Faltaban dos días para Navidad y Berta aún no había escrito su carta. Ya era una niña grande y conocía el secreto de Papá Noel. Lo había descubierto por casualidad y todo había sido culpa de Guille. Un año atrás, la tarde que estaban decorando el árbol, su hermano se empeñó en jugar al escondite y, aunque a ella no le apetecía nada, el crío se puso tan pesado que, antes de darse cuenta, habían abandonado los adornos sobre el suelo y se había encontrado metida dentro de un armario atiborrado de juguetes.