Para él la vida era una prisión con las paredes muy altas, muy altas...
Émile Bernard
Una oscura leyenda corría por el pueblo en torno a él, de boca en
boca su nombre andaba, sordo era el rechazo en cada gesto, esquivas las miradas,
reticentes los saludos, apresurados los pasos al advertir su presencia. «¡Pobre
loco!», murmuraban las gentes a su paso y sin nadie conocer la causa, sin
motivo ni razón, todos le temían.
Solitario, siempre absorto en sus abismos, él vagabundeaba noche y
día por los campos, perdida en el horizonte la mirada, devorada su alma de
melancolía y de tristeza y solo en sus
pinceles algunas tardes, muy pocas, hallaba su espíritu la calma.
La pobreza lo cercaba, lo amenazaba la locura, el presente lo asustaba.
Sufría.
Yo sé bien cuánto sufría. Fue mi amigo y yo su confidente, su
aliado. A mí −¡afamado doctor Gachet!− se aferró cual náufrago a su tabla:
esperanzado como nunca antes lo había estado.
Y sin embargo.
No pude. No pude, pese a la furia con que lo intenté y de veras lo
hice, ayudarle. No fui capaz. No supe. No advertí a tiempo el presagio de
tempestad latente en aquellos últimos días de calma.
Que el cielo y las musas del arte y la belleza que, unas veces
dulces, otras amargas, rigieron siempre su vida y su destino juzguen mi derrota,
mi impotencia y mi fracaso. Solo mía fue la culpa.
Lunas amarillas, estrellas errantes, nebulosas y cometas que en la
inmensidad del firmamento caracolean y se abrazan, remolinos de sombra y luz, torturan
implacables desde entonces mis desvelos, mis sueños y mis noches.
Desde la pared del fondo de la sala, frente a la puerta
entreabierta de mi cuarto, el rostro de un hombre −gorra blanca, pelo rubio, premonitoria
nostalgia en la mirada− vigila atento mis insomnios y en la ceniza del amanecer,
de mis errores pasados y presentes, quizá también futuros, inclemente, se burla.
Un rostro que, más allá de mis facciones y la huella entre sus bordes del tiempo
y el cansancio, guarda el genio de un artista irrepetible y generoso y a la
herida de su ausencia −cruel reflejo de otro tiempo− hoy me enfrenta.
Maldita sea aquella tarde. Maldito sea aquel
verano. Maldito mi descuido, mi soberbia, mi esperanza, mi torpeza... Sí,
malditos, malditos siempre sean.
Un
corazón frágil y herido dejó a destiempo por su causa de latir. Perdió el otoño
sus colores, a su pintor la poesía y entre ardientes campos de trigo,
demacrados campesinos, cálidos y dorados girasoles, bajo un eco remoto de
extraños sueños y utopías, deambula desde entonces sin descanso un espíritu triste,
siempre sombrío, al que un destello inesperado de improviso embrujó. El espíritu de
un hombre torturado con pasión por un anhelo de belleza que, sin saberlo, un
breve instante, muy breve, rozó. De un luchador valiente, capaz un día (afortunado
sortilegio) de transformar en luz su violencia, su angustia y su delirio, de
atrapar entre trazos y colores la tristeza y desnudar de artificios −casi os diría por
ensalmo− la ternura, la delicadeza y la verdad.
Furia, belleza, abismo, incertidumbre,
melancolía... Impresiones errantes, hipnóticas, doloridas, fugaces...
Desgarradas, malheridas y sublimes, pinceladas de eternidad.
Relato
publicado en el nº 47 (enero 2020) de la revista "El Narratorio"
¡Hola, Marta! Como decía Sabina en una canción, qué difícil es ayudar a quien no se quiere dejar ayudar. A tu personaje, la realidad se le quedaba muy pequeña, tanto que le ahogaba pese a que la pintura le ofreciera esa oportunidad de volar, aunque al final no fuera suficiente. Un abrazo!!
ResponderEliminarUn vida muy triste tuvo, sí. Muchas gracias, David.
EliminarDicen que cuando Van Gogh dijo sobre la pintura del M. Gachet que "tenía una expresión melancólica, que bien podría parecer una mueca a aquellos que lo vean... Triste pero amable, y aun así clara e inteligente, así es como muchos retratos deberían hacerse... Hay cabezas modernas que podrían mirarse durante mucho tiempo, y que se volverán a ver, quizás, con nostalgia, cien años después"
ResponderEliminarY qué bien supo él atrapar todo eso, verdad? Muchas gracias, Norte.
EliminarUna vida atormentada y un final trágico. Una bella dedicatoria al genial pintor Holandés. Has construido este relato con frases propias de la poesía, dándole un aire lírico que me ha encantado.
ResponderEliminarUn abrazo, Marta.
Muchas gracias, Josep! Qué bien que te haya gustado 😉
EliminarPrecioso relato y precioso homenaje al pintor. Es increíble cómo ha sido capaz de captar esa mueca de desesperanza y escepticismo del doctor. Ambos compartían el dolor de un mundo en el que no acababan de estar a gusto.
ResponderEliminarUn beso.
Muchísimas gracias, Rosa! Cuánto me alegro de que te haya gustado! Un beso grande 🙂
EliminarEres una artista Marta. Con pinceladas de eternidad acabas. Pero las que tú has dado recreando ese triste final de Van Gogh son también pinceladas de arte. En cierta ocasión y sobre la peli Loving Vincent yo escribí algo sobre él. No sé si es muy adecuado autocitarme pero con tu permiso te dejo unas notas: "Un hombre singular, tímido, loco, amable, y obsesivo que pintó su primer cuadro cuando tenía 28 años. Desde entonces, pintó con sensibilidad, ternura y sobre todo creyendo profundamente en su obra. En resumen, un artista que a pesar de la incomprensión general del momento quiso por encima de todo dar importancia a lo que hacía y creyó en ello a pesar de solo vender un cuadro en vida. Si hoy viera reflejados sus cuadros en el cine, la frase con la que se abre esta reseña se vería cumplida: "Sueño con pintar, y luego pinto mis sueños". Hoy sus sueños y su pintura ya son obra inmortal también en el cine.
ResponderEliminarUn beso y enhorabuena también por tu inclusión en "El Narratorio".
Un artista muy especial,sí, lo describes muy bien: una sensibilidad atormentada y una vida muy triste, un genio incomprendido que pintaba sueños... Muchísimas gracias, Miguel. No sabes cómo me alegra que te haya gustado 😉
EliminarQué pena que casi siempre los genios no sean comprendidos -seguramente por el hecho de serlo- por sus coetáneos, quizá, y solo quizá se deba a que somos tan ruines que nos asusta la grandeza de lo que no comprendemos.
ResponderEliminarBello homenaje a tan singular artista, genio como pocos.
Nos asusta lo que no entendemos, sí, y tendemos a dejarlo de lado... Me alegro mucho de que te haya gustado el relato, Manoli. Un beso grande.
EliminarEl doctor Gadet íntimo amigo de Van Gogh en sus últimos tiempos. La decadencia del segundo ingresado en el Sanatorio Mental de Saint Remy, desde dónde su ventana pintó su quizás su cuadro más conocido "La noche estrellada". Dos personas unidas por los tiempos que les tocaron vivir y por la ambivalencia, desdén, marginalidad, estigma y quizás un poco de locura. ¿Quién sabe?
ResponderEliminarMe quedo con sus obras, sin juzgar al artista.
Estimada Marta, cuando escribes es como si fueran gotas que caen, exquisito lenguaje y tú haces Arte con tu certera pluma. Es tu señal como escritora, la utilización de las palabras, la belleza, y lo bien que lo hacees. Mi más sincera enhorabuena
Ay, Lola! Pero qué bonito lo que me dices! Un millón de gracias.
EliminarQué emoción e intensidad desprenden tus letras, Marta. Uno siente la congoja, desolación, desesperación y luego la nada. Es bello, muy bello. A la vez que apena. Cuando uno no quiere ser ayudado por mucho que se intente, ese paso le corresponde a él, es triste pensar que en estos casos ni el amor es suficiente.
ResponderEliminarUn beso enorme, y feliz sábado.
Hola,Irene. Muchísimas gracias! Una historia muy triste la de Van Gogh, sí pero me alegra mucho que te haya gustado el relato. Un beso grande.
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