Laura se ha ido. Sin ruido. Tranquila y en silencio. Arropada por la luz cálida de una mañana de principios de septiembre con tintes de otoño. Casi de improviso. Vencida tan rápido por la enfermedad que a cada instante me descubro todavía con una súplica en los labios, cruzados los dedos a la espalda, rezando por despertar de esta pesadilla cruel y verla de nuevo sonreír, arreglar con mimo las rosas del jardín, pasear por el parque de los tilos −como tantas veces− al atardecer de un día de verano, releer ensimismada tras los cristales de cualquier café las historias de Jane Austen o las hermanas Brontë, siempre sus favoritas, romántica impenitente como fue.
"Todas las penas pueden soportarse si se convierten en una historia". Isak Dinesen.
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miércoles, 30 de noviembre de 2016
domingo, 27 de noviembre de 2016
Heridas de amor
La escena era tan perfecta que no parecía real. Un fotograma cándido y
almibarado de aquellos melodramas tan de moda en los años cincuenta, tan
trágicos y tan románticos, que a los dos nos cautivaban sin remedio (sí,
también a mí, lo reconozco, aunque siempre renegara un poco cuando tú elegías
la película e inútilmente −bien lo sé− tratara de mantener mi pose de tipo duro
e insensible): la cabaña de madera, acogedora y cálida como un cuento infantil,
el alegre crepitar de las llamas en la chimenea, la nieve luminosa, mágica y
bella, cómplice al otro lado del cristal aislándonos lentamente del mundo, tú y
yo... Sombras del pasado, pícaras y burlonas, asaltan de improviso mis noches. Duele tu
recuerdo, hace tanto tiempo ya convertido en nostalgia, duele mi soledad, duele
la infinita tristeza que, desde que tú no estás, habita mi alma. Y a veces −sólo a veces− por un momento casi creo
poder de nuevo alcanzarte. Apareces entonces frente a mí, el aroma de tu
perfume −eco lejano de un tiempo antiguo y más feliz− por completo me hipnotiza,
extiendo hacia ti mis manos, intento rozar tu rostro, en mi memoria para
siempre detenido... y, de golpe, en humo te deshaces. Sueño contigo. El mundo entonces
un instante se ilumina. Insoportable desconsuelo al despertar. Sucedió que soñé
que sonreías. Sucedió que en sueños fui feliz.
sábado, 5 de noviembre de 2016
Gritos ahogados
Flota en el aire una cierta inquietud. La noche, cargada de oscuros
presagios, se desploma triste sobre el mundo. Hace frío y tengo miedo, mucho
miedo, tanto como nunca hubiera podido imaginar, mucho más. Perdida en medio de
esta multitud desconocida que se agita nerviosa e inquieta, temerosa de que el
amanecer ponga punto final a su triste peregrinar, me siento de pronto tan
sola, tan pequeña, tan desamparada... Un dolor inmenso atraviesa mi alma y en
mil pedazos diminutos la rompe. No puedo dormir, tampoco llorar. Escribo para
no enloquecer. El destello triste y furioso, cómplice y desesperanzado de una
estrella solitaria me acompaña y por un instante ilumina el desconsuelo de mi
noche. Atrapada −siempre, una vez más− en el lado equivocado de la frontera,
fantasma olvidado de cualquier guerra sin nombre, al mar inclemente que pronto
ahogará mis sueños ruego en esta hora, como último consuelo, me acoja
hospitalario en su fondo más oscuro y a la marea impida arrastrar mi cuerpo
deshecho hacia la indiferencia del mundo.