martes, 10 de septiembre de 2024

Digital Queen

 


Lo había logrado. Una legión de internautas acababa de encumbrarla reina de las redes. La estrella más brillante, la más bonita, la más querida. ¡Cuánto lo había deseado y cuánto se había esforzado para conseguirlo! Desde niña su mundo había girado en torno a ello. Ambicionaba fama y reconocimiento, ser alguien especial, y pronto Instagram, TikTok, Youtube... no tuvieron ningún secreto para ella. Había estudiado con detalle cada movimiento de sus ídolos, copiaba estrategias, analizaba perspectivas, revisaba sus publicaciones una y otra y otra vez hasta dar con la clave de un éxito que al fin ahora había caído rendido a sus pies. Cada imagen compartida era una obra de arte pensada al milímetro, escenas perfectas que mostraban una vida inexistente. Los vídeos, pequeñas píldoras de cotidianeidad planificadas con esmero, se viralizaban al instante por su alegría contagiosa y aparente desenfado. Sus seguidores se multiplicaban por minutos, las firmas desesperaban por ficharla y el universo digital la idolatraba sin medida. Objetivo cumplido. Era su momento. Y sin embargo... ¿Por qué no conseguía sentirse satisfecha? ¿Qué era ese vacío que notaba en el centro mismo del pecho? ¿Ese agujero que a golpe de likes parecía ensancharse cada día más y más?

miércoles, 4 de septiembre de 2024

Rutinas

 

Seis cuarenta y cinco de la mañana. Suena el despertador. Amanece y la luz es muy escasa. Jaime se despereza y con un manotazo detiene el estridente sonido del reloj. Se levanta ─ojos soñolientos, pelo enmarañado─ y cruza el pasillo. Entra en el cuarto de baño. Se ducha. Se lava los dientes. Regresa al dormitorio. Hace la cama y se viste con esmero ─traje azul marino, camisa blanca, corbata de rayitas rojas─. Toma las llaves y la cartera y sale de casa. Desayuna como cada día en el bar que hace unos meses abrió justo en su esquina ─zumo de naranja, café con leche y una tostada con mantequilla y mermelada de albaricoque─. Camina despacio hacia el trabajo, le gusta la soledad de las calles a esa hora tan temprana. Cumple con diligencia su jornada laboral ─larga y tediosa como todas─ y regresa, de nuevo a pie, exactamente por la misma ruta aunque ahora las calles parecen otras, más alegres y bulliciosas. Como de costumbre, nadie repara en él. Llega a casa. Prepara una cena ligera que ingiere frente al televisor. Comprueba la hora en su reloj. Nunca se acuesta demasiado tarde. A las seis cuarenta y cinco en punto sonará el despertador.