Día tras día, mañana y tarde, siempre en el mismo rincón, la pequeña
vendedora ofrece incansable su mercancía. Alegría, ilusión, sueños y sonrisas regala
en forma de globos de colores. Al anochecer, cuando el parque cierra sus
puertas y su mundo queda desierto, cuenta la niña sus escasísimas ganancias y,
en silencio, inicia el camino de regreso a casa. Lentamente, con cada paso, la
sombra alargada de un dolor antiguo y peligroso, una cruel y muy amarga bofetada de realidad, estalla en su alma. Dos lágrimas
heladas por el tiempo brillan en sus ojos. Los cierra con fuerza para no
derramarlas y, cual astuta aprendiz de Mary Poppins, murmura entre dientes su
conjuro impronunciable a la espera del golpe de viento que cambie su suerte y
lejos, muy lejos, sobre los tejados la arrastre. Y así, bien aferrada al
ramillete de globos que tampoco hoy consiguió vender, sobrevolar un instante la
ciudad dormida y desaparecer al fin entre esas nubes tan suaves, tan blanditas,
casi como de algodón de azúcar, que durante toda la tarde han flotado en el
cielo. Aunque sabe, por supuesto, que su mágico deseo jamás se cumplirá.
"Todas las penas pueden soportarse si se convierten en una historia". Isak Dinesen.
viernes, 31 de marzo de 2017
sábado, 25 de marzo de 2017
Futuro velado
Una fotografía desvaída, casi olvidada. Unos ojos de niña oscuros, sabios
y profundos miran a la cámara. Serenos. «Sé que vas a hacerme daño. Sé que voy
a sufrir y no tengo miedo», parecen gritarle a un mundo que al otro lado del objetivo,
inclemente y paciente, su turno aguarda, conscientes ya en aquel momento −tan
temprano amenazados por las sombras− de que habrán de soportar el dolor que, el
destino solo para los más fuertes reserva. Seguros de que podrán con él.
Confiados.
Ingenua y pequeña flor dañada por la escarcha.
Mucho tiempo después, unos ojos de mujer desamparados y sin llanto
tratarán de ocultar con infinito esfuerzo su miedo, su soledad y su tristeza.
Lucharán por olvidar la herida de una vida entera, el angustioso desconsuelo de
lo irremediable, mientras se preguntan con feroz melancolía a dónde irán a
parar los pensamientos nunca escritos, los sentimientos no expresados, los
momentos de felicidad nublados.
lunes, 20 de marzo de 2017
Fin
Se
asomó sola por la escotilla para ver amanecer. Dos lágrimas heladas brillaron
en sus ojos, conmovida como nunca estuvo por tan absoluta belleza. Lejanas y
tristes ardían en el firmamento las estrellas, día y noche confundidos en aquel
silencio abismal. Rompía el sol ya la oscuridad de la tierra cuando la joven
astronauta se rindió. Extraviada en aquel vacío hondo y oscuro, imposible su
regreso, decidió concluir al fin semejante agonía de añoranza y soledad. La escotilla
cedió con suavidad. Salió. Flotaba... De pronto, algo la retuvo. Un llanto. Una
súplica. Una oración. ¡Resiste, amor...! Ineficaz conjuro. Inmensidad. Paz.
Abismo. Luz.... Suave, muy despacio, se apagó su corazón.
viernes, 10 de marzo de 2017
Zombie
Seis cuarenta y cinco de la
mañana. Suena el despertador. Amanece y la luz es muy escasa. Jaime se
despereza y con un manotazo detiene el estridente sonido del reloj. Se levanta ─ojos soñolientos, pelo enmarañado─ y cruza el pasillo. Entra en el cuarto de
baño. Se ducha. Se lava los dientes. Regresa al dormitorio. Hace la cama y se
viste con esmero ─traje azul marino, camisa blanca, corbata de rayitas rojas─. Toma
las llaves y la cartera y sale de casa. Desayuna como cada día en el bar que hace
unos meses abrió justo en su esquina ─zumo de naranja, café con leche y una
tostada con mantequilla y mermelada de albaricoque─. Camina despacio hacia el trabajo,
le gusta la soledad de las calles a esa hora tan temprana. Cumple con diligencia
su jornada laboral ─larga y tediosa como todas─ y regresa, de nuevo a pie, exactamente
por la misma ruta aunque ahora las calles parecen otras, más alegres y
bulliciosas. Como de costumbre, nadie repara en él. Llega a casa. Prepara una
cena ligera que ingiere frente al televisor. Comprueba la hora en su reloj. Nunca
se acuesta demasiado tarde. A las seis cuarenta y cinco en punto sonará el
despertador.
sábado, 4 de marzo de 2017
Ángeles caídos
Con feroz eficacia la mortal consigna se cumplió. Era una guerra, decían los ejecutores. Diferente quizás, sí, pero guerra al fin y órdenes siempre fueron órdenes.
Desaparecer, de eso se trataba. Sin
huellas. Sin errores. Sin rastro. Vidas náufragas en la tempestad.
Sobre un mar enfurecido y bravío,
acogedor -cómplice jamás- incontables ángeles llovieron sin cesar.
Pactos de silencio. Secretos
lacerantes. Vergüenza. Horror. Tanto, tanto dolor.
Ecos lejanos, voces y llantos que
regresan del pasado.
Blancos pañuelos de mayo, rostros
cansados, pasos lentos y callados.
Dignidad eterna de los humillados.
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