Van a ir a comprarse un vestido nuevo y un helado en cuanto bajen del tren.
Dejarán el equipaje en la habitación de hotel más barata que puedan encontrar y
dedicarán el día a vagabundear perezosamente por esa ciudad imponente con la
que ambas tanto han soñado, sin otra cosa que hacer hasta el momento de
reunirse, a última hora de la tarde, con el resto del grupo. Un día perfecto
pensarán bajo la torre Eiffel, dirigiéndose ya hacia el concierto y en el
preciso instante en que un joven se disculpe amablemente tras tropezar con
ellas, sin que nadie pueda adivinar la carga de muerte que rodea su cintura.
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