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miércoles, 16 de enero de 2019

El pintor y su musa



Es tan corto el amor y es tan largo el olvido...
Pablo Neruda

Solo en la quietud de su estudio, entre telas, brochas y acuarelas, el viejo pintor hallaba consuelo. Frente a su atril, sobre un destartalado taburete, dejaba la vida pasar. Sus manos artríticas y un velo de cataratas, hacía ya mucho le impedían pintar. El espectro de la pobreza rondaba sus días y una tristeza helada desbordaba su alma. Sentía el aire cargado de ausencia y un frío impropio, un soplo gélido que no desaparecía jamás, hacía su cuerpo temblar. Habitaba un mundo de sombras, de recuerdos y añoranzas. Todas sus horas eran iguales ahora y él un hombre hueco que nada podía ofrecer, un viejo solitario que abrazaba fantasmas y quizá, solo quizá, de cuando en cuando, soñaba.

Una vez había estado enamorado. Y ese amor su mundo entero puso del revés.

***

El palacio resplandecía mágico e irreal, bello como un cuento de hadas. La luna iluminaba los jardines y Josefa era aquella noche una mujer radiante y feliz.  Deambulaba con calma al son de la música entre sus invitados con esa elegancia suya ─corpiño azul bordado en oro, falda amplia a la moda de Versalles, brazos desnudos, peinado a la Caramba─ que media ciudad admiraba y la otra media envidiaba. Sonreía, se detenía un instante, a todos dedicaba un gesto, una palabra... Perfecta anfitriona pendiente siempre del detalle más nimio, contemplaba satisfecha su obra. Su capricho, decía ella. El palacio más hermoso de todo Madrid.

Osuna acababa de ser nombrado embajador en Viena. Muy pronto habría el duque de abandonar la corte y aquella era la fiesta ─mitad despedida, mitad celebración─ por la que tanto le había rogado su esposa y que durante días había ella preparado con ahínco.

 Todo marchaba a la perfección, hasta el momento. Moratín, Jovellanos, Bocherinni... los más queridos amigos de la duquesa, sus más rendidos admiradores, se encontraban allí. Ninguno había fallado a la cita. Incluso D. Francisco, tan hosco y reacio siempre a tales ceremonias, había abandonado aquella noche sus  pinceles y aceptado con agradecimiento sincero la invitación. Le unía a los duques mucho más que una amistad. Su palacio había sido para él, cuando más lo necesitó, una segunda casa y gracias a ellos ─no lo olvidaba─ se  había convertido en el retratista más prestigioso de todo Madrid, el más reclamado, el principal pintor de la corte del rey Carlos. Nunca podría agradecerles suficientemente su apoyo y la inmensa confianza que habían depositado en él y nadie como él habría de lamentar ahora su ausencia.

En eso pensaba D. Francisco de Goya y Lucientes cuando aquella recién estrenada noche de otoño y luna llena la vio por primera vez.

Hablaban las malas lenguas de la Villa de una enemistad honda y oscura, de una celosa rivalidad que el nada protocolario abrazo entre Josefa y Cayetana ─Pepa y Tana─ desmintió de inmediato.

Tomadas del brazo cruzaron el salón de baile. Duquesas de Alba y Osuna riendo como chiquillas, centro cierto de todas las miradas, de las habladurías maliciosas con que a la mañana siguiente una legión de aburridos cortesanos entretendría la monotonía de sus horas.

Castiza una, enamorada de sainetes y fandangos; afrancesada la otra, devota de Haydn y Rousseau, pese a tantas cosas que hubieran podido distanciarlas, ellas eran buenas amigas, las más cómplices y leales.

Ajeno por completo a los infundios que ya sobre las duquesas corrían por el salón, Goya conversaba con Osuna sobre su nuevo destino y los enojosos preparativos que mudanza y viaje ocasionaban cuando el sonido de una risa a su espalda captó su atención. Una risa franca y mundana, desafiante y provocadora que sin pretenderlo guió su mirada hacia una mujer vestida de muselina blanca, protagonista de un corrillo donde todos disputaban sin disimulo su atención, que reía junto a Pepa algún comentario, quizá algún requiebro galante, susurrado con descaro a su oído. Esa risa desordenaba con gracia una cascada de rizos negros que al instante ─coqueta irredenta─ la mujer acomodaba de nuevo sobre la curva perfecta de su cuello, disfrutando con una malévola pizca de picardía ese pequeño momento de gloria que, sabía, su sola presencia causaba.

Tras aquella risa, el pintor descubrió poco después unos ojos.

Y esos ojos lo llevaron al abismo.

─Querido D. Francisco ─se apresuró la de Osuna a presentarles, al caer en la cuenta de su olvido─ creo que no conoce usted a mi amiga Cayetana. La más indómita duquesa de nuestra Villa y Corte, bromeó Pepa divertida.

La luz de las velas destellaba en los espejos. El viento arrastraba aromas a lima y jazmín.

─Qué alegría, maestro y qué honor ─sonrió ella, acogiendo su mano entre las suyas─ si supiera cuan ansiosa esperaba yo la ocasión de conocerle y tener por fin oportunidad de invitarle a Buenavista. ¡Cuánto me complacería que pasara unos días con nosotros!

El corazón de un hombre un instante se detuvo y el tiempo de golpe se paró.

Lo que aquellas palabras, sin duda mera cortesía, despertaron en su ánimo y cuánto lo torturaría luego su torpeza, solo él lo supo y ni ante sí mismo, por mucho que lo intentó, acertaría después a explicarlo. Ofuscado como nunca estuvo, atónito por la absurda conmoción que el contacto de aquellas manos había causado en su espíritu, nunca recordaría Goya su respuesta.

Consciente del triste espectáculo que a tales alturas debía ofrecer su pobre persona ─levita arrugada, cabellera enmarañada, trémula sonrisa en los labios─ apenas si atinó a balbucear algún formulismo de agradecimiento para retirarse después mudo de asombro a su rincón, náufrago de unos ojos ardientes como brasas, cautivo su corazón de un rostro de mujer que a ningún otro se parecía y al que su propia leyenda en modo alguno hacía justicia.

Pasó luego el tiempo. Lento, perezoso e implacable como suele, serenó pasiones y esperanzas. El dulce veneno de los amores platónicos bebió el pintor, disfrazó de amistad su pasión y a su musa, belleza, juventud, inmortalidad... con su arte regaló.

La tiranía de sus ojos, el sabor de su risa, el vértigo imprevisto que lo sacudía al verla aparecer, el temblor de su cuerpo si por azar la rozaba, las noches de insomnio, la certeza de arder en un fuego sin llamas... La tentación de pensar que tal vez también ella lo amara, fue su consuelo y su botín. La memoria íntima de un amor que en su alma guardaría siempre con celo cual inmerecido regalo de la suerte y que a nadie revelaría  jamás.

***

Despunta el alba y la madrugada es fría. Sobre las aguas del Garona se reflejan ahora las primeras luces de la ciudad, alguna estrella matutina y el rostro de un hombre acodado en la penumbra de un ventanal al borde mismo del río.

La melancolía se filtra por los cristales, ecos de otras vidas quiebran silencio y soledad y una extraña pesadumbre todo lo inunda.

Absorto en sus abismos, vencidos los hombros por un peso grande e invisible, ajeno a cuanto le rodea, el pintor esboza en su mente una y otra vez ─trazos a carboncillo, líneas suaves, ligeros toques de blanco para definir el color de la nostalgia─ un rostro de mujer. Pinta el paso del tiempo, el silencio y el olvido. El dolor de una ausencia. La belleza de un amor a destiempo que trastocó sus horizontes y le abrigó toda una vida.

Y así, al dulce arrullo de su musa, herido por un sueño el corazón, transcurren sus días en esta hospitalaria ciudad de Burdeos que ampara su destierro, la sinrazón de su olvido... Su trágica derrota. 

 

 Este relato aparece publicado en el nº 35 (enero 2019) de la revista "El Narratorio" y en el blog "Tertulia de Escritores" (octubre 2018).


17 comentarios:

  1. ¡Cuánta belleza Marta en tu texto!
    Desde la cita con la que abres, pasando por esa sorprendente recreación central y acabando de manera circular con un colofón sobresaliente. Felicidades.

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  2. Muchas gracias, Miguel! Cuánto me alegro de que te haya gustado!

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  3. Hermoso relato, cargado de belleza en las escenas externas e internas. Uno se mete en él desde un principio y la intensidad se eleva, y se sostiene, hasta que llega el fin melancólico del mismo, luego de haber atravesado todos los sentimientos y sensaciones que aquí se despliegan. Un cuento maravilloso que prestigia las páginas de El Narratorio y que da cuenta de la excelencia de tu prosa. Mis felicitaciones, Marta. Un beso.
    Ariel

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  4. Mil gracias, Ariel. Generosísimo tu comentario pero me alegro un montón de que te haya gustado. Un beso grande.

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  5. A pesar del contenido triste del relato, lográs seducir con tu escritura. Tanto en las descripciones breves, pero precisas, como en los sentimientos del personaje. ¡Excelente trabajo, Marta!
    Besotes.

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    1. Muchísimas gracias, Mirella. Muy contenta porque te haya gustado. Un beso grande.

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  6. He leído esta historia, bella y un tanto barroca, con interés y pasión en su lectura. Excelentes las descripciones de ambiente y las peripecias emocionales del pintor.Te felicito Marta. Gran trabajo!

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    1. Hola, Néstor. Muchas gracias! Me alegro mucho de que te haya gustado. Los relatos de época son siempre complicados...

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  7. Ya lo leía en su momento en Tertulia de Escritores y desde luego la segunda lectura no pierde en absoluto. Muy bien narrado, ambientado y documentado, Marta. Un abrazo!

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    1. Muchísimas gracias, David. Me alegro un montón de que te haya gustado.

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  8. Solo puedo decir que me ha parecido un relato extraordinario, espléndidamente narrado, siguiendo el estilo propio de una época, describiendo con mucho acierto y elegancia unos personajes reales que hicieron historia.
    Un abrazo.

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    1. Mil gracias, Josep. Contentísima porque te haya gustado.

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  9. Hermoso relato sobre esa leyenda, nunca demostrada pero siempre presente, sobre la relación amorosa entre Francisco de Goya y la XIII duquesa de Alba. Novelar sobre un hecho histórico real puede ser fantástico, pero ir más allá para escribir sobre un un hecho histórico no probado supone adentrarse en un terreno ignoto, lleno de posibilidades a merced de la imaginación del autor,... como en tu caso. Me ha encantado!

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    1. Muchísimas gracias, Norte. Es una leyenda preciosa la de los amores de Goya y la duquesa. Me alegro mucho de que te haya gustado el cuento 😉

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  10. Una narración con excelente prosa, publicado en "Tertulia de Escritores". Hice hace años mi versión particular cuando visité por vez primera Los Jardines de El Capricho, dónde se hacían fastuosas fiestas la burguesía con la Duquesa de Osuna (mecenas de Goya)y las rivalidades entre la Duquesa de Goya, los dimes y diretes, pertenecen a una leyenda urbana ya que nunca ha sido probada la relación entre ellos de forma amorosa.

    Tu imaginación ha confeccionado un gran texto, dónde deja correr a la imaginación. Enhorabuena, Marta.

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  11. Muchas gracias, Lola. Una leyenda muy literaria 😉

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