Amanece.
Sopla el viento y hace frío. Aún no ha roto el sol la madrugada y la humedad cala
los huesos. Desapacibles e inhóspitas son pese al verano las noches de esta
tierra tan lejana de mi hogar, tan ajena para mí, tan distante y de todo, de mi
mundo entero, tan al norte. Así al menos yo las siento. Ningún destello hallo
en ellas de lirismo, de alegría, de belleza o de poesía. Nada que un instante
permita dar a mi largo peregrinaje sentido y me deje al fin descansar, aceptar que
alcancé mi destino, que era este mi lugar.
Admito
sin embargo que tal vez sólo sea esta impresión reflejo inevitable de mi ánimo
sombrío, de la extraña melancolía que a esta hora intempestiva araña mi alma,
de la sangre caliente y sureña que recorre mis venas.