atractivo y muy inspirador. Besos y buen finde.
EliminarQué bonito escribes Marta, estoy con Rebeca Gonzalo en que tu texto destila la intensidad de los sentimientos. No obstante, y como contrapunto, creo que alguien dijo alguna vez que los golpes de la adversidad son muy amargos, pero nunca estériles.
ResponderEliminarMe ha encantado!
Pues no sabes cuánto me alegro, Norte! Muchísimas gracias! Un beso grande.
ResponderEliminar