El día de su ochenta cumpleaños Fernando
despertó temprano. Una punzada de inquietud latía entre sus sienes y una
inoportuna desazón aguijoneaba su ánimo. A su lado, Elisa se removió
intranquila. «Duerme, mi vida, duerme −le acarició la frente con dulzura− es
pronto todavía». Harto de dar vueltas en la cama, puso al fin un pie sobre la
alfombra, luego el otro, se calzó las zapatillas y, con paso vacilante, acomodó
sus viejos huesos sobre el sillón de cuero junto al balcón del dormitorio.
Las voces de un borracho sacudieron el silencio de la calle. Un estornino revoloteó tras el cristal. Entre las nubes el alba despuntaba.