Trazó
la señal de la cruz sobre su frente y una oración sacudió sus labios. Las manos le temblaban, el corazón le latía
enloquecido y el miedo se anudaba a su garganta. Fuera de la cabaña rugía la galerna.
El cielo relampagueaba con violencia, el viento aullaba entre los árboles y el
mundo parecía quebrarse envuelto en la tiniebla. La tempestad no daba tregua,
pero... No eran truenos lo que retumbaba tras la puerta. Dos golpes sordos, un aroma
a incienso y flores secas... Puntuales a la cita, regresaban sus fantasmas. La
oscuridad lo cercaba, la notaba sobre él y esa cercanía arrugaba el alma del
anciano. El fuego de la chimenea se apagó de golpe y un escalofrío helado
recorrió su espalda. Retrocedió dos pasos. El suelo crujió bajo sus pies y una
voz pronunció su nombre... «Afronta tus pecados ─murmuró inflexible─, hora es
de saldar cuentas». «¡Piedad!», pudo apenas suplicar el hombre enfrentado a su
conciencia.