La escena era tan perfecta que no parecía real. Un fotograma cándido y
almibarado de aquellos melodramas tan de moda en los años cincuenta, tan
trágicos y tan románticos, que a los dos nos cautivaban sin remedio (sí,
también a mí, lo reconozco, aunque siempre renegara un poco cuando tú elegías
la película e inútilmente −bien lo sé− tratara de mantener mi pose de tipo duro
e insensible): la cabaña de madera, acogedora y cálida como un cuento infantil,
el alegre crepitar de las llamas en la chimenea, la nieve luminosa, mágica y
bella, cómplice al otro lado del cristal aislándonos lentamente del mundo, tú y
yo... Sombras del pasado, pícaras y burlonas, asaltan de improviso mis noches. Duele tu
recuerdo, hace tanto tiempo ya convertido en nostalgia, duele mi soledad, duele
la infinita tristeza que, desde que tú no estás, habita mi alma. Y a veces −sólo a veces− por un momento casi creo
poder de nuevo alcanzarte. Apareces entonces frente a mí, el aroma de tu
perfume −eco lejano de un tiempo antiguo y más feliz− por completo me hipnotiza,
extiendo hacia ti mis manos, intento rozar tu rostro, en mi memoria para
siempre detenido... y, de golpe, en humo te deshaces. Sueño contigo. El mundo entonces
un instante se ilumina. Insoportable desconsuelo al despertar. Sucedió que soñé
que sonreías. Sucedió que en sueños fui feliz.
Microrrelato para los Viernes
Creativos de elbicnaranja.wordpress.com inspirado en la fotografía de Weronika
Gesicka.
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