sábado, 30 de junio de 2018

Escamada




¡Qué susto! ¡Y qué vergüenza! ¡Si hubierais visto cómo corrí! En un instante comprendí lo que sucedía y a la velocidad del rayo escapé de allí. ¡Ay, Dios! ¿Qué habrán pensado de mí? Pero, ¿qué otra cosa podía hacer si ya empezaba mi cuerpo a transformarse? Pensé que no lo lograría, que descubrirían mi impostura y para siempre me enjaularían como a un absurdo y vulgar monito de feria. ¿Y qué creéis que hubiera sucedido entonces? Expuesto mi secreto a la curiosidad malsana de tanto entrometido, mi vida ya nunca habría vuelto a ser la misma. Sé que yo no hubiera podido soportarlo y por eso fue que me asusté tanto. Sí, me asusté muchísimo, lo reconozco. Y pese a todo... ¡Ay! ¡Haber tenido que huir de esa manera! ¡Quién iba a imaginarlo! Y justo, lástima, cuando mi plan rodaba ya a las mil maravillas. Aquella hechicera maldita tuvo la culpa ¡mira qué confundir el embrujo...! ¡Las doce campanadas pertenecen a otro cuento! Todo el mundo sabe que nunca −¡nunca jamás!− tuvieron nada que ver con el mar y sus sirenas.

jueves, 21 de junio de 2018

Un susurro en la oscuridad. Louisa May Alcott - Reseña


El intenso deseo de penetrar aquel secreto me colmó con su vieja inquietud.

"Un susurro en la oscuridad" de Louisa May Alcott es una novela breve  que podría incluirse en la categoría de nouvelle. Fue publicada bajo pseudónimo por primera vez en 1.863 y ha permanecido inédita en castellano hasta el año 2.016 cuando fue al fin  recuperada por el sello "Hermida Editores".
 Sin duda el enorme éxito de "Mujercitas" eclipsó la restante producción literaria de Alcott y es ese uno de los motivos por  el que esta novela, tan diferente de aquella, resulta también tan sorprendente. En muy pocas páginas construye la autora una historia interesante y profunda repleta de secretos, de giros argumentales y recursos propios del terror gótico. Fundamental en tal sentido resulta el aspecto psicológico de una narración en primera persona que de inmediato traslada al lector los sentimientos de angustia, impotencia, desasosiego,  incertidumbre o desesperación que sufre la protagonista y lo introduce con un ritmo ágil y trepidante en la misma atmósfera asfixiante en que ella se halla inmersa.

domingo, 3 de junio de 2018

Éxodo



Habían pasado dos años desde que la fatalidad se enredó a mis días, dos larguísimos y angustiosos años de rabia e incertidumbre, cuando perdí toda esperanza y comprendí que aquel episodio de mi vida no habría de ser −¡con qué facilidad en un primer momento me engañé!− una circunstancia pasajera. Asumí de golpe en ese instante que estaba solo, abandonado por completo, herido de  muerte.  Me abandonaron, sí. Todos. Muy poco a poco primero y a la carrera después. No les culpo. No lo hice entonces y tampoco habré de hacerlo ahora. Resistieron a mi lado hasta el último momento, mucho más allá de lo conveniente y sin duda de lo sensato o de lo prudente. Fue, reconozco, cuestión de supervivencia. Debo admitir también por mucho que duela −y cierto es que en lo más hondo del alma me duele− que el día menos pensado yo los hubiera acabado matando. Marcharon resignados, con lágrimas en los ojos y el corazón en pedazos, prometiendo un regreso que ahora sé nunca llegará.
Lenta e implacable, durante días, meses, años, se fraguó mi desgracia. La vi venir de frente. Todos lo hicimos. Supe de inmediato que antes o después me vencería. Pese a ello vendí (vendimos) cara la piel.

sábado, 2 de junio de 2018

Cómicos



Mi vida cambió para siempre −quizá sería más acertado decir que de veras comenzó− una tarde de diciembre. Una de esas tardes invernales de oscuridad temprana y frío inmisericorde en que, recuerdo, había llovido sin tregua y, como por entonces solía ocurrir −tanto tiempo hace ya que casi parece imposible− agua y lodo habían vuelto intransitables las calles en algunos trechos. Una pequeña compañía de artistas, tan pequeña que ni nombre tenía, acababa de llegar al pueblo y la lluvia estuvo a punto de arruinar su primera función.  Por suerte, no lo hizo.

No eran aquellos buenos tiempos para los cómicos. Ninguno lo fue nunca, en realidad. Aunque la nostalgia endulce ahora el recuerdo e, incluso a mí, hoy pueda parecer romántica y hasta divertida la vida que aquellos trotamundos −pobres actores sin suerte− llevaban: hoy aquí, mañana allí, siempre de pueblo en pueblo, de camino en camino, bultos, alegrías, desamparos, sueños, tristezas e ilusiones al hombro... no, no lo eran en absoluto.