Alma
adoraba las estrellas. Cada noche se dormía contemplándolas con la ventana abierta y una sonrisa entre los labios. Orión,
Casiopea, Andrómeda... el abuelo le había enseñado el nombre de todas las
constelaciones y el modo de encontrarlas en la oscuridad. No solo eran puntos
de luz, le decía asomándola a su viejo telescopio, eran historias, mapas
antiguos dibujados sobre el firmamento que guardaban en secreto el sueño
de los hombres.
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Mira, allá arriba, casi en el centro del cielo, está Polaris, la Estrella del
Norte. Si alguna vez te pierdes, búscala, ella te ayudará a recuperar el camino.
La niña seguía la dirección de su dedo con la imaginación disparada.
