lunes, 8 de marzo de 2021

El hada de los números

 

¿Es como el de tu madre tu rostro, encantadora niña?

¡Ada! ¡Hija única de mi sangre y de mi corazón!

Lord Byron          

Érase una vez una niña nacida de un poema, una princesa sin reino que soñaba volar, una criatura rozada por la magia, dueña del conjuro que un hada sopló sobre su cuna: «el poder de vislumbrar nuevas eras a ti te entrego, pequeña, el don del cálculo, de la abstracción y de la ciencia será tuyo, mas no es este tu tiempo y solo el futuro conocerá tu nombre y sabrá de tu ingenio».

Ada, que así se llamaba nuestra pequeña princesa, creció apartada del mundo. Su padre, el más romántico de los románticos poetas, marchó muy pronto de su lado en busca de aventuras. Nunca regresó aunque tampoco nunca, y prueba de ello dejó en sus versos, la olvidó. El corazón roto de la esposa no pudo, pese a todo, perdonar la traición. Enferma de celos, acunando a la niña entre los brazos, huyó del escándalo, se refugió en la penumbra de las tierras del norte y, de la vida de ambas, borró para siempre la huella del poeta.

Entre clases de música, aritmética y lecturas de francés, devota fiel de la ciencia matemática, su favorita entre todos los saberes, la inteligencia de la niña aumentaba día a día. Institutrices y preceptores se admiraban de una lucidez que, por algún insondable misterio, consideraban impropia de su espíritu femenino. Y, en lugar de potenciarla, a toda costa, trataron por eso de frenarla. Con descaro. Sin éxito. En su afán de conocimiento, una vez tras otra, derrotaba de un soplo la chiquilla tan ruines argucias.  

En sus paseos por el bosque, Ada estudiaba los pájaros, la forma exacta de sus alas, la proporción que guardaban con su cuerpecillo diminuto y, en secreto, soñaba volar. Su mente inquieta había inventado un sistema capaz de alzarla en el aire, meditado con cuidado la multitud de problemas técnicos que, si pretendía llevarlo a la práctica, habría de afrontar (extensión de las alas, espesor de las plumas, modo de pegarlas a sus hombros de niña...) y, al dibujar el proyecto a la escala adecuada, la ingenuidad había asaltado por sorpresa su rostro y la había llevado a creer lo imposible.

Ideó luego un día mientras jugaba con Puff, la gatita que siempre llevaba enredada a las piernas, una máquina de vapor. Un caballo alado con el motor en las tripas y, a su lomo, un jinete trotando hacia las nubes. Un invento más complicado que el anterior, cierto, pero ya se encargaría ella de hacerlo funcionar.  

Y es que la cría adoraba la mecánica. Se ensimismaba durante horas analizando el mecanismo de cualquier aparato, asombrada por su fiabilidad, por la exactitud con que, tras determinado intervalo, el artilugio repetía sin fallo el ciclo inicial. Y su pensamiento corría. Veloz como el rayo, corría y corría...

El tiempo, como siempre ocurre en la vida y en los cuentos, fue pasando. La niña se convirtió en mujer, descubrió el mundo, tuvo amores, alegrías, ilusiones, amarguras, decepciones...

El hada de los números continuaba guiando en silencio su camino y el genio de Ada −ahora Lady Lovelace por caprichos del destino− crecía y crecía. Mas pesaba sobre ella una horrible maldición: era mujer y, en consecuencia, por frágil e incompleto se tendría siempre su entendimiento. 

Su modo de pensar, tan novedoso y fuera de lo común, fue así tomado por delirio.

Sonrieron con desdén quienes la escucharon hablar de una máquina extraordinaria: un instrumento prodigioso, capaz de unir la matemática pura con la práctica, de realizar cálculos más allá de cualquier humana capacidad, de evitar errores y revolucionar con su datos el método científico.

«¡Menuda loca!», murmuraron entre dientes los sabios del momento. Torcieron el gesto, olvidaron el asunto y siguieron a lo suyo.

El vaticinio del hada se había cumplido. El reino de la pequeña princesa pertenecía a otro tiempo: a un tiempo futuro que, mucho después, a más de un siglo de su muerte, invocaría su nombre, reconocería el valor de su esfuerzo y se rendiría sin reserva a su talento.

Precursora de una nueva disciplina, esforzada heredera del hada de los números, entre procesadores, algoritmos y ecuaciones, a las niñas listas, Lady Lovelace susurra con un guiño su mensaje: «ven, toma mi mano, nada temas, tuyo será el don del cálculo y de la ciencia...». Roza, quizá, con la varita su frente y, así, eslabón tras eslabón, la cadena del saber va enlazando, poco a poco, pasado con futuro. Un puente se tiende entre dos mundos. Justicia e igualdad quiebran mezquindades y prejuicios. Y el progreso ensancha su camino.



Imagen: Ada Lovelace

Relato publicado en la Antología "Mujer y Trabajo". Visibiliz-ARTE (febrero 2021) y en la revista "Valencia Escribe" (marzo 2022). 




16 comentarios:

  1. Qué precioso homenaje en el día de la mujer (aunque yo llego un poco tarde). Una gran científica que tuvo que esperar mucho tiempo a ver reconocido su talento y sus aportes. tanto tiempo que solo desde el otro lado habrá sido consciente de ello. Desde allá puede que se haya enterado de que ahora se da su nombre a programas y edificios. Nunca es tarde, aunque a veces es como si lo fuera.
    Un beso.

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    1. Sí que ha sido durante demasiado tiempo una gran olvidada, sí. Una pena porque fue una matemática excepcional. Me alegra mucho que te haya gustado, Rosa. Un beso.

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  2. Hola, Marta.

    Qué bonito homenaje has realizado a esta mujer extraordinaria. Creo además que en esta ocasión cumples con una gran labor divulgativa. Vengo escuchando ya desde hace algún tiempo que a las niñas de hoy en día les faltan referentes de mujeres científicas, matemáticas o ingenieras para que puedan decantarse por las carreras de ciencias y equiparar un poco la brecha de género que sigue habiendo en determinadas actividades.

    Besos y enhorabuena por estar presente en esta antología tan necesaria.

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    1. Es un gran referente, sí, aunque muy desconocida todavía, creo yo. Me alegro muchísimo de que te haya gustado, Miguel. Mil gracias!

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  3. Qué maravilla Marta, cómo le das forma a un personajes tan bello y especial, qué manera de narrar y resaltar los detalles y sensibilidad con semejante delicadeza.
    Escribes como si las letras flotaran y expandieran a esa gran mujer y vas buscando más y más.

    Hermoso.

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    1. Hola, Luz. Qué bonito lo que me dices. Muchísimas, muchísimas gracias!

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  4. Hola, Marta.
    Qué homenaje más precioso y maravilloso, me ha encantado como lo has tratado con tanta dulzura, aun dejando mensajes del todo agrios, como este: consideraban impropia de su espíritu femenino. Cuanto camino han recorrido todas estas mujeres que aunque la época quiso hacerles sombra, no lo lograron del todo, y ahora gracias a tu relato se las recuerda todavía más.
    Bonito de verdad.
    Un beso.

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    1. Mil gracias, Irene. Contentísima porque te haya gustado.

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  5. Precioso texto sobre uno de esos referentes femeninos que deberían servir para visibilizar a las mujeres pioneras que abrieron el camino. Divulgativo y sensible.

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    1. Un gran referente, sí, muy desconocido todavía. Muchísimas gracias, Matilde. Me alegro un montón de que te haya gustado.

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  6. Un cuento precioso que describe muy bien la incomprensión y los prejuicios hacia quien, en este caso por ser, además, mujer, es una precursora adelantada a su tiempo.
    Un abrazo.

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    1. Mil gracias, Josep. Me alegro mucho de que te haya gustado.

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  7. ¡Hola, Marta! Precioso relato para reivindicar a la primera programadora informática de la Historia. De hecho, creó el primer algoritmo. Es curioso, pero conocí su figura mientras preparaba la entrada de las ucronías al leer una novela que partía de que Lord Byron hubiera muerto en la vejez y su hija Ada hubiera conseguido que su proyecto saliera adelante. Se titula La Máquina Diferencial de William Gibson. Un abrazo!!

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    1. ¡Anda! Si es que vamos de casualidad en casualidad, jeje... No conozco la novela que me dices pero la buscaré. Es un gran personaje, el de Ada Lovelace y es una pena que aún sea tan desconocido pero, bueno, poquito a poco se va haciendo justicia. Me alegro muchísimo de que te haya gustado el relato, David. Mil gracias.

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