
¡Ay madre! ¡Buena la hice! ¡Si es que no se puede ser tan impulsivo! Pero
la puerta estaba abierta, el vigilante brillaba por su ausencia y yo... Me
aburría tanto en la jaula que no lo dudé, no fui capaz de resistir la tentación.
Solo iba a ser una vueltecita, ¿qué había de malo?. Un paseo rápido, curiosear
un poco y de nuevo en casa a la hora de la cena. Tan contento, todo en su
sitio y nadie enterado de mi pequeña travesura. Lo que no podía imaginar es que
el mundo exterior me fuera a cautivar de esta manera, que fuera tan inmenso y
tan divertido. Deslumbrado me tiene. Y, sí, reconozco que la excursión se me ha
ido un poquito de las manos. O de las garras, debería decir mejor. Y es que lo
estaba pasando tan bien que he perdido completamente la noción del tiempo y el
sentido de la orientación. Cosa no tan extraña, por otro lado, si pensamos que
hasta ahora mi mundo se había limitado siempre a la desangelada carpa donde actúo, a fieros domadores con pretensión de gladiadores y majorettes de sonrisa postiza y ademanes de corista. Pero ya digo
que soy impulsivo y pensar, lo que se dice pensar, no pienso mucho las cosas,
la verdad. En fin, que cuando me he querido dar cuenta estaba perdido,
hambriento y llorando mi inconsciencia en una acera. Detalle este en particular
que me avergüenza terriblemente y del que no sé si mi orgullo herido se repondrá
alguna vez pero que, si vamos a ser sinceros, debo reconocer sin paliativos. Para colmo de infortunios cuando, al oír la
sirena de ese camión de bomberos detenido ahora frente a mí, he logrado levantar
la mirada del suelo lo que he entrevisto a través de dos gruesos lagrimones me
ha espantado de tal modo que todas las mechas de mi esponjosísima melena han
comenzado a temblar descontroladas. Porque tampoco es que yo sea muy intuitivo
y hasta es posible que a estas alturas ya me esté volviendo ─quizás─ una pizca
paranoico pero tengo la impresión de que toda esta gente que comienza a
rodearme muy buenas intenciones no tiene...

Relato para Zenda #historiasdeanimales