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domingo, 29 de julio de 2018

Tiempo de fiesta



Amanece. Sopla el viento y hace frío. Aún no ha roto el sol la madrugada y la humedad cala los huesos. Desapacibles e inhóspitas son pese al verano las noches de esta tierra tan lejana de mi hogar, tan ajena para mí, tan distante y de todo, de mi mundo entero, tan al norte. Así al menos yo las siento. Ningún destello hallo en ellas de lirismo, de alegría, de belleza o de poesía. Nada que un instante permita dar a mi largo peregrinaje sentido y me deje al fin descansar, aceptar que alcancé mi destino, que era este mi lugar.
Admito sin embargo que tal vez sólo sea esta impresión reflejo inevitable de mi ánimo sombrío, de la extraña melancolía que a esta hora intempestiva araña mi alma, de la sangre caliente y sureña que recorre mis venas.
Ha llovido. El perfil de la ciudad se dibuja entre los charcos. El lodo mancha las aceras. Poco a poco se concentran sobre ellas los primeros corredores. Sobrecogidos y temerosos, todos juntos, casi hermanados, entonan −apenas un murmullo− sus cánticos ancestrales. Rito atávico y secular, algo supersticioso quizá, en demanda de la bendición, de la protección y de la ayuda de un santo al que por algún misterio que intuyo él mismo a comprender no alcanza, con mucho, poco o ningún fervor, durante estos días cruentos, feroces y desmedidos todos, propios y extraños, veneran.
 Comienzan los operarios de limpieza su tarea. Un día más se  preparan las calles para el espectáculo, para la épica, para el renacer de un mito que duele, que deslumbra e invariablemente, pese a todo, aún fascina.
Un eco antiguo de leyenda flota ya en el aire y todo lo impregna, un murmullo de aventuras, de dramas y tragedias, de amores y pasiones, la huella omnipresente de una historia y unas letras inmortales, de una fábula turbulenta, desgarrada y magistral.
Arranca la fiesta. Ya se arremolina la multitud sobre las vallas, sobre los muros de piedra, ya truenan los tambores.
Una repentina y desconocida aprensión me vence de pronto. Un sentimiento triste que es derrota y desengaño, que es soledad y desamparo, decepción y amargura. Y rabia. Y  miedo.
Llega mi turno. Me preparo: cabeza erguida, músculos palpitantes. Un martilleo de cascos −vacas y cabestros− resuena sobre el empedrado. Las calles se intuyen atestadas, abarrotadas de gente por completo. Por ellas me dejo dócil guiar. Ningún resquicio encuentro que me tranquilice al verlas. El vocerío me aturde y me desorienta. Gritos, golpes, carreras, embestidas...  
Ebria de vino y sangre, la humillación, la crueldad y la muerte, una vez más, de nuevo y como siempre, sin pesar ni caridad, con solemne y devastador descaro, disfraza la tradición en esta hora, hoy aquí, de romanticismo, de ardor, de orgullo, de coraje y valentía.
Y sin embargo...   
Nunca hubo belleza en el dolor, debieran saberlo. Ningún atisbo de grandeza asomó ni asomará jamás al rostro de quien tan innecesario y gratuito daño causa.
Aterrado, aguardo con ansia el anochecer. El último, no me engaño, con absoluta lucidez lo espero. El que con clemencia infinita pondrá fin a esta tortura, a tantísimo dolor y desconcierto. El que atónito y generoso dará a mi espíritu alivio y le regalará la paz y el descanso eterno. El viento del sur, piadoso, cómplice, siempre conmigo compasivo, susurrará quizás entonces a mi oído muy suave y muy bajito dulces historias de un tiempo antiguo, amable y más, mucho, muchísimo más feliz y acunado en el recuerdo de  la pradera que un día fue mi mundo y mi lugar, de una dehesa (¡ay, mi preciosa, mi añorada, mi bellísima y serena dehesa!) de verdes pastos y ardientes ocasos, mi corazón herido se apagará tranquilo.
Tal vez doblen entonces un breve instante las campanas y os preguntéis por quién. Lo harán por mí, por todos nosotros. Pero lo harán también y sobre todo −prestad atención a lo que ahora os digo− por esta tierra irredimible, por esta tierra dura, inmisericorde, inclemente y cruel.






Reto especial Toro de Lidia "Relatos Compulsivos". Segundo puesto.

4 comentarios:

  1. Una maravilla este relato Marta. Tiene una particular intensidad, una intensidad medida y que no necesita apelar a la grandilocuencia. Con una prosa bella, triste y dramática llevas al lector a compartir el dolor de lo que pasa. Te felicito, gran trabajo.

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  2. Qué potencia y al mismo tiempo qué belleza tiene este relato. Has puesto en juego, Marta, unas herramientas literarias encantadoras en esos adjetivos, en esa enumeración de sentimientos. Me ha encantado y ya veo porqué ha sido premiada esta historia. Mis felicitaciones. Me ha gustado muchísimo.
    Ariel

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    1. Muchísimas gracias, Ariel. No sabes cuánto me alegro de que te haya gustado.

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